Pacman, Tetris y Bom, y otros juegos del montón

Hay que ver cómo ha evolucionado la técnica del ligoteo desde el “¿tejes o recolectas?”. El otro día me paró un pollo festivalero en la calle y me dijo que tenía energía negativa en los hombros… Que le diera mi móvil y ya quedaríamos un día para que me la quitara. Sin cobrarme nada, ¿eh? (detallazo) ¿Cómo se supone que hay que reaccionar a eso? A mí es que me da la risa, no lo puedo evitar.
Ahora mismo me pregunto para qué estaré escribiendo estas tonterías, si seguro que tú estás de vacaciones, tostándote al sol como una lagartija alangostinada, y pasas de conectarte a internet (sólo para mendigar vidas en el Candy Crush, claro). Tengo que reconocerlo, yo también me he enganchado al Candy Crush como se engancha una mosca a una bola de miércoles. No lo he podido evitar, soy una viciosa.
(si no sabes qué es Candy Crush… tienes suerte, pequeñuel@)
Quisiera tener más fuerza de voluntad y no caer en estos juegos capulláceos pero ya desde mi más tierna infancia caí víctima del Arkanoid, el Tetris, el Pang y, en general, cualquier amasijo de píxels que corriera desbocado pantalla arriba. He sido carne de máquina de videojuegos (ca)baretera y de pinball de esos que admitían placajes y hostias varias como método legal para que la bola no se colara por el agujero (sí creo que era algún tipo de mensaje anticonceptivo).
Curiosamente, los juegos de ahora, con sus gráficos peliculeros y sus tramas dignas de una película de Almodovar, no me enganchan nada. Veo a los ciruelillos jugar a la enésima entrega del Call of Duty y no siento esa llamada de la selva, ese “déjame a mí, que tú no sabes” que te sale de dentro… No. Ya no.
Igual me estoy haciendo vieja. Jjjjj… (me río pero voy a darme otra capa de maquillaje en rodillo, por si acaso)

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