Hoy quiero compartir contigo una receta que he descubierto por casualidad y que te va a encantar: el bizcocho de sugus. Lo descubrí tratando de hacer el consabido, famosuelo y sobadísimo bizcocho de yogur. Ese que coges un yogur, lo echas al perolo y usas el envase como medida para añadir el resto de ingredientes.
Te cuento lo que hice: primero llené el envase con la harina… Luego me di cuenta de que hubiera sido mejor si antes hubiera lavado y secado el envase. Demasiado tarde, las paredes del yogur quedaron con un estucado marismeño de harina con yogur. Tástico. Da igual, yo p’alante. Después le eché assssssúcar, nada de sacarinoides, cuando sabes que vas a terminar ahogando el bizcocho en nutela tienes que dejarte de chumis naturhouseras.
Ahora el aceite… Vaya, hombre, solo tengo la mitad de lo que necesito, ¿y ahora qué? Como mujer adulta y madura me tiro de los pelos durante 3 minutos hasta que me arranco una idea feliz y dos canas: mezclo bien el azúcar con la harina, meto la mitad en un tupper y a la otra mitad le echo el aceite. ¡¡¡Para mantener las proporciones, colegui (no me ves pero tengo una cara de sobrada y prepuciopotente que ni todo el elenco de Gran Hermano Vip)!!
Ok, sigo con la mitad del bizcochoide. Lo bueno, si breve, vaya caca dura, pero qué se le va a hacer, diremos que es repostería de autor. Venga, tiro millas removiendo el caldero de la bruja mientras pienso los ilimitados usos que puedo darle al tupper de harina con azúcar que me mira con aire abatido… Al lío, voy a por los huevos. Vaya, en la nevera solo hay uno y no veo a mi marido por ninguna parte, él que siempre tiene tantos.
Pues necesitaba dos, ¿y ahora qué? No voy a tirarme de los pelos otra vez, tengo dignidad. Mejor meto la cabeza en el horno y… ¡leñññññññe, que está encendido, que me quemo la napia! Mira, voy a usar la misma estrategia de antes, una no tiene una idea brillante cada 5 minutos. Mezclo bien la masa, separo la mitad en un tupper y al resto le echo un huevo, con un par… Oh, oh, mi congrio ha entrado en la cocina y ha volcado el bol en cero coma.
Vaya… Bueno, pues le echo medio huevo a lo que queda y el otro medio a un tupper. Los tres tupper se miran y se encogen de hombros cuando no miro, pero yo lo sé porque me lo ha chivado el microondas. ¿Y por qué no has usado la otra mitad de masa?, pregunta una voz en off a la que envío ipso facto a tomar por el papo. En fin, termino de batir, vuelco el contenido en el molde… Cuando la gota de masa (sí, una gota, ¿tienes algún problema?) cae, yo creo que pasa hasta vergüenza. ¡Hala, al horno!
60 min más tarde la gota se ha convertido en un carboncillo que ya lo quisiera para sí Leonardo Da Vinci. Es tan pequeño que después de comerme distraídamente un sugus azul (¿Qué a qué sabe? Pues a azul, a qué va a ser) envuelvo el supuestamente esponjoso carboncillo con el papel. ¡Violá, bizcocho de sugus!
El próximo día te explicaré cómo hacer una tortilla de mierda con el medio huevo que me queda.
Por cierto, si quieres leer una buena novela que no tiene nada que ver con la cocina, te recomiendo “Al otro lado de las llamas”. Porque sí, aparte de escribir tonterías meloneras soy capaz de escribir bien. ¡Compruébalo!
Ja,ja. Son las 12,30 de la madrugada y tengo que controlar mis carcajadas y decirle a mi marido que se ria bajito. He he reido muy a gusto. Bravo guapa.
Gracias guapa!!! Pero reíros a gusto si, total, los vecinos están deshuesando un cadáver y no les importará el ruido 😉
Brutal el bizcocho. Las miradas entre tuppers y el chivato del microondas, buenísimo. Y la mezcla de harina y azucar con infinitas posibilidades…
Ante tanta risa junta sólo me queda decirte… te has tomado la pastillita del calmarse?
Hola Ruth!! Si me estás hablando de las mismas pastillitas del calmarse que se tomaron los dinosaurios cuando vieron acercarse un meteorito a la Tierra, se me han terminado… Las tenía en un tupper pero las tiré para meter harina y azúcar mezcladas, que nunca se sabe para qué puede hacer falta!!