Harta de la comida del rancho, me he descargado una app con recetas de todo tipo, clase y moral y ahora, en fiestas de guardar, me dedico a probar inventos nuevos. Sí, ya sé que queda muy marujilde, que tendría que dar una imagen más sofisticada, de mujer que sólo come en restaurantes de autor y sólo liba ambrosía y Moet Chandon pero… Mi monedero es más casero, qué vamos a hacerle.
En fin, el otro día deslumbré con una lasaña de verduras para 20 (tengo que controlar mejor las cantidades…). Bueno, la receta era de canelones, cambié la mitad de las verduras por otras cosas que fui encontrando en la nevera y que, qué demonios, ahora ya eran verduras, y me inventé un par de pasos más… Vamos, que hice lo que me dio la gana, pero quedó muy rico.
Animada por mi primer éxito, que ha sido acogido por calurosos aplausos, ramos de flores y bragas (eso se lo podían haber ahorrado, que eran usadas), ahora he preparado adobo para pescado. Bueno, no he usado el pescado de la receta si no uno que había en la bañera, pero le he preguntado y dice que es pescado blanco (grandes problemas de racismo en el mundo submarino).
Total, que preparo el adobo, bien de especias y lo que he recogido barriendo, inundo el pescado con la mezcla (a él le mola porque lleva vino, le he visto chapotear dentro del tupper) y como me ha sobrado mejunje, he inundado también un cacho de pollo que tenía en la nevera y dos manzanas reineta. Mañana sabremos qué clase de mutaciones ha sufrido la comida… A ver qué pasa.
Si no vuelvo a postear es que me he convertido en una superheroína: Adobowoman. O igual me he muerto, lo que sea más barato.
Al otro lado de las llamas 