Hoy es mi primer día de vacaciones. Muchos dicen que cuando llegan las vacaciones, empiezan a vivir, pero si empiezas a vivir y ya aparentas treinta y pico años, o eres familiar de Benjamin Button o ya te puedes enchufar biberones de crema hidratante. Lo que sí es cierto es que es un momento mágico, lleno de expectativas, de proyectos, de sueñozzz… Zzzz… Zzzz…
¿Qué voy a hacer con todo este tiempo libre con que los follaritos me han bendecido? Me iré unos días a la montaña con mi familia. Amantes del sofá y las palomitas, lo van a flipar cuando les ponga el martillo y el piolet en las manos y, ¡hala! ¡A triscar pared arriba! Bueno, en realidad, lo más probable es que nos demos paseítos por prados verdes y LLANOS y nos comamos bocadillos de chopped mientras hacemos fotos a las cabras como desgraciados.
Pero nuestra estancia en las montañas de Heidi solo va a durar unos días, y mis vacaciones son tamaño XL, así que voy a tener tiempo para repasar mi tercera novela… ¡Esta es de suspense! ¡Época victoriana! Cómo me gusta ir cambiando de estilo, la cuarta igual será un ensayo sobre Kant y se llamará “Yes I Kant”.
También tendré tiempo para pintarme las uñas. Bueno, es que se me da muy mal, cuando voy por la tercera uña de la segunda mano, toco algo con la cuarta uña de la primera mano y la laca queda como un acordeón. Entonces tengo que coger un algodón con acetona y quitar todo el esmalte, con sumo cuidado para que la acetona no toque otras uñas pintadas, porque me las desgracia. Pero siempre toca alguna, entonces tengo que volver a pintarla también… Y así, días y días hasta que decido pedirle a alguien que me las pinte.
Ahora que lo pienso, hoy podría pintarme las de los pies… Pero no, que me voy dentro de cinco días y no me va a dar tiempo.