Kendra fue a casa después de un duro día de trabajo. Se había pasado gran parte del día en el bosque recolectando hierbas para reponer las que se habían gastado y estaba cansada. Al anochecer esperó a que Tesio cerrara la herboristería y fueron en silencio a casa. Como siempre. Fuera del trabajo el viejo no le dirigía la palabra absolutamente para nada, nunca. Kendra se había acostumbrado a ello y ya no le parecía que fuera un silencio tenso. Aprovechaba para pensar en sus cosas. Cuando llegaron al callejón Kendra esperó balanceándose adelante y atrás con las manos cogidas a la espalda mientras el viejo buscaba la llave y abría la puerta. Una vez dentro se encerró en su cuarto. Nunca salía de allí, salvo para lavarse o ir al retrete. No comía en el comedor, y procuraba conseguirse comida que no hiciera falta cocinar. Incluso llegó a llevarse una olla de agua al cuarto y hacerla hervir allí pidiéndoselo educadamente al agua. Después de cenar estuvo charlando un rato con el fuego y luego, como no tenía sueño, se quedó un rato de rodillas en la cama mirando por la ventana antes de subirse al techo, encima del armario. No había intentado volver a dormir en la cama, y el oscuro rincón encima del armario ya le parecía bien. El cielo estaba despejado y desde donde estaba alcanzaba a ver algunas estrellas. Kendra jugó a descubrir los dibujos que podía formar uniendo las estrellas con líneas imaginarias. Una hoja. Un corazón un poco torcido. Una…
¡Blam! De repente una sombra cubrió toda la ventana. Un hombre se había lanzado contra el cristal y había parado el golpe con las manos. Kendra se asustó tanto que se cayó de espaldas al suelo. El hombre golpeó varias veces el cristal con las palmas abiertas, ansioso.
– ¡Dejame entrar!- dijo sin levantar la voz.
La niña se levantó rápidamente y se fue a la pared opuesta a la ventana. Y un cuerno, iba a abrir la ventana. El hombre la miró alternativamente a ella y a algún lugar a su derecha.
– ¡Por favor! ¡No voy a hacerte nada! ¡Necesito que me dejes entrar!- su voz sonaba desesperada.
– ¡Vete de aquí! ¡No pienso abrirte!- Kendra se había acercado un poco al cristal para encarar mejor al hombre.
Al estar más cerca la cara de aquel tipo le resultó familiar. Rápidamente cogió la lámpara y la acercó a la ventana. ¡Era el chico que la había ayudado en el pajar! Entre tanto, él se quedó mirando a su derecha y se fue, desapareciendo de la vista. Kendra se sintió fatal. La única persona que la había ayudado desinteresadamente. Y le había dado comida… La niña se abalanzó a abrir la ventana y asomó la cabeza. Vio una silueta alejándose por el callejón corriendo.
– ¡Eh!- gritó no muy fuerte- ¡Espera!
El chico paró en seco y se giró a mirarla. Ella le hizo señas para que se acercara. El chico fue corriendo hacia allí y Kendra tuvo el tiempo justo de retirarse antes de que él se lanzara a través de la ventana con la cabeza por delante. Cayó desmadejadamente sobre la cama, y con una velocidad sorprendente se puso de rodillas, cerró la ventana y corrió la cortina.
– ¡Gracias!- le dijo él con una sonrisa mientras jadeaba intentando recuperar el aliento. Kendra fue a mirar por la ventana pero él se lo impidió con un gesto- No, por favor. Podrías atraer su atención hacia aquí.
– ¿Quién te persigue?
El chico se sentó en la cama y se pasó una mano por el pelo despreocupadamente.
– Un marido sin sentido del humor- le guiñó un ojo-. Me ha pillado haciendo muy feliz a su mujer. Si llego a saber que tenía tan malas pulgas…- sacudió la cabeza- No, lo habría hecho igualmente.
Kendra lo observaba en silencio. El chico era alto y delgado. Tenía el pelo rubio ondulado y unos ojos de un color azul oscuro que la miraban chispeantes. Era muy guapo y se movía con una especie de elegancia descuidada.
– ¿Cómo te llamas?- le preguntó ella tímidamente.
– Perdóname, soy un maleducado- el chico se levantó y le hizo una pequeña reverencia. La niña no estuvo muy segura de si se estaba burlando de ella-. Me llamo Valderán, pero puedes llamarme Derán. Y tú eres…
– Me llamo Kendra.
– Qué nombre más bonito. Muchas gracias por haberme ayudado a esconderme, Kendra. Kendra…- se quedó pensativo mirando el techo- Es nombre de princesa.
La niña se puso colorada como un tomate y se quedó callada, sin saber bien qué decir.
Derán miró furtivamente por la ventana.
– Vaya, sigue por aquí- miró a la niña-. Te has portado muy bien conmigo, Kendra, y no quisiera abusar de tu amabilidad pero se hace tarde y mi casa está lejos. ¿Te importa que me quede aquí esta noche? Dormiré en el suelo, por supuesto- se apresuró a añadir.
Kendra miró a la puerta. Si Tesio se enteraba de que había metido a alguien en su casa probablemente la echaría. Por otro lado sabía que el chico no tenía casa, a menos que tuviera la extraña afición de dormir en los pajares.
– Valderán…
El joven hizo que no con el dedo.
– Por favor, no me llames Valderán. Valderán es nombre de caballero engreído. Llámame Derán.
– Derán, no vivo sola. En el piso de arriba duerme un viejo…
– Entiendo. A tu padre no le gustaría encontrar un chico en tu habitación.
– ¡No es mi padre!- se apresuró a aclarar ella- No es de mi familia, sólo es un viejo que duerme arriba. Pero la casa es suya y es mi jefe. Si se entera de que estás aquí…
– No te preocupes, ya has hecho mucho por mí- Derán miró por la ventana-. Creo que ya puedo irme- hizo el gesto de abrir la ventana.
– No, quédate. Pero no hables alto, y mañana tendrás que salir por la ventana antes de que se levante.
A Derán se le iluminó la cara.
– No te defraudaré. Por cierto… No quiero echar piedras sobre mi tejado, pero no es buena idea que vayas abriendo la ventana a desconocidos que huyen en medio de la noche. ¿Por qué me has dejado entrar?
Kendra fue a explicarle que ella era la chica del pajar pero, por algún motivo extraño, le dio vergüenza. Se limitó a encogerse de hombros.
– Bueno, en adelante no le abras a nadie más. Sólo a mí, ¿de acuerdo?
– De acuerdo.
Derán le revolvió el cabello con la mano.
– Bueno, ya es hora de ir a dormir- cogió un pequeño macuto que llevaba y sacó una capa, que extendió en el suelo.
– Puedes dormir en la cama- dijo Kendra resueltamente-. Yo no la uso…
– ¿Cómo que no la usas?
– No. Yo duermo allí- señaló la parte de arriba del armario.
Derán la miró con incredulidad.
– ¿Duermes encima del armario? ¿Por qué?
En realidad dormía pegada al techo, no sobre el armario…
– No lo sé, es el único lugar donde me siento segura.
– ¿Te da miedo dormir en la cama?- ella asintió-. Vamos a ver… Ven aquí.
Derán se tendió en un lado de la cama, con la espalda contra la pared y dio unas palmaditas en la cama para que se acercara. Kendra se lo quedó mirando pero no se acercó. Empezó a ponerse roja. Derán se rio con ganas enseñando sus dientes perfectos.
– Tranquila, no voy a hacerte nada. Eres demasiado joven para mí- la miró acusadoramente-. Eres demasiado joven para pensar siquiera lo que estás pensando- su expresión se suavizó-. Anda, ven.
La niña miró el fuego, indecisa.
– No te preocupes, no puede hacerte daño. No le dejaré- le contestó la llama.
Kendra se acercó cautelosamente y se sentó en la cama. Derán le puso la mano en el hombro y la hizo echarse suavemente, de espaldas a él.
– ¿Ves? No pasa nada…- con cuidado tapó a ambos con la manta que había a los pies de la cama y le pasó un brazo por encima, abrazándola. Notó que la niña estaba rígida- Shh, no pasa nada…
Derán empezó a cantarle una nana al oído. Era una nana que le cantaba su madre cuando era pequeño y pensó que la ayudaría a calmarse. Poco a poco notó cómo se iba relajando, y al final la niña se quedó dormida, aunque antes le pidió a la llama de la lámpara que la despertara antes de que Tesio se levantara por la mañana.
– ¡Kendra! ¡Kendra!
Kendra se despertó sobresaltada. Estaba en la cama, con Derán abrazado a ella todavía. Tampoco hubiera tenido espacio para estar de otra manera en aquella cama. El fuego la estaba llamando desde la lámpara.
– Kendra, Tesio se acaba de despertar. Será mejor que tu amigo se marche.
Kendra no quería levantarse. Por primera vez en mucho tiempo se sentía completamente a salvo, como cuando vivía con su madre. A desgana, se liberó del brazo del chico y se levantó. Derán se revolvió un poco y abrió los ojos.
– ¿Ya es de día?
– Sí. Tienes que irte ya. El viejo está a punto de bajar.
Derán se levantó y se estiró. Se pasó la mano por el pelo revuelto para peinarlo un poco, con escaso resultado. Luego cogió su capa y su macuto.
– He dormido como los ángeles. Gracias por todo.
Kendra abrió un cajón de la mesita de noche y sacó un trozo de pan.
– Toma. Para el camino.
Derán cogió el pan y le dio un buen mordisco.
– ¡Gdaciaz!- le dijo con la boca llena.
Kendra le sonrió. Le daba pena que se fuera. Sabía que no tenía dónde ir. No quería que se fuera.
– Oye…- escogió cuidadosamente las palabras para no decir que Derán no tenía casa- si esta noche sigues por aquí… Como vives lejos… Puedes volver, si quieres.
Derán la miró con ternura. No dijo nada, en lugar de eso le revolvió el pelo con la mano. Luego se subió a la cama, abrió la ventana y con un movimiento ágil saltó fuera. Kendra se asomó y vio cómo se alejaba por la calle. Justo antes de desaparecer por la esquina se giró y la saludó con la mano.
Kendra se fue a trabajar feliz. Por fin tenía alguien en quien confiar, alguien humano. Esperaba volver a verle. Esperaba poder tener un amigo.
La mañana se le hizo muy larga, no avanzaba. No entraba nadie en la tienda y la niña no tenía con qué entretenerse. Se le ocurrió que podría tener una planta en la tienda, así podría charlar un poco. Las hierbas de los tarros no eran muy habladoras y Tesio, menos. Y como ya no tenía ningún fuego encendido en la botica, ahora que ya se sabía la posición y el precio de todas las hierbas…
A Kendra le pareció oír gritos fuera. Miró a la calle con curiosidad y vio gente corriendo de acá para allá enloquecida.
– ¡Tesio! ¿Has visto eso?
El viejo levantó la vista del libro que estaba leyendo y la miró tras sus lentes.
– ¿Qué pasa?
La niña ya se había acercado hasta la puerta. Fuera reinaba el caos. Todo el mundo gritaba y corría en todas direcciones. Sin pensarlo, salió a la calle e intentó preguntar a alguien qué pasaba pero nadie le prestaba atención. Tesio salió a la puerta detrás de ella y murmuró algo, pero no pudo distinguir qué era entre el griterío. Kendra corrió hasta la esquina para ver si conseguía ver algo, averiguar algo, pero sólo consiguió que le dieran un par de empujones. Nadie se paraba a atender a la niña, pero le pareció que alguien gritaba “Demonio Rojo”. Poco a poco la calle se iba quedando vacía. Kendra volvió corriendo a la tienda y se encontró con la puerta cerrada. No la de cristal, sino dos gruesas puertas de madera que siempre estaban abiertas de par en par salvo cuando Tesio cerraba por la noche.
– ¡Tesio! ¡Soy yo, ábreme!
Kendra dudaba que el viejo la oyera siquiera desde dentro.
– Será desgraciado…- masculló.
Al girarse otra vez la niña vio que la calle estaba desierta. No quedaba ni un alma. Un escalofrío le recorrió la espalda. No tenía ni idea de dónde estaba el peligro pero salió corriendo como había aprendido en el bosque, como una hoja arrastrada por el viento. Ir a casa estaba descartado, estaba demasiado lejos. Recorrió las calles sin rumbo fijo buscando algún lugar para esconderse. Cuando avanzaba por una calle estrecha oyó unos pasos procedentes de la siguiente esquina, apenas a unos metros. Eran unos pasos pausados, no la carrera desesperada de alguien que corre por su vida. Kendra tuvo la certeza de que era el Demonio Rojo. Se paró en seco y miró alrededor angustiada, buscando un escondite.
– ¡Pssst!- oyó desde arriba, en voz baja- ¡Aquí! ¡Sube!
Kendra levantó la vista y vio una cabeza asomando desde un tejado, a dos pisos de altura. Le hacía señas con una mano. En cuanto se aseguró de que Kendra le había visto volvió a esconderse. Se podía subir arriba escalando por el canalón que bajaba por la pared, pero la niña se abalanzó a la pared y trepó directamente por la pared hasta el tejado. Una vez allí se encontró con… ¡el cabecilla de los niños de la fuente! Tenía el pelo castaño revuelto y en sus ojos también castaños se leía el miedo.
– ¿Có… cómo has subido tan rápido?- le preguntó boquiabierto. Lo había sorprendido quitándose el cinturón de cáñamo trenzado para que ella se agarrara y ayudarla a subir.
– ¡Shhh, no hagas ruido!- siseó Kendra, y se tendió al lado del chico.
Los pasos se oían cada vez más cerca. Desde su aventajada posición Kendra asomó un poco la cabeza para ver mejor. El niño le puso una mano sobre la cabeza y la obligó a bajarla.
– ¿Qué haces?- susurró- ¡Te va a ver!
– ¿Pero quién es?- inquirió la pequeña, también en voz baja.
– ¡El Demonio Rojo!
– Pues yo quiero verlo- dijo ella resueltamente y apartó la mano del niño con la suya-. No te preocupes, no me verá.
Kendra volvió a asomarse y vio una figura abajo. Llevaba una capa rojo sangre con una capucha que impedía que le viera la cara, pero parecía ser un hombre alto y corpulento. El Demonio Rojo avanzó resueltamente por la calle pasando justo por debajo de Kendra y el otro niño. En el otro extremo de la calle aparecieron cinco hombres blandiendo picos y palas. El Demonio se paró y comenzó a murmurar algo. Las palabras eran ininteligibles pero sonaban como piedras entrechocando. Los hombres comenzaron a correr hacia él pero cuando todavía no habían dado ni cuatro pasos una especie de halo brillante semicircular salió disparado del monstruo hacia ellos y los envió volando quince metros más allá. Quedaron todos tendidos en el suelo y gritando de dolor. En el tejado, el niño estaba temblando. Kendra se compadeció de él, a pesar de que hasta hacía u rato le caía fatal. Al fin y al cabo ella contaba con la ayuda el fuego y podía defenderse. Aquel niño no tenía nada a lo que agarrarse. Le pasó un brazo por los hombros para tranquilizarlo. El niño se sintió avergonzado pero el contacto de Kendra le relajó un poco. Entre tanto, el Demonio Rojo ya había pasado de largo y se alejaba calle abajo.
– Quédate aquí- susurró Kendra y se puso de pie.
El niño la agarró del brazo.
– ¿Dónde vas? ¡Espera a que se vaya!- el crío estaba escandalizado.
– Quiero ver adónde va.
– Quédate, por favor…
Ella se zafó de la mano del niño y se fue en la misma dirección que el Demonio por el tejado. Le pareció oír que el niño le decía alguna cosa pero no hizo caso. Tuvo que acelerar un poco porque el Demonio giró por una calle y se perdió de vista. No sabía muy bien por qué lo estaba siguiendo pero no podía evitarlo. Tal vez por lo que le había dicho el fuego. No le daba miedo. Quería conocerle.
Kendra se sentía bastante segura yendo por los tejados. Era muy difícil que la viera y ella no hacía ningún ruido. De todas maneras el Demonio Rojo no se giró ni una sola vez. Cuando tuvo que saltar a un tejado que quedaba demasiado lejos la niña se dejó arrastrar por el viento como una hoja seca hasta el siguiente. Como no había nadie que pudiera verla… Manteniéndose siempre a una distancia prudencial le siguió hasta el límite del pueblo. El Demonio atravesó un trecho sin vegetación y se internó en el bosque. Kendra se quedó en el último tejado, indecisa. Si quería ir más allá tendría que bajar al suelo y atravesar el descampado, donde no podría esconderse en ninguna parte si él se giraba. La niña suspiró y decidió que no le interesaba tanto saber hacia dónde se dirigía el Demonio Rojo. Se quedó un rato por si volvía y luego se fue a casa decepcionada.
Tesio no estaba en casa, así que entró por el patio trasero y se metió en su cuarto a esperarle. Sólo de pensar que la había dejado tirada le hervía la sangre. Cuando oyó al viejo abrir la puerta, con la última luz de la tarde, salió como un rayo y empezó a darle manotazos ciegamente en el pecho y en los brazos.
– ¿Por qué me dejaste fuera? ¿Por qué? ¡Podía haberme matado!
El viejo se cubrió como pudo con los brazos y empezó a retroceder.
– Te dije que te metieras en la tienda y tú saliste corriendo. Creí que no volverías. ¡Para de una vez!- consiguió sujetarla por las muñecas- No tengo por qué darte explicaciones, si quieres irte por ahí a ver si te matan es asunto tuyo. ¡No soy tu padre, niña!- la zarandeó un poco- Además, ¿y tú cómo has entrado? ¡Dime!
La pequeña se soltó dando un tirón brusco y se volvió a su cuarto dando un portazo y dejando a Tesio con la palabra en la boca. El viejo era un cerdo cobarde. Para poder hablar con alguien hizo que la lámpara se encendiera.
– ¡Ese bastardo! ¡Tendría que… que ahogarlo en sus propias babas!
– No vale la pena que te enfades. Debía de estar muerto de miedo.
– Mmm…- dijo ella, no muy convencida.
– ¿Qué pretendías al seguir al Demonio Rojo?
– No sé. Creo que… No lo sé, la verdad- la niña miró el fuego algo confusa-. ¿Te parece mal que lo siguiera?
– En absoluto.
Kendra sacó un trozo de longaniza y pan del cajón de la mesita. Se quedó un momento pensando y sacó también una pera.
– He estado pensando en lo que me dijiste el otro día del Demonio Rojo y creo que nadie se ha molestado en intentar saber algo de él- dijo con la boca llena.
– Será porque no quieren acabar muertos.
– Que yo sepa no ha matado a nadie… Al menos, últimamente, ¿no?
– Eso dicen.
– ¿Qué habrá hecho hoy? ¿O sólo ha salido a pasear?
El fuego se encogió de hombros, si es que una llama podía hacer eso. Kendra miró por la ventana.
– Supongo que Derán no vendrá hoy, no se ve ni un alma por la calle- suspiró-. Espero que esté bien.
Después de cenar Kendra esperó un poco por si aparecía su amigo sin muchas esperanzas. Cuando se cansó de esperar se fue al armario con una manta. Si iba a dormir sola se sentía más segura en el techo. Se acomodó al fondo del cuarto, encima del armario y se puso a dormir.
Un ruido la despertó. No sabía cuánto tiempo había dormido. Con cautela bajó del armario y se encontró con Derán sonriéndole al otro lado de la ventana. Fue a abrirle con una gran sonrisa.
– Creía que no vendrías- dijo ella mientras el chico entraba de un salto por la ventana.
– Se me ha hecho un poco tarde. Lo siento- le dijo él con una sonrisa.
– Lo decía por el Demonio Rojo. Nadie se atreve a salir a la calle.
Derán se encogió de hombros.
– Hace siglos que se fue. No voy a quedarme escondido para siempre…
– ¿No te da miedo?
– Claro, estaría loco si no me diera miedo.
– A mí no me da miedo-dijo ella con resolución-. Hoy le he seguido.
A Derán le cambió la cara.
– ¿Que has hecho qué? ¿Te has vuelto loca?- estaba realmente escandalizado. Le cogió la cara con las manos- Ni se te ocurra volver a hacer tal cosa. Prométemelo- Kendra desvió la mirada y no contestó-. ¡Prométemelo!
– ¿Por qué? Si no…- al ver la expresión de Derán se rindió- Te lo prometo.
Él la evaluó como si estuviera decidiendo si la creía o no. Al parecer decidió que sí.
– ¿Qué pasa contigo?- le dijo en tono más suave- Dejas entrar a desconocidos en tu casa por la noche, persigues monstruos por las calles… ¿Es que no quieres llegar a vieja?
Kendra no dijo nada, sólo le miró con aquellos enormes ojos dorados. Él meneó la cabeza.
– Cambiando de tema, te he visto bajar del armario- dijo poniéndose más serio-. ¿Cómo es que no estabas en la cama, si ayer viste que no pasa nada?
– Es que… Si estoy sola me siento más segura allí- dijo la niña con cara de culpabilidad.
Derán soltó una carcajada.
– Así que no te dan miedo los demonios pero te da miedo dormir en la cama. ¿Qué voy a hacer contigo?- le acarició el pelo y suspiró- Se está haciendo tarde. ¿Vamos a dormir?
Kendra asintió.
– ¿Como ayer?
La niña volvió a asentir. Derán se echó en la cama y ella, a su lado.
– ¿Quieres que te cante?- le susurró al oído.
– Sí, por favor.
Derán le cantó una canción alegre sobre una rana que se compraba unos zapatos. Kendra se durmió antes de que terminara.
Pingback: Y después del 8… ¡Sí, ya puedes leer un nuevo capítulo! | Al otro lado de las llamas
vale, al final lo he leido todo, mi palabra no vale nada, asi que no me confies tus secretos, pero puedes dejarme tu dinero…Me habia resistido hasta ahora, asi que hoy he podido leer 3 capitulos seguidos, me gusta como va avanzando la historia y espero impaciente el proximo, o lo cuelgas pronto o me pagas unas uñas de porcelana.
Si todo va bien y no tienen que operarme a corazón abierto, mañana colgaré el siguiente capítulo. ¡Un besazo!