Grave ofensa, duelo a las 12 y luego una de rabas

Hoy me han ofendido en lo más profundo cuando me han preguntado si mi novela era estilo las sombras de Grey. ¡¿?!?! ¿Por qué? ¡Tú! Sí, tú, el que me preguntó eso, cuando dije fantasía medieval no me refería a sexo con unicornios, ¿qué te pasa? ¿Estás enfermícola o qué? ¡Tómate la medicación! Me siento ofendida, vejada (que no viejada), vilipendiada y depilada, y me he enfurruñado tanto que he arropado a mi niña con el pliegue de la arruga del entrecejo.

Mira, no voy a escribir literatura erótica por muy diversos motivos. Uno, porque no quiero que un día venga mi abuela preguntándome qué es un bukkake (¡Yaya, no lo busques! ¡¡¡Es un tipo de plum cake!!! Ahora en serio, si lees esto, NI ME LO MENCIONES. NO HABLO DE ESTO CONTIGO). Dos, porque todos mis amigos mirarían a mi pareja entre la risa y el recelo, preguntándose si me inspiré en él para el personaje de Trípode (cariño, Trípode es un perrito al que le falta una patita, no pienses mal). Tres, porque tengo que reconocer que me he leído las 50 sombras (para integrarme con mis amigas, ¡¡¡era necesario!!!) y, aunque tengo mucha imaginación, no tengo TANTA. Cuatro es un canal de televisión en España. Y cinco, para escribir un buen libro tienes que documentarte bien, y podría poner en un aprieto mi relación monógama y bípeda porque si yo me documento, me documento. No sabes de qué es capaz una mujer que se está documentando, que se puede utilizar como atenuante en un juicio, es como decir que sufriste enajenación mental…

Resumiendo, que yo no sirvo para eso de la literatura erótica, que yo soy más de “con los dedos de las manos y los dedos de los pies, los cojones y la polla, todo suma 23”. Ésa soy yo, más afín a la boina enroscada que a las medias con liguero, no nos engañemos. Muy flamenca, yo.

Puedo ser muy fina, a lo Grace Kelly, pero sólo por un ratito. Luego mi verdadero yo consigue liberarse y sale asalvajado y más morcillero que nunca (¿A qué me refiero con «morcillero»? Nunca lo sabremos…). Mira, cuando me llevan a un restaurante de esos en los que hablas entre susurros porque el camarero te intimida rellenando tu copa cada vez que le das un tiento suelo meter la pata si hablo demasiado. Yo llamo al camarero con aplomo, le pido amablemente un Martini con olivita y un par de gotas de angostura, unos canapés de salmón y caviar y… Me desmorono y lo cambio todo por un calimocho y una de rabas. ¿Ves? No puedo mantener la ilusión durante mucho rato.

Pero nunca he intentado parecer otra cosa ni he insinuado que ninguno de los personajes de mi novela termine con el culo como la bandera de Japón, así que tú, sí, tú que me has ofendido, ponte hielo en el cerebro (te lo metes por la oreja o por la napia. O por el culo), deja de leer sobre sexo y practícalo más, que tu pareja está empezando a pensar en… plum cakes.

He dicho.

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