No voy a comentar más las múltiples infecciones víricas que me están asediando desde que la niña va a la guardería porque no quiero ser cansina, sólo diré que en las guarderías se esconden virus expertos en guerra de guerrillas que infectan a los peques (durante un par de días), saltan a ti en cuanto te acercas a limpiarles un moco y te dejan KO (durante un par de meses).
(Nota mental: no limpiar el moco)
Después de estas tranquilizadoras declaraciones te animo encarecidamente a que tengas niños, los lleves a la guardería y te fastidies como yo. Por confraternizar…
Estos días he tenido un problema gordo. Una mosca cojonera entró en el comedor de mi casa y como soy de ciudad, y mi piso es muy fashion y muy minimalista, pues no tenía matamoscas ni quería estamparla contra la pared con una zapatilla, que eso es de cutres y deja una marca de herradura en el estucado veneciano…
Era una mosca de esas de pueblo, pueblo, venía con la boina enroscada a lo Paco Martínez Soria, hablándome de las maravillas de la fruta podrida de pueblo… ¡Pues vuelve al pueblo, chica! No, ella aquí porculeando, buscando amor, supongo, porque siempre me buscaba para posarse en mi cara (puaj!), frota que te frota las patitas haciendo… No quiero ni pensarlo.
En fin, después de dos días soportando la dichosa mosca, sus comentarios despectivos hacia la pobre araña del balcón, que no es que haga mal las telarañas, es que está atravesando un bache afectivo y… Bah, eso no viene al caso. Al final la he invitado educadamente a salir (invitarla, la he invitado de muchas formas y maneras pero hacía como que no me oía), la he encerrado con la cortina y la he lanzado al vacío para que viva su vida de una vez. Luego me he dado cuenta de que se había dejado las alitas en la cortina, desde aquí aprovecho para avisarla para que venga a buscarlas cuando pueda, que yo no quiero unas alas de mosca para nada, son un trasto inútil y no caben en ninguna parte.
¿Qué? Ya te dije que era un problema gordo.