Bebida con gas, esa gran desconocida

Hoy he estado mirando la composición de una de estas bebidas refrescantes que, a juzgar por el anuncio, te proporcionan felicidad, una pareja salida de una pasarela de moda y un perro con incontinencia rabuna. La verdad, se me ha encogido el páncreas al comprobar que lleva 0% proteínas, 0% grasas, 0% hidratos de carbono y 0 calorías. Igual que la gasolina, oye…

En serio, ¿qué pasaría si echara una lata de chispeante felicidad hecha refresco en el depósito del coche? Entre saltos y pasos de baile, por lo menos me lleva hasta Teruel… He dejado la lata sobre la mesa y la miro con asco. Ella me devuelve la mirada con desconfianza. Está desconcertada porque no ve ganchitos por ninguna parte, y todos sabemos que los refrescos entran mejor con un poco de porexpan.

Se teme lo peor, y no va desencaminada. Leyendas urbanas dicen que como desatascador de tuberías no tiene rival y voy a comprobarlo, después de meter a presión una merluza de palangre cruda por los agujeritos del desagüe la cocina huele un poco como el sepelio de la Sirenita. Mientras vierto el preciado líquido en la pila siento que mi tiempo en la Tierra Media se ha alargado por lo menos 10 minutos más.

Acerco el oído, las burbujas están atacando algo con saña. Se oyen ruidos, correrías, mensajes etruscos. Y, sin previo aviso, la cabeza de la merluza asoma por los agujerillos del desagüe (da un poco de cosa, porque sale como la pasta de dientes pero por 5 agujerillos) y grita “¡¡¡hija, qué brutaaaaaa!!!!”… Ah, no, me comentan que es un insulto malsonante sobre la profesión de mi madre. ¡Qué grosería, y eso que me aseguraron que era de palangre!

Por cierto, si te estás devanando los sesos para decidir qué le vas a regalar por Navidad a esa persona tan especial que tendría que estar entre rejas, nada como “Al otro lado de las llamas”, mi novela. Está en papel y en ebook, ¡culturiza a tu gente!