Se pusieron en camino en seguida. Kendra caminaba al lado del caballo y lo iba guiando. Rendel, con el saco en la cabeza, iba montado muy erguido, con una extraña dignidad. Cuando pararon a comer Kendra le quitó el saco de la cabeza al chico y cuando reanudaron la marcha, después de mucho pensarlo, consintió en que fuera con la cabeza descubierta. Se puso un poco nerviosa porque calculaba que estarían cerca de la granja donde había robado la ropa semanas atrás, pero ni siquiera la vio. Rendel le propuso que montara con él en el caballo. La niña miró el enorme animal con aprensión.
– No tengas miedo, yo te sujetaré- se ofreció Rendel.
El chico la subió al caballo y él se montó detrás, rodeándola con los brazos. Pasados unos primeros momentos de tensión, Kendra se fue relajando y hasta disfrutó del paseo. Por el camino iba señalando árboles y plantas y explicándole a Rendel sus propiedades.
Cuando empezaba a anochecer vieron las luces del pueblo a lo lejos. Era más grande de lo que parecía desde lo alto de Grandullón.
– Bueno, ya hemos llegado- dijo la pequeña.
– Gracias por traerme hasta aquí.
– Toma- Kendra se sacó de un bolsillo la bolsa de dinero que había encontrado en uno de los macutos-. Lo necesitarás para llegar a casa.
Rendel abrió la bolsita y miró dentro.
– Aquí hay mucho más dinero del que necesito. Me quedaré la mitad. Guárdate el resto.
– ¿Y yo para qué lo quiero?
– Nunca se sabe. Tal vez un día necesites comprar algo. Alguna cosa necesitarás, niña de los bosques- dijo riendo. Kendra también sonrió.
– Toma…- le tendió el puñal por el mango a Rendel. Él lo cogió y se lo quedó mirando.
– Me lo regaló mi padre cuando cumplí doce años- Kendra guardó silencio. Tuvo que retenerse para no cogerlo y salir corriendo. Rendel se mordió el labio inferior, pensando-. Te lo regalo.
La cara de la niña se iluminó.
– ¿En serio?
– Qué menos, me has salvado la vida. Así tendrás algo para recordarme.
– ¡Gracias!- los ojos de Kendra brillaron al mirar el valioso obsequio.
– Se está haciendo de noche…
– Sí, será mejor que te vayas ya.
– No, si lo digo por ti. ¿Quieres venir conmigo y dormir en una posada? Sólo por esta noche.
– Mmmm… No. Mejor no- Kendra se mordió el labio inerior, nerviosa.
– Mira, vas a tener que dormir ya, y yo sólo veo nieve por todas partes. Venga, ven conmigo.
La verdad era que tenía razón. Dormir a la intemperie en medio de la nieve no era una buena idea.
– Bueno… Pero no te separes de mí. ¡Y mañana por la mañana me vuelvo!
El chico sonrió y la condujo al pueblo de la mano. Ató al caballo a un abrevadero que encontraron.
A medida que se acercaban Kendra se fue poniendo más y más nerviosa. Rendel se dio cuenta y le cogió la mano con fuerza.
– No tengas miedo. No va a pasarte nada.
Kendra asintió pero no se lo creyó. Se adentraron en las calles, prácticamente desiertas a aquellas horas. Eso la tranquilizó un poco. Rendel iba fijándose en los carteles buscando alguna posada. Después de dar algunas vueltas localizó una. La niña iba tan concentrada en memorizar el camino para volver al bosque y en que nadie les abordara que no se dio cuenta de que habían llegado hasta que la hizo meterse por una puerta. Nada más entrar sus sentidos se vieron asaltados por viejas sensaciones que ya había olvidado. El olor a estofado, vino y sudor rancio, el ruido de los parroquianos charlando animadamente, la calidez del ambiente debido a un fuego situado en una chimenea al fondo y al calor humano de más de veinte personas concentradas en la sala… Kendra se asustó y se mareó. Rendel, que todavía la llevaba de la mano, notó un tirón cuando intentó avanzar hacia el posadero y la niña tiró en dirección contraria. De hecho Kendra se soltó de la mano y salió fuera. Rendel salió detrás de ella, preocupado. La encontró apoyada en la pared de fuera, sudando y respirando entrecortadamente. Tenía la mirada desenfocada. Rendel intentó abrazarla pero ella se lo impidió gritándole y dándole manotazos ciegamente.
– ¡Vale, vale! No te toco- dijo él levantando las manos en señal de rendición-. ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien?
– No-no puedo entrar ahí. No debería haber venido. Quiero irme a casa- una lágrima resbaló por su mejilla.
– Nadie va a hacerte daño, Kendra- la niña no parecía oirle-. ¿Qué te ha pasado, pequeña?- Rendel se preguntó esto último más para sí que para ella.
Kendra se dejó resbalar por la pared hasta el suelo y se abrazó las piernas con fuerza.
– ¡Quiero irme a casa!
– ¿No quieres pasar entre la gente?- la niña negó con la cabeza- Tengo una idea. Yo entraré y le pediré al posadero una habitación. Luego me asomaré por la ventana y tú entrarás por allí, ¿vale?- señaló las ventanas de las habitaciones. Ella asintió y se secó la cara con la manga.
Rendel fue hacia la puerta.
– No te muevas de aquí- le dijo señalándola con el dedo.
Rendel entró y consiguió una habitación en la primera planta con vistas a la calle alegando que quería luz natural y que tenía vértigo. El posadero le miró con indiferencia. Total, tenía casi todas las habitaciones vacías… Al cabo de un rato se asomó por una ventana. Kendra ya no estaba al lado de la puerta. No se la veía por ninguna parte.
– ¡Kendra! ¡Kendra!- gritó lo más bajo posible.
Kendra apareció de entre las sombras y corrió hasta colocarse bajo la ventana.
– Voy a ver si encuentro algo para ayudarte a subir- dijo Rendel volviéndose hacia dentro de la habitación.
Al cabo de un momento oyó cómo se cerraba la ventana y al girarse vio que la niña ya estaba dentro.
– ¿Cómo te has encaramado tan rápido?
Kendra se encogió de hombros.
– Comparado con trepar a un árbol ha sido pan comido.
La habitación era pequeña y no estaba muy limpia pero no les importó. Rendel señaló la cama.
– Quédate la cama. Yo dormiré en el suelo- al fin y al cabo era lo que se esperaría de un caballero.
Kendra se sentó en la cama y de inmediato se acordó de su cama, de su casa y de su madre. Se levantó.
– No, yo estoy más cómoda en el suelo- Rendel abrió la boca para replicar-. En serio.
Antes de que Rendel pudiera decir nada, Kendra se tumbó en un rincón, sobre una alfombra. Para ella era como dormir en un palacio. Rendel cogió una manta de la cama y tapó a la niña. Luego se echó a dormir. Estaba destrozado.
A la mañana siguiente Rendel se despertó y vio a Kendra mirando el cielo por la ventana. La niña no había pegado ojo en toda la noche. No paraba de oír ruidos y conversaciones, y no podía dejar de pensar en todas las personas que tenía alrededor. No veía la hora de irse.
– Ah, ya estás despierta. ¿Te apetece desayunar?
– Si te parece bien, coge algo de comer abajo y yo te espero fuera- sin esperar respuesta, Kendra abrió la ventana y saltó fuera.
– ¡Qué haces!- Rendel se asomó a la ventana corriendo y vio con alivio que la niña estaba bien.
Tan pronto puso un pie en la calle Kendra se arrepintió de haberlo hecho. Debería haber esperado a que Rendel saliera con la comida para saltar. De día la calle estaba llena de gente que iba arriba y abajo, y también pasaban carretas tiradas por mulas y algunos jinetes a caballo. Y encima había atraído la mirada curiosa de varias personas al saltar desde un primer piso como un gato. El pánico se apoderó de ella. ¿Y si la gente que había asesinado a su madre estaba allí? ¿Y si venían a por ella? Kendra buscó un lugar donde esconderse y se metió detrás de unos barriles. Por desgracia los estaban cargando en ese momento, y al cabo de un momento el mozo que los trajinaba la descubrió y le soltó un par de gritos.
– ¡Éste no es lugar para jugar, niña! ¡Vete a tu casa antes de que me enfade!
El mozo no fue especialmente duro pero Kendra se alejó aterrorizada. Corrió un poco más allá y se metió en un portal. Allí se sentó en el suelo, se abrazó las piernas y cerró los ojos con fuerza. Los ruidos de la calle la aturdían. ¿Por qué había tenido que hacer caso a Rendel? No sabía cuánto tiempo llevaba allí sentada cuando notó que alguien le ponía una mano en el hombro. Ella se sobresaltó y dejó escapar un grito.
– Tranquila. Creía que te habías ido- dijo Rendel-. Llevo un rato buscándote.
Kendra abrió los ojos y vio a su amigo. Suspiró aliviada. El chico se sentó a su lado y abrió un paquete aceitoso. Dentro había pan y salchichas frías. Entre los dos dieron cuenta del desayuno en silencio. Kendra evitó mirar hacia la calle en todo momento. Cuando terminaron Rendel se levantó y cogió a Kendra de las manos para levantarla.
– Te acompaño hasta el bosque- dijo Rendel saliendo fuera.
Kendra miró a la calle con aprensión y no salió.
– No quiero salir…
– ¿Quieres que te lleve?- sin esperar respuesta Rendel cogió a la niña en brazos y empezó a andar.
Kendra se resistió en un primer momento, pero luego apretó la cara contra en cuello de Rendel y cerró los ojos. Los ruidos de la gente la asustaban tanto que iba rígida como una estatua. Por otro lado la sensación de que la llevaran en brazos le recordó a su madre y la reconfortó. La echaba tanto de menos… Rendel fue con la niña a cuestas hasta más allá del límite del pueblo. Se sorprendió de lo poco que pesaba. Al fin la dejó en el suelo. Kendra abrió los ojos y sonrió.
– Qué vergüenza que me hayas visto así…
Él se rio.
– Me tranquiliza que tengas algún punto débil. Ya creía que eras invencible.
– ¿Sabes ir a tu casa desde aquí?
– He preguntado en la posada. A mediodía sale un carruaje hacia Gádenon. He tenido suerte porque así no tendré que cabalgar solo.
Kendra asintió con aprobación.
– Buena suerte, Rendel.
– Buena suerte, Kendra.
Rendel la abrazó de improviso y le dio un beso en la mejilla. Ella se asustó tanto con su gesto que en un primer momento levantó los brazos para defenderse. Luego se quedó cortada. Rendel le revolvió el pelo con la mano y se fue andando.
– Adiós- gritó agitando la mano desde lejos.
– Adiós- susurró Kendra. Al parecer no toda la gente era mala.
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