Acordaron que comenzaría a trabajar al día siguiente, así que Kendra aprovechó lo que le quedaba de tarde para ir de compras. Vendiendo hierbas había conseguido cuarenta y dos roanes. No era mucho, pero sí suficiente para comprarse un vestido sencillo de color verde. El sastre de la tienda se maravilló de que el que llevaba la niña puesto no se desintegrara con sólo tocarlo. Todavía le sobró algo de dinero, así que se compró una hogaza de pan y un queso pequeño. Con eso podría pasar varios días. Con la comida y el vestido nuevo en su macuto regresó a la herboristería justo cuando estaba cerrando.
– ¿Cómo te llamas?- pregunto Kendra.
– Me llamo Tesio, pero tú me llamarás jefe- ella hizo un gesto de indiferencia. Poco le importaba cómo quería que lo llamara.
– ¿Dónde…?
Tesio levantó la mano para que se callara.
– No voy a charlar contigo. ¿Tú que te has creído? ¿Me extorsionas y luego pretendes hablar de a cómo van las longanizas?
Kendra intuyó que era mejor no decir nada más. Fueron a casa del viejo en silencio. Kendra notó que Tesio cojeaba un poco pero no dijo nada. Después de girar por un par de calles llegaron a su destino. Era una casa de dos plantas en un callejón. Tesio abrió la puerta con una llave que se sacó del bolsillo y entró dentro. Kendra le siguió en silencio. En el interior estaba todo oscuro. El viejo encendió una lámpara y la niña vio un comedor limpio y ordenado, presidido por una chimenea. Una pared estaba ocupada por estanterías llenas de libros del suelo hasta el techo. En otra había un cuadro bastante feo de un cuenco con frutas. En medio del comedor había una mesa y cuatro sillas. De la estancia partía una escalera hacia arriba y tres puertas. Tesio fue a la de la izquierda y la abrió.
– Cocina- dijo lacónicamente-. No toques mi comida.
Kendra asomó la cabeza con curiosidad pero Tesio se alejó en dirección a otra puerta llevándose la luz. Abrió la puerta de la derecha.
– Tu cuarto- dijo, y pasó de largo.
Kendra apenas pudo vislumbrar una habitación alargada con una cama y un armario al fondo. Cuando se giró el viejo ya estaba en la puerta de en medio. La abrió y la niña vio que daba a un patio trasero. Al fondo había una pequeña caseta. El viejo señaló la caseta.
– Retrete.
– ¿Dónde puedo lavarme?
Tesio pareció verla por primera vez.
– Ah, pero, ¿tú te lavas? No lo parece a juzgar por tu aspecto- Kendra se arrepintió de no haberse llevado puesto su vestido nuevo. Tesio señaló un pozo y un barreño grande-. Ahí puedes bañarte y lavar tu ropa.
Tesio se dirigió a la escalera. La niña le siguió pero él se giró, con el pie puesto en el primer peldaño.
– Arriba no hay nada que te interese. No subas.
– Bueno.
El viejo desapareció escalera arriba y, con él, la luz de la lámpara. Kendra se fue a su habitación en medio de la penumbra. Una vez dentro encendió una bola de fuego y la hizo flotar en medio del cuarto. Era fantástico. Era alargado, y tenía una cama puesta a lo largo, con un lado pegado a la pared. Encima de la cama había una ventana con… ¡una ventana! Kendra corrió a correr las cortinas y rezó para que nadie hubiera visto la bola de fuego flotando en el aire.
– Tranquila, no hay nadie en el callejón. Pero la próxima vez sé más cuidadosa- le dijo el fuego.
– Lo siento- repuso ella con una sonrisa-. Estoy tan contenta…
Al lado de la cama había una mesita con una lámpara encima. Kendra puso el fuego en la lámpara y así ya no tenía de qué preocuparse. Luego fue al armario del fondo y lo abrió. Un penetrante olor a cerrado y a polillas le asaltó la nariz. Dentro había algunas mantas, sábanas y abrigos colgados. Kendra sacó su ropa y se dispuso a colgarla, pero descubrió con disgusto que se había impregnado de olor a queso y se había manchado de aceite. Tendría que lavarla. El pan y el queso los dejó sobre la mesita de noche, ya que no tenía otro lugar para ponerlos y no quería que todo el armario oliera a queso. Luego cogió la ropa y se fue a lavarla. Total, era un momento. El patio ya estaba a oscuras. Iluminada por su lámpara, Kendra miró alrededor y se aseguró de que no hubiera ninguna ventana que diera al patio ni que hubiera nadie mirando. De ser así se hubiera pasado mil años lavando. Se asomó al pozo e inmediatamente subió una columna de agua del fondo. Kendra dirigió el agua al barreño y metió la ropa dentro, sus vestidos hechos trizas y el nuevo, de color verde. Le pidió al agua que se llevara la suciedad y, después de esperar un momento, sacó la ropa del agua, totalmente seca. Por último cogió los vestidos uno por uno y sopló dentro del cuello. La ropa se impregnó de un suave aroma a bosque. Así estaba mejor. Aprovechó ya que estaba allí para darse un baño rápido y luego volvió a su cuarto, completamente seca. Antes de colgar la ropa en el armario sopló dentro y se llevó el mal olor. Luego se fijó que toda la habitación tenía una fina capa de polvo. Le pidió a la brisa si podía reunir toda la porquería en una bola. Al momento se levantó un soplo de aire que pasó brevemente por la habitación dejando una bola de polvo en medio del suelo. Kendra la cogió y la tiró por la ventana.
Después de cenar un poco de pan con queso la niña se metió en la cama. No estaba tranquila después de lo que le había pasado en el pajar. Cualquiera podría romper el cristal de la ventana y entrar dentro. Por eso Kendra, después de pensárselo, se acomodó con una manta en el techo, justo encima del armario. Así, si el viejo entraba, siempre podría decir que dormía echada sobre el armario. No es que fuera una buena explicación pero era mejor que decir que estaba pegada al techo.
El trabajo en la herboristería le encantó. La compañía, no tanto. Al principio Tesio la enviaba a recolectar las plantas que se le iban acabando. Decía que le molestaría en la tienda. A los pocos días se encontró que tenía todo el almacén lleno. Eso le sorprendió bastante porque había previsto tener a la chiquilla entretenida por lo menos un mes para encontrar todas las plantas. Algunas eran muy raras. Incluso un par de veces le pidió a la niña una planta que no conocía.
– Trae un poco de jaramilla, que se está terminando.
– ¿De qué?
– Jaramilla. ¿No la conoces?
Kendra sacudió la cabeza.
– No importa. Ya preguntaré…- y salió por la puerta.
– ¿Qué te crees, que hay un dependiente en el bosque para ti?- le gritó el viejo desde el mostrador.
Sin embargo, a media mañana Kendra volvió con raíces de jaramilla. Raices. ¿Cómo había sabido la niña que era eso lo que necesitaba? Tesio estaba convencido de que tenía algún amigo que la ayudaba, pero a él le daba igual mientras cumpliera con su trabajo.
– ¿Sabes para qué sirve?
– Para aliviar las almorradas.
– Almorranas- la corrigió él.
– ¿Qué son las almorranas?- preguntó la niña.
Tesio se la quedó mirando y se ajustó bien aquellos lentes que llevaba sobre los ojos.
– ¿Cómo puedes saber que las raíces sirven para las almorranas y no saber lo que son las almorranas?
– No sé…
– ¿Qué son las almorranas? ¿Y tú me lo preguntas?- Tesio se acercó tanto a ella que sus narices casi se rozaron- Almorrana eres tú.
Cuando todos los tarros de la botica estuvieron a rebosar Tesio la puso a limpiar. Eso tendría entretenida a la niña… hasta la eternidad. Tendría que quitar los tarros estantería por estantería, limpiarlos, limpiar el estante, volver a colocarlos en el mismo orden… Kendra cogió un trapo de buena mañana y se subió a lo alto de una escalera. Tesio iba atendiendo a los clientes cuando cayó en la cuenta de que la niña no retiraba los tarros para limpiar. La estuvo observando de reojo un rato. La niña se limitaba a pasar el trapo por encima de los tarros y un poco en el espacio que quedaba entre ellos. Era imposible que lo estuviera haciendo bien.
– Sí que vas rápido…- comentó.
Kendra le sonrió. Ya llevaba cuatro estantes.
– ¿Seguro que lo estás haciendo bien?
– Claro- le aseguró la niña.
– Voy a coger este otro trapo limpio y lo voy a pasar por los tarros. Si sale sucio tendrás que volver a empezar. Y hacerlo tal y como te lo he pedido. Quitando los tarros, limpiándolo todo a fondo y volviéndolos a colocar.
– Bueno- Kendra se bajó de la escalera y dejó que se subiera el viejo.
– Las cosas, o se hacen bien o no se hacen- dijo entre dientes mientras se encaramaba con dificultades a lo alto de la escalera.
Cuando llegó arriba miró el estante más alto y aparentemente estaba todo limpio. Qué raro. Él sabía por experiencia que los tarros de allí arriba no se tocaban casi nunca y que tenían una capa de polvo que se había solidificado por completo. Para limpiar un solo tarro debería pasarse por lo menos media mañana frotando. Tesio blandió el trapo ostentosamente delante de la niña y lo pasó por el estante. El trapo quedó limpio. Luego lo pasó por los tarros, apretándolo bien para arrastrar cualquier resto. Limpio. Sorprendido y enfadado a la vez, cogió un tarro y lo giró. Se había fijado en que Kendra no giraba los tarros cuando los limpiaba. Estaba perfecto. Y no había cerco de polvo sobre la madera del estante. Increíble. ¿Cómo lo había hecho? Tesio bajó de la escalera malhumorado.
– ¡Dame tu trapo!- gritó.
Debía de haber utilizado algún tipo de disolvente fuerte. Tesio se llevó el trapo a la nariz para ver si olía a algo, pero lo único que consiguió fue un fuerte ataque de estornudos. El trapo estaba seco. Le tiró el trapo a Kendra a la cara. No quería preguntarle cómo lo había hecho, era demasiado orgulloso. Qué rabia le daba aquella niña…
– ¿Qué haces ahí parada, holgazana? ¡Sigue limpiando!
La botica estuvo como una patena en una mañana. Los clientes se dieron cuenta de ellos porque al entrar comentaban lo limpio que estaba todo y lo bien que olía. Tesio tuvo que admitir que era cierto. Olía a limpio. Casi no parecía su botica y se sentía un poco raro en ella.
Como ya no tenía otra cosa con qué entretenerla la puso a atender a la gente. Bajo su supervisión, claro. Kendra quería hacerlo bien pero tenía un problema: no sabía leer. Los tarros eran de cerámica y no había manera de saber lo que había dentro. Decírselo a Tesio no era una opción. Sabía que el viejo estaba deseando verla meter la pata y no iba a darle ese gusto. Y la tienda tenía tanta luz que el viejo no tenía ninguna lámpara encendida hasta bien entrada la tarde. Nada de fuego que pudiera ayudarla.
La primera clienta que tuvo que atender fue fácil. Pidió algo para la alergia. Ésa se la sabía. Al ser primavera venía mucha gente con alergia al polen, y Tesio siempre cogía el remedio del tercer tarro de la derecha. Sin pensárselo dos veces cogió el tarro y lo abrió. Del tarro le llegó un desagradable olor como a vinagre. Había acertado. Kendra le dio a la mujer la cantidad que había pedido y miró a Tesio, que enarcó una ceja.
– El precio está en la etiqueta, ¿no lo ves?- le dio un pescozón a la niña.
Pues no. El número sí lo entendía pero, ¿cinco, qué? ¿Roanes? ¿Minas? ¿Por kilo? ¿Por libra? ¿Por unidad?
– Prefiero no tocar el dinero. Para que no haya malentendidos.
Tesio se sorprendió y, por primera vez, a Kendra le pareció que era para bien. Sin hacer ningún comentario cobró a la mujer. Kendra tomó nota mental de lo que había cobrado. Tres roanes. Ella le había servido media libra. Entonces una libra eran seis roanes.
Con el siguiente cliente no tuvo tanta suerte.
– Buenos días. Tengo artritis en las manos y últimamente me está matando. Casi no puedo moverlas. ¿Tienes algo que pueda ayudarme?
Tesio miró a Kendra con curiosidad. Quería ver si conocía la respuesta. No la conocía. Kendra intentó algo a la desesperada. Nunca había intentado hablar con una planta muerta. Había dado por hecho que no era posible, pero el fuego le hubiera dicho que tampoco era posible hablar con él, ¿no? Intentó comunicarse. Se acercó bastante a la estantería y habló muy cerca de los tarros para que las hierbas de dentro pudieran oírla.
– ¿Alguien puede calmar la artritis?- preguntó haciendo ver que buscaba un tarro.
No se oyó nada. El hombre se puso a charlar con Tesio:
– Parece que ese Demonio Rojo ha vuelto a atacar- dijo.
– Vaya, demasiado tranquilos estábamos…
– Andaos con ojo porque el día menos pensado se presenta aquí- el hombre miró instintivamente hacia la puerta.
Kendra, entre tanto, seguía intentando encontrar la planta adecuada.
– ¿Alguien puede calmar la artritis?- repitió mientras seguía repasando los tarros.
Miró a Tesio de reojo. Al parecer no emitía ningún sonido al hablar con las plantas. O los tarros. O lo que fuera.
– ¡Por favor, un remedio contra la artritis!- gritó desesperada.
No obtuvo respuesta y Kendra sabía por qué. No podía hablar así como así con cualquier cosa. La primera vez siempre le costaba mucho. Las plantas hablaban de forma similar y por eso ya las oía perfectamente a todas pero la primera vez que habló con una ardilla, por ejemplo, tardó varios días en oírla. Tal vez le estaba pasando eso ahora. O tal vez las hojas y raíces molidas no hablaban…
No podía esperar más. Necesitaba una salida ya. Así que hizo uso de su nula experiencia como embustera y fingió un desmayo.
– ¡Ahh!- suspiró y cayó al suelo sin poner las manos para parar la caída. Se dio un buen golpe en la cara cuando chocó con el duro suelo de piedra.
Tesio se la quedó mirando con más curiosidad que preocupación. Fue el cliente el que se molestó en recogerla del suelo como pudo, dado lo mal que tenía las manos.
– ¡Dios mío!- gritó mientras se abalanzaba hacia la niña- ¡Se ha desmayado! ¡Ayúdame!
Sólo cuando el hombre se lo pidió Tesio fue con desgana a socorrer a Kendra. Entre los dos la sentaron en una silla y el hombre le dio unas palmaditas en la cara.
– ¡Niña! ¡Niña! ¿Me oyes?
Kendra no respondía. Estaba pensando a toda velocidad qué podía hacer. De momento, seguir llamando a la hierba que buscaba. Si quería contactar tenía que esforzarse en ello. Pero le llevaría tiempo. Entre tanto oyó como Tesio trajinaba con los tarros. No veía lo que hacía porque tenía los ojos cerrados pero tuvo un mal presentimiento. ¿Qué estaría haciendo? Oyó como se acercaba a ella.
– Tápate la nariz- le dijo Tesio al cliente.
Se oyó un “¡plop!” y, de repente, un insoportable olor a pescado en descomposición, huevos podridos y pozo negro le asaltó las fosas nasales. Inmediatamente Kendra se incorporó como un resorte y vomitó en el suelo. Al levantar la vista vio al viejo sonriéndole con unas pinzas en la nariz. Oh, cómo le odiaba… Le pareció que sonreía satisfecho pero no podría asegurarlo porque en seguida se giró para terminar de atender al cliente, que todavía se estaba tapando la nariz con dos dedos y miraba a Kendra con estupor. Tesio tapó el tarro y sirvió al hombre su remedio para la artritis.
– ¡Kendra, limpia ese desastre!
Kendra fue diligentemente a limpiar el vómito, contenta de no tener que atender a nadie mientras tanto. Se lo tomó con bastante calma pero al final tuvo que guardar el cubo y la bayeta. Aquel trozo de suelo relucía más que el resto. Por suerte ya se le había ocurrido algo.
– Tengo frío- dijo tiritando.
– No hace frío- respondió el viejo sin mirarla.
– Pues yo estoy congelada- para dar veracidad a sus palabras la niña se abrazó a sí misma.
Tesio se volvió hacia ella con los brazos en jarras.
– Pues no pienso encender un brasero por ti. Hace demasiado calor.
– Déjame al menos encender la lámpara y me caliento las manos con la llama…- puso su voz más lastimera.
Tesio masculló algo pero no dijo nada. Kendra lo tomó como un sí. Sin perder un instante la niña cogió el pedernal y el yesquero y… Casi le dio la risa. Resulta que no había usado uno en su vida. Procurando ponerse entre el viejo y la lámpara para que no viera lo que estaba haciendo, hizo ver que hacía algo con el pedernal y el yesquero, y le pidió al fuego que encendiera la lámpara.
– Menos mal que estás aquí- suspiró aliviada.
– ¿Pasa algo?
– Necesito que me ayudes. No sé leer y tengo que…
El fuego tembló un poco.
– ¿No sabes leer?
La niña se sonrojó.
– No…- hizo una pequeña pausa- Necesito que me digas dónde está el tarro que busco cuando te nombre una hierba. ¿Lo harías por mí?
– Bueno.
– Y mientras no viene nadie, ¿podrías irme diciendo lo que hay en cada uno? Así me los voy aprendiendo y ya no me los tendrás que chivar…
– ¿Qué haces?
Kendra parpadeó. Era Tesio.
– ¿Qué?- preguntó, desconcertada.
– Mueves los labios como si hablaras. ¿Qué dices?
– Nada…
¿Realmente los movía?
– ¿No estarás insultándome?- Tesio se colocó bien los lentes mientras la observaba con desconfianza.
– No, no…
No, pero ahora que lo decía…
Kendra se centró en lo que le interesaba. Procurando darle la espalda al viejo para que no la viera vocalizar continuó hablando con el fuego.
– ¿Empezamos?
El fuego comenzó recitando las etiquetas de la hilera de abajo. Luego Kendra repetía la lista. Lo hicieron varias veces hasta que la pudo recitar de carrerilla sin equivocarse y entonces comenzaron con otra hilera. Cuando entraba alguien Kendra le atendía diligentemente. Le decía al fuego la hierba que buscaba y él le decía dónde estaba. Así pasaron el resto del día. Al día siguiente la niña adujo que volvía a tener frío y volvió a encender la lámpara. Tesio le dijo que le descontaría el aceite de la lámpara de su sueldo pero no le importó. Con tiempo y esfuerzo la niña aprendió de memoria la posición y el precio de cada hierba en una semana y media. Una de las primeras cosas que descubrió fue que cuatro tallos de mata de carretero costaban quince roanes. Eso no lo se le olvidaría…
Aquella noche estaba tan contenta que cogió un plato hondo de la cocina, echó un puñado de jazmines que había ido a coger al bosque expresamente y dejó que el fuego los quemara como premio.
– Me encanta el olor a jazmín…- susurró el fuego mientras quemaba las flores.
Poco a poco se fue sintiendo más cómoda con los clientes y se fue soltando. La gente estaba encantada con ella, en comparación con el viejo rancio era refrescante como una tormenta de verano, y se notó en la caja. Tesio, sin embargo, nunca parecía contento. Siempre le hacía notar que no la había contratado por gusto y que, si por él fuera, la niña podía irse al infierno. Y cada dos por tres le daba pescozones y alguna bofetada. A Kendra no le hacía ningún daño porque sabía girar la cara rápidamente al contacto como si fuera una hoja golpeada por el viento, casi sin peso. Se lo había enseñado a hacer un roble. Pero le dolía en el orgullo. El viejo tampoco quiso darle una llave de casa. Le dijo que si él no estaba, ella tampoco podía entrar. Que a saber lo que podría robarle. Kendra apretó los dientes pero no dijo nada. De todas formas era muy sencillo saltar la valla que daba al patio trasero y entrar en la casa, así que le daba igual si no le daba la dichosa llave. Por ella se la podía meter por donde le cupiera. Tampoco podía poner su comida en la cocina, a menos que no le importara que desapareciera sospechosamente. Kendra odiaba a Tesio con todas sus fuerzas. Con todo, él era lo más parecido a una familia que tenía en el pueblo. Qué tristeza. Cuando lo pensaba, Kendra apretaba el colgante de su madre y tocaba la hoja de hiedra que siempre la acompañaba, ya seca.
Los domingos era el día favorito de Kendra. Se levantaba temprano y se iba a pasear por el pueblo. Algunas personas la reconocían de la tienda y la saludaban. Eso la hacía sentir integrada. Ya no le daba miedo nadie. Alguna vez se cruzaba con los niños de la fuente. La primera vez uno de ellos levantó la mano para saludarla, pero bajó la mano rápidamente y se encogió un poco cuando el cabecilla le clavó un codo en las costillas. Desde entonces pasaban junto a ella sin mirarla, como si no existiera. Ella, por su parte, tampoco les hacía el más mínimo caso. Pandilla de desgraciados… A veces se permitía el lujo de ir a tomar algo a la posada. Se sentaba en un rincón a tomarse un vaso de leche y se dedicaba a disfrutar del ambiente y oír historias. En realidad poco le importaba si la mujer del carnicero se la estaba pegando con un apuesto joven o si el dueño de la licorería añadía agua al aguardiente que vendía, pero estaba entretenida un rato. A veces hablaban del Demonio Rojo, pero sólo entre susurros.
– ¿Qué es el Demonio Rojo?- preguntó un día, muerta de curiosidad.
El corrillo que se había formado se calló de golpe y todos la miraron. Kendra sintió que se ponía colorada.
– Vaya, así que tienes lengua- dijo una mujer regordeta.
– No hables tan alto de ese mal bicho- la reprendió un hombre de unos cuarenta años-. Hace dos semanas entró en la tienda de Frinter y la destrozó. El pobre hombre está en la ruina.
– ¡Y se llevó la caja, por supuesto! Dicen que había más de treinta minas.
– No es humano.
– Saca fuego por la boca.
Kendra no pudo evitar reírse. Un hombre con barba la miró enfadado.
– Y tú, ¿de qué te ríes? ¿Te hacen gracia las desgracias ajenas?
– No…- la niña bajó la vista al suelo- Me reía de lo del fuego…
– No es cosa para hacer broma. No le llaman demonio porque sí- le contestó el hombre de la barba.
– ¿Cómo es?- insistió la niña.
Todos se pusieron a hablar a la vez.
– Nadie lo sabe. Lleva una capa roja y siempre lleva la capucha puesta- dijo la mujer regordeta.
– Dicen que está teñida con sangre humana- susurró un chico joven.
– El viejo Carny le vio la cara. Dijo que era monstruosa y que su piel era de escamas de hierro.
– Ese viejo chocho bebe más de la cuenta. ¡Cómo va a verle la cara! Si le ves la cara te conviertes en piedra.
Kendra se quedó impresionada por todo lo que decían.
– Le puede tocar a cualquiera. Si le ves lo mejor es salir corriendo.
– ¡Y una mierda!- saltó el barbudo-. Yo tengo una ballesta escondida en la trastienda y como aparezca, la capa se va a volver a teñir, pero con su sangre.
– ¿Ha matado a alguien?- preguntó Kendra.
Todos se callaron.
– Hace tiempo que no- dijo la mujer regordeta solemnemente-. Pero hay cosas peores que la muerte. Dicen que se te mete dentro de la cabeza y te hace cosas horribles. Te hace ver imágenes que hacen que te quieras arrancar los ojos, pero no puedes hacer nada. Están dentro de ti. Destroza tu casa. Se lleva a los niños y nadie vuelve a verlos jamás. Si vas al sur del pueblo encontrarás a la pobre Greta, que lo perdió todo y ahora tiene que malvivir mendigando. Se ha vuelto loca. Los demás que han sufrido un ataque suyo ya no viven aquí. Todos se han marchado.
– Todos se mueren en menos de un año…- añadió enigmáticamente el chico joven.
– Por cierto, ¿dónde está el marido de Greta? Lo último que sé es que se marchó a la capital a por trabajo hace más de tres años y nunca más se supo.
– ¡Sinvergüenza…!
El tema se desvió a cuestiones que no interesaban a la niña, así que se escabulló entre la gente y se fue paseando a casa, disfrutando de la agradable temperatura. Cuando estuvo a solas en la habitación encendió una llama y le explicó lo que había oído.
– ¿Es verdad que el Demonio Rojo puede sacar fuego por la boca? No me lo creo.
El fuego se rio.
– Tú lo has hecho.
– Osea que eres su amigo- el tono de la niña era ligeramente acusador.
– Yo no he dicho eso.
– Pero si lo fueras y yo me encontrara con él, ¿a quién ayudarías?
– A ti, sin duda.
Kendra entrecerró los ojos.
– Ya, claro. Seguro que a él le dirás lo mismo…
El fuego volvió a reírse.
– En todo caso, si aparece pienso quemarlo. Si te parece bien. O ahogarlo.
– ¿Por qué quieres hacerle daño?
– Porque es malo- dijo ella con resolución.
– ¿Quién lo dice?
– La gente. Todo el mundo lo dice.
– ¿Y no será que no conocen su naturaleza?
El fuego se calló y Kendra se quedó un buen rato pensando en ello. Luego abrió la portezuela de la lámpara y acarició la llama que ardía dentro con el dedo.
– Menos mal que te tengo a ti…