¿Qué estúpido impulso te lleva a arrancar a un pobre moco de su morada nasal, privarle de la compañía de sus padres, hermanos, primos, vecinos, club de bridge, etc, y llevarle lejos de su hogar entre dos dedos para inmediatamente sentir que te molesta y querer deshacerte de él? ¡Haberlo dejado tranquilo en vez de ir a tocar las narices!
Ahora ya no hay marcha atrás, no puedes devolverlo a la nariz, parece que no cabe, no entra, su olor, color y textura se ha contaminado, mancillado, y ya no es reconocido como parte de la comunidad mucosa. Ahora te lo comes con patatas… ¡Nooooo! ¡¡No te lo comas, es un decir!!!
Bueno, ahora tienes este paria verde entre los dedos y lo último que quieres es que alguien te vea confraternizando con él, como si fuera un narcotraficante o un tertuliano de la tele. Hay que hacerle desaparecer… Mientras el pobre moco te mira como sólo puede mirarte una oveja camino del matadero piensas en tus opciones:
– Frotar poderosamente los dedos hasta convertir un inocente moco verde en una cosa mutante gris, dura y fea que podrás chutar tranquilamente con otro dedo sin que se te quede enganchada. Feo, feo… Sobre todo porque una vez ha salido volando por los aires parece que el mobiliario se lo traga y lo hace desaparecer pero tú y yo sabemos que está AHÍ, en alguna parte, respirando, haciendo crujir el suelo bajo su peso, cambiando las cosas de sitio…
– Acercar el dedo cargado de culpa color esperanza a alguna superficie amigable (afelpada, acolchada, aterciopelada… es lo que mejor absorbe la moquilidad) y arrastrarlo sin piedad, dejando un rastro verde a tu paso. Muy bonito, sí señor… Ojalá no lo hubieras hecho en el respaldo de tu butaca favorita, ahora tendrás que sentarte sobre el cactus, que… ¡oh! Parece que algún valiente también le ha dejado un par de mocos.
– Sacarte con la otra mano un pañuelo del bolsillo y con gesto aristocrático tapar el moco con él para que no vea qué destino le espera. A continuación limpiar el dedo a conciencia sin ánimo de lucro. A priori parece la salida más educada pero vas a sentir cómo el dichoso moco palpita tooooodo el día en el bolsillo de tu pantalón.
– Buscar una corriente de agua fresca y cristalina y lanzarlo a su suerte, sin tener en cuenta que el moquito no sabe nadar e incluso es probable que se deshaga antes de que termine el día. No tienes estómago para eso…
Mira, ¿sabes qué? A menudo el primer impulso es el correcto. Cómetelo.
Por cierto, acaban de darme una muy buena crítica de «Al otro lado de las llamas». ¡Lo han leído en sólo 3 días! Hace ilusión que se valore lo que has creado con tanto esfuerzo (hablo de productos intelectuales, no de mocos). Si aún no la has leído y quieres echarle un ojo… Zambulle tu rátón en estas letras azules cristalinas y deja que las llene de cacas de ratón!!