Pon un jaguar en tu vida

Estoy muy cansada. Esta mañana me he levantado, he ido a vender huevos al mercado, con el dinero de los huevos me he comprado un jaguar, después me he dejado caer desde una claraboya colgada de una cuerda, he robado una diadema de esmeraldas y gumersindas, y después tengo torneo de brisca en el club de campo.

Ya ves, no paro, y me queda tiempo todavía para seguir dando los últimos toques a Lúa (por cierto, esta semana SÍ, te dejo un nuevo capítulo lleno de luz y de color). Esto tiene especial mérito porque la niña quería ver el jaguar y no hago más que oírlo rugir, o maullar, o llorar, yo qué sé, que yo no sé solfeo… ¡Cariño, si te enseña los dientecitos es que no quiere que lo acaricies! …Y no hay quien se concentre con tanto jaleo.

He pensado que este ritmo de vida tan disperso que llevo (mañana tengo que ir a ver al tasador a ver si me da más por la diadema o por las gumersindas sueltas) no puede traerme nada bueno… Sí que hace ruido el dichoso jaguar, parece un cantaor con juanetes… Como te decía, en el último chequeo tenía la presión un poco alta, como una uva en la vendimia.

He decidido que voy a reducir el número de actividades que hago: voy a borrarme de kung fu panda, dejaré el torneo de golf intermacetero, este año no me compro los cuadernos Santillana y, no sé, a lo mejor dejo las clases de mariachi. Y a todo esto, ¡qué silencio! Voy a ver a la niña, que se ha encerrado con el jaguar en el baño y… ¡Niña! ¡Saca la cabeza del bicho del wáter!

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