Hace muchos, muchos años en un reino muy lejano…
Yo estaba de vacaciones, era Semana Santa. Solo con pensar en no tener que madrugar ni ir al instituto los pelillos de mi nariz temblaban de placer… Tenía montañas de planes, ideas y proyectos de ley que podía llevar a cabo en estos 4 días locos, pero no sé cómo se redujeron poco a poco a estar tirada en el sofá viendo la tele en chándal.
Vaya, los planes son como las famosas, cuando les haces un seguimiento de cerca terminan por quitarse el maquillaje y aparece el armadillo que llevan dentro…
En fin, siempre me quedaba el consuelo de que ÉL también pululaba por el barrio, así que de vez en cuando me ponía mi vestido de bruja Elvira (todavía me pregunto cómo leches movía los pompones con esas tetazas campurrianas, la tía…) y me iba a dar un voltio por si me lo encontraba con erótico resultado, pero nada, como mucho me cruzaba con alguna vieja que mascullaba algo de que la culpa es de los padres por no sé qué.
Los días iban pasando, mis esperanzas se evaporaban como el anís del Mono en un torneo de dominó y ÉL no aparecía por ninguna parte. De hecho, ya estaba en mi último día de vacaciones y llevaba mascando el mismo chicle desde hacía 3 horas (así empezó Schwarzenegger) cuando mi madre me pidió que bajara la basura.
Con gesto de asco me levanté del sofá, con cuidado, eso sí, de no deformar la marca de mi culo en el cojín, que luego cuesta mucho encontrar la postura. Me ajusté bien esa coleta estilo palmera cocotera que solo hubiera podido ser más alta si me hubiera subido a una silla, me subí la cremallera del chándal rosa de tigre (es que el leopardo es muy choni) y bajé a la calle en pantuflas con forma de osito blandiendo una bolsa que olía a interrogatorio de la Gestapo.
Y allí estaba ÉL. Un regusto amargo subió por mi garganta, no estaba yo como para recoger un Grammy. Me sentí como la protagonista de un cuento clásico. ¿La Cenicienta? No, yo estaba pensando en Vulgarcita… El caso es que para que no me reconociera metí la cabeza en la bolsa de basura y la peste (si no era bubónica sería la peste alta, por lo menos) me golpeó en la napia con toda la fuerza de un bacalao a la plancha de hace 3 días.
Desperté en la UCI.
Me mudé a otro continente.
Y colorín, colorado, pero que bien colorado este jeto se me ha quedado.
Verás, se acerca el día del libro y no es por malmeter, pero tienes que QUEDAR BIEN. Te aconsejo un buen libro, como por ejemplo «Al otro lado de las llamas», que siempre te hará quedar bien. En papel y en ebook, ¿qué más quieres? ¿Saber a qué huele un interrogatorio de la Gestapo?