Bajo el mar…

Ayer fui a la playa y había unas olas… unas olas… Yo veía a todo el mundo en el agua y no podía ser menos, así que tragué saliva, me metí p’adentro y… tragué agua y salí p’afuera. Sí, señor, las olas que desde la orilla parecían grandes, desde dentro eran más grandes que una hipoteca. Incluso tuve el honor de conocer personalmente la ola de “Lo imposible”, que había venido de vacaciones a batirme contra las rocas.
¿Y qué puedes hacer cuando ves que se te acerca una ola que te saca 5 metros de altura? Pues te pones en modo ¡sapristi!, coges aire y tratas de pasarla buceando por debajo. ¡Ja!,te crees muy list@… Que la ola no es tonta, que eso te coge de un pie, te centrifuga y te escupe 20 metros más allá con todo el pelo en la cara como si te hubiera crecido un alga, el bikini en la cala de al lado y la dignidad desaparecida en combate.
Lo peor es que miras alrededor preguntándote si la humanidad seguirá existiendo y ves que la gente a tu alrededor está exactamente igual que antes, riendo y jugando como si no hubiera pasado nada. Eso sí, más allá el chiringuito de la arena ha sido arrasado. ¡Menos mal, ya creía que sólo era yo!
En fin, después de esta enriquecedora experiencia en la que he ingerido más agua de mar que la cantidad diaria recomendada para las ballenas decido quedarme donde las olas te mojan los pinreles. Eso es muy mala idea, sobre todo si te sientas en la arena, porque en cero coma se te llena el bañador con arena como para montar un atolón y cuando te levantas pesas 5 Kg más, aparte de que parece que te hayas hecho popó.
Lo dicho, la dignidad, desaparecida en combate.

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