He leído que un menú BigCac de una conocida cadena de hamburgueserías que no desvelaré se ha mantenido intacto, sin bacterias, ni moho, ni ratones colorados (dicen que son muy listos, al parecer llevan una dieta vegana), durante 5 años. La conclusión es obvia: ¡tenemos que aplicar ese aceite de freír a las cremas antiarrugas!
¿Te imaginas conservar la piel tersa y apetitosa como unas patatillas, y libres de verdín? ¡Es la panacea!
Sin embargo, la gente está inexplicablemente perdiendo el tiempo llevándose las manos a la cabeza o, en algunos casos, al fondo de la garganta, donde está el botón de devolución. Por favor, ahora que no me vengan con que les sorprende que esa hamburguesa sea como el caballo de Atila: allí no crece la hierba. Si todos sabemos que han encontrado en ellas trazas de ternera, por favor…
Eso me lleva a la segunda aplicación de la comida rápida: para eliminar las malas hierbas. Tú coges un zarzal, lo rebozas abundantemente con patatas fritas y hamburguesas (¡y kétchup, que no falte de nada!) y dos semanas después tienes un pedacito de desierto de Gobi ante ti. Ahora a ver cómo consigues que crezcan las hortensias, más vale que lo uses como parking. Al menos hasta que no se demuestre el efecto corrosivo de las patatas sobre las ruedas recauchutadas.
Incluso se me ocurre una tercera aplicación, aunque no está demostrado que este uso sea viable… ¡Nos lo podemos comer! Y es que la comida rápida es muy rápida, pero también podría ser (presuntamente) comida. En caso de extrema necesidad, claro. Yo ya he llenado mi bunker antiniebla con estas hamburguesas de carne de santo (incorruptibles), sé que no tengo que preocuparme por la caducidad. Y mantienen las cucarachas a raya, esos bichejos solo quieren magret de pato al oporto…