Madre mía, lo que ha subido la temperatura de un día para otro, y va por el vecinito preciosón que se ha mudado a mi bloque. Eh? No sé qué tiene de malo llamarle preciosón a un tío, es un adjetivo viril, musculoso y glossy…
En fin, resulta que viene una borrasca por el norte, el viento gira a su alrededor en sentido antihorario, tres por culo veintiuno, me llevo dos, de camino al nubarrón el viento este que va de listo coge aire y arena mantecosa (!!!) del Sáhara y lo esparce por el antiguo mundo conocido, ahora mundo cocido.
Y ahí en medio estamos nosotros, que gustábamos de chupar farolas fresquitas por la calle (y que se te enganchaba la lengua, oye!!! Fresquitas, fresquitas!!!) y de repente esto se ha convertido en el culo del ave Fénix después de un atracón de comida india. Salgo a la calle y me encuentro ropa tirada por el suelo, luego puñados de pelotes sobaquiles arrancados a mano (qué artesanal), y finalmente, llegando a la esquina, guiñapos de piel arrancada a tiras que caen caprichosamente al suelo con formas furullescas.
A la gente le sobra todo, y como todavía no ha sacado la ropa de verano del abismo de Helm donde la guardó el año pasado, pues va con la ropa arremangada como si fuera a levantar piedras. Y de tanto arremangarse a alguno se le corta la circulación en sus brazos musculosos y llenos de bultos, como a ese imbécil de ahí, por ejemplo, que ha caído al suelo con las manos más azules que papá pitufo cuando se lía a repartir… Leches, si es mi vecino preciosón!! Pues qué desperdicio, habrá que amputar… Espero que no se haya arremangado también los calzoncillos.
Al otro lado de las llamas 