¿Sabes? Me ha dado por el crochet. No, no es eso de darle hostias a una pelotita con una maza (deporte de esos que no adelgazan), es ganchillo de toda la vida. Como una abuela, sí… Salvo que ahora está muy de moda y queda muy cool hacer bragas de lana (de las del cuello, las otras mejor no, que eso pica más que las hormigas caníbales) en el tren. Siempre y cuando lleves algún detalle hípster, fashion victimer o chachipiruler, como unos auriculares de color fursia (perdón, furcia) más grandes que las orejas de Dumbo.
Todo empezó con un dolor de espalda que no me dejaba moverme. Necesitaba algo que hacer, ya había roído todas las patas de la mesa y me aburría. Muncho. ¿Y por qué no escribías, alma de cántaro?, preguntarás… ¡Pues porque no me sale del pitingo! Quería cambiar, hacer algo diferente, innovador, algo que revolucionara el mundo… ¡Un gorrito de ganchillo!
Y empiezas con un gorrito de bebé, te sobra lana, haces unos patucos… Como no le quepa todo esto cuando nazca, el osito de peluche va a tener más ropa que Pretty Woman después de irse de compras. Ahora estoy haciendo gorros, bragas y bufandas a amigos y familiares. En dos meses calculo que tendré todo el piso cubierto de tapetes. Después… ¡EL MUNDO!
Podría ser peor, podría invertir mi tiempo en lanzar papel de wáter usado por el balcón. Con el crochet (ay, suena como a bollería… Ponme un café con leche y un crochet de chocolate, porfins, camareri), siempre que alguien venga a verme y me haga parar de vez en cuando para que no muera de inanición, para que me duche y esas cosas que… Vaya, me he hecho popó encima. Necesito más vida social.
¿Sabes que estoy participando en una lectura conjunta de mi novela “Lúa” con un grupete muy majo de gente? Ellos se lo pasan muy bien, pero yo me estoy comiendo los puños porque van comentando a medida que van leyendo y por no desvelar la trama, me tengo que morder los puños. Con el de la izquierda ya voy por el codo…