Para ponerte en situación te diré que soy una persona que se engancha a las cosas. Me engancho a los dibujos animados que le pongo a mi congrio (excepto Dora la exploradora, que aún hay clases), me engancho a películas sobre saltar a la comba, me engancho con la maneta de la puerta… Yo me engancho a cualquier cosa. Quede claro que estamos hablando de pelis, series y, si me apuras, de bombones de praliné.
Tengo los jerséis hechos jirones, por cierto.
En fin, últimamente no he leído mucho y estaba con el mono (qué tiene que ver eso con lo de la tele? Y a ti qué te importa, rodaballus!). No tenía libro a mano sin leer, ni tiempo para pasarme por la biblioteca, ni ganas de volver a lucir ladrillos bajo el brazo… Que sí, que yo soy la que ha paseado por toda la ciudad las ediciones de tapa dura de “Un mundo sin fin”, “Juego de tronos”, la letra M de la enciclopedia…
Total, que me hice con un par de libros en formato ebook. Ahora no debería decir esto porque yo misma he publicado una novela en ebook (“Al otro lado de las llamas”, por si te interesa… Interésate, leñe!), pero leer en digital me repatea los higadillos. Pero estaba tan desesperada por leer algo que no fuera el lateral de la caja de cereales que sucumbí.
Te crees que no tener ereader iba a detenerme? Buah, yo un ebook me lo leo hasta en la pantalla del reloj de pulsera casio con calculadora. Vamos, que metí los libros en el móvil y los iba leyendo en el metro, en la sala de espera del chusmólogo, en el trono… Pero me enganché y comencé a leer como un jurel aceitado. En un móvil.
No hace falta que te diga que he estado ganando una dioptría por día y rascando cada noche las retinas de la pantalla con una espátula, hasta que he tenido que escoger: o gafas nuevas o ereader. Y así es como me he hecho con mi primer ereader. El Sony Crockett. Qué placer indescriptible, no pesa en el zurrón, no me duele la cabeza, no bizqueo ni veo borroso…
Bueno, pues eso.
Al otro lado de las llamas 