Hecatombe de san Juan

Hoy te escribo desde la indignación. Ayer fue san Juan, y… No, no voy a quejarme de esos simpáticos pilluelos que te lanzan a la cara una carga explosiva suficiente para volar el puente sobre el río Kwai, a ver qué pasa, y acabas buscando un ojo entre la hojarasca. Me refiero a la coca de san Juan.

No sé si esto se hace también en Tegucigalpa, pero en mi tierra por san Juan te metes entre pecho y espalda una coca… ¡qué coca! De crema, de piñones o de frutititas confitadas (de las cuales solo se salva la naranja aunque cada año se me olvide y le pegue un bocado a la cosa esa verde que sanidad debería prohibir)… 90% azúcar, 200% de grasa y vitamina C (por la frutitita).

La coca de san Juan se vende al precio del barril de Brent. Tú vas a tu pastelería habitual, pides palmo y medio de coca y te la cobran como si la hubieran extraído los enanitos de Blancanieves de las profundidades del averno. No pasa nada, un día es un día, una vez al año no hace daño, hazme un apaño que me van a reventar los huevos y esas cosas que se dicen.

PERO lo que no se puede consentir es que cuando liberas esa coca de crema (esa crema amarilla cuya composición solo conoce el dueño de la Coca-Cola) de la caja de cartón, el papel de seda y el ratoncillo que se la está comiendo desde dentro, no tenga crema en el 35% de su superficie (lo he calculado).

No hay crema en el borde, y parece que la desertización de crema avanza hacia el centro de la coca a veces hasta un palmo de los míos. ¡Que mis palmos son pequeños pero estoy contando las uñas y los palillos chinos que estoy sujetando! No se puede consentir, la coca sin crema es como meterse un puñado de tierra en la boca, eso para hacerlo pasar p’adentro tienes que ahogarlo sucesivas veces en calimocho.

Al final, todo el mundo se come la parte del centro y van quedando los bordes (que al día siguiente pasan las constructoras a recogerlo para las obras), como si esto fuera una pizza. Me parece una injusticia y desde aquí exijo que la crema cubra como mínimo el 97% de la coca, por arriba y por abajo, y ya veré yo por dónde la cojo, que ese es mi problema. Que la frutitita verde se la metan por donde amargan los pepinos y le pongan más naranja, que es lo que mola. Y, por último, que te leas el próximo capítulo de Lúa, que seguro que me ha dado más trabajo que hacer una coca y te lo pongo gratis. ¡Sin bordes!

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