A veces te veo criticar a una chica que va pintada como una puerta y me sabe mal. ¡Como si fuera tan fácil pintar puertas! Para que a partir de ahora aprecies el esfuerzo que lleva dejarse la cara como el Joker, voy a explicarte paso por paso cómo se pinta una máscara veneciana sobre chicha facial.
Lo primero es ponerse crema hidratante. No queremos que nuestra preciosa y tersa piel entre en contacto directo con un potingue de un dudoso color verde, ¿verdad? Habría que estar LOCA. En fin, nos ponemos los guantes de vinilo, nos embadurnamos bien la cara con la cremita, o grasa de ballena en su defecto (pregunta a cualquier cirujano plástico) y al lío.
Lo primero, la base de maquillaje. Sí, ese pote de betún de color carne que cuando te lo extiendes por la cara resulta estar 3 colores de arcoíris más allá del color de tu cuello… Bueno, pues te embadurnas el cuello para que se vea todo igual… El escote también, claro, para que el color esté unificado… Los brazos… Las piernas… Vaya, se me ha terminado el pote. Bueno, pues me pongo pantalón largo.
Las geishas se pintan toda la piel de blanco excepto la nuca, y resulta muy erótico. Voy a aplicar esa idea tan sexy, porque se me ha olvidado echarme la base en la mejilla izquierda y ya no queda más. Y ahora vamos al alucinante mundo del ojo. Con un rotulador permanente efecto tatuaje (vamos, que no te equivoques que no lo borras ni con lejía) pintamos una fina línea justo sobre las pestañas. Perfecto. Ahora el otro… Vaya, me he torcido un poco. No pasa nada, hago la línea un poco más gruesa, luego igualo la del primer ojo para que se vean iguales… Oh, me ha quedado más gruesa, pues le doy un poco a la otra… Así hasta que los dos ojos queden iguales o hasta llegar a las cejas.
Venga, vamos a por la sombra de ojos. Hay que ser creativa, innovar con las formas, los colores, las texturas… Hay que intentar que no parezca que te han sacudido un mantecado en los ojos, pero si no lo consigo siempre puedo decir que llevo un maquillaje smoked eyes (que consiste en pintarlo todo de negro con un rodillo).
Luego viene el rímel, no te creas que es tan fácil ponértelo sin dejarte un pentagrama en las lentillas… ¿Qué, te pensabas que era fácil, eh? Pues todavía falta el colorete, polvareda rojo pasión que se pone a granel con un plumero por toda la cara, en plan placa-placa, a saco-placo, pero tiene que quedar sutil e indetectable al ojo humano.
Y por último, pero no menos transhumante, llega el pintalabios, ese petunio rosa glossy que me costó un ojo de la cara pero que me queda igual que el pintalabios que venía con la Barbie. Vamos allá: perfilador de labios. Resigo la forma de mis labios pero 2 metros por fuera, para que parezcan más carnosos. Luego lo pinto todo con el pintalabios (nunca sé dónde dejarlo y termino pintándome la boca por dentro hasta la campanilla), aplico encima un sellador para que no se vaya el pintalabios (aunque jamás lo he visto irse solo, es un caso para Iker Jiménez), vuelvo a darle pintalabios encima porque con el sellador ha quedado mate, más sellador para que no se vaya, y así hasta que quede una salchicha de frankfurt rosa.
Y ya está, look papagayo para una noche loca en el bingo. La próxima vez que veas algo similar piensa en todo el trabajo no remunerado que lleva convertirse en un panda nigromante. He dicho.
En otro orden de cosas, si todavía no conoces mi novela «Al otro lado de las llamas» ensarta aquí tu ratón. No te arrepentirás.