El tiempo parecía haberse detenido. Lúa contemplaba las luces de la ciudad que se extendía a sus pies como si las viera por primera vez. Los coches se movían perezosamente, pequeñas luciérnagas desfilando por las calles. Desde allí arriba no se oían los motores ni los insultos que un hombre encorbatado le estaba dedicando al conductor del coche de delante, todo parecía estar en perfecta armonía. Incluso el olor era distinto desde la azotea del edificio. Era como si la polución no pudiera llegar tan arriba y solo quedara el suave aroma a primavera.
Se levantó un poco de viento y Lúa se cerró la cremallera de la chaqueta. Por la noche la temperatura bajaba bastante en Lleida. La chica se asomó por el borde y vio la acera, seis pisos más abajo, de color mortecino por la iluminación nocturna. Aquello no podía seguir así. Era la tercera vez que subía allí arriba en lo que iba de año y todavía estaba a principios de marzo. Siempre se asomaba con la idea de lanzarse al vacío y enviarlo todo a tomar por el culo. Repasó su vida una vez más. Con veinticuatro años y una carrera de arquitectura que con el estallido de la burbuja inmobiliaria era tan útil como una nevera en el polo norte, podía darse con un canto en los dientes por haber encontrado trabajo en una biblioteca. Había tenido que enchufarla su tío, claro, que trabajaba en el ayuntamiento. Total, por un sueldo que no le daría ni para pipas si no estuviera viviendo todavía con sus padres.
Lúa suspiró. Ella, que se jactaba de que en cuanto terminara la carrera se iría de casa y todas esas normas sobre la hora de llegada, el día de limpieza y pedir audiencia con una semana de antelación para poder subir amigos a casa se iban a terminar, al final se había tragado sus palabras letra por letra. Tal vez tendría que haberse ahorrado todas las butifarras que les había hecho a sus padres a cuenta de su emancipación, ahora su vida sería un poco menos penosa. Había tenido que guardarse su orgullo y apechugar con los tapetes de hilo que cubrían el respaldo del sofá. Con todos menos con uno que en un arranque de ira había tomado como rehén y había quemado con un mechero en el balcón de casa mientras discutía a grito pelado con su madre. La cara de idiota que se le había quedado a la pobre mujer había sido deliciosa, y había hecho que valiera la pena perder su chupa de cuero a cambio. La muy cabrona se la había cortado con unas tijeras.
La vida de Lúa se reducía a trabajar en la biblioteca, que era como una fiesta para comatosos, y encerrarse en su cuarto a escuchar música. Apenas salía con sus amigos. Así llevaba ya medio año y no lo soportaba más. O su vida se daba la vuelta como un calcetín o se decidía de una vez y se lanzaba al vacío. Lanzarse al vacío era más fácil, solo tenía que saltar… Aunque si no se mataba con la caída, menuda putada, ¿no? Lúa miró por última vez hacia abajo y, ya que estaba allí, lanzó un escupitajo a la calle a modo de suicidio simbólico. ¡Chof!, lapo muerto. No le acertó a nadie de milagro.
Lúa se metió las manos en los bolsillos y se marchó a casa, ya había hecho suficiente por hoy.
La escalera de su casa olía a repollo, como siempre. ¿Qué clase de degenerado cenaría repollo cada noche? Un perturbado, seguro… A medida que subía los pisos pudo oír un fragmento de las noticias, una madre llamando a su hijo para la cena, una discusión muy acalorada y un perro ladrando. Lúa sacó las llaves de casa del bolsillo y abrió la puerta pensando que había pasado un día más sin que su padre cumpliera la promesa de poner silicona en la cerradura para que no pudiera entrar. Un cuadro horrible de una bailarina en tonos azulados y sepia la recibió nada más entrar. Aquel cuadro le ponía los pelos de punta.
– Hola…- saludó sin mucho entusiasmo cuando pasó por delante de la cocina, donde su madre estaba removiendo una olla de caldo.
– Llegas tarde- contestó ella sin levantar la vista de la olla-. Lávate las manos y ven a cenar.
La madre de Lúa era una mujer menuda y enclenque. Tenía el pelo gris muy corto, casi al estilo militar, y unos ojos castaños cansados y arropados por unas cuantas arrugas que ella se empeñaba en disimular a base de ampollas flash. Llevaba puesta una bata gris de lo más sexy para un geriátrico y unas pantuflas con un estampado de camuflaje sobre felpa. Primoroso.
Cuando llegó al comedor se encontró con su padre sentado en la mesa, que ya estaba preparada para la cena. El padre de Lúa era calvo y estaba gordo hasta decir basta. Llevaba el poco cabello rizado que le quedaba en las sienes excesivamente largo y parecía que acabara de bajarse de una montaña rusa. Estaba mirando las noticias en la tele mientras mordisqueaba un trozo de pan.
– Hola, papá.
– Hogga…
Lúa se fue a su cuarto y dejó la chaqueta en un colgador tras la puerta. Luego se miró al espejo un momento y se recogió su larga melena oscura y rizada con las manos en un moño. Lúa era más bien bajita y como siempre iba con zapatos planos todavía lo parecía más. Tenía una cara agradable de facciones suaves y unos ojos grandes y verdes que le devolvieron una mirada como de pescado hervido desde el otro lado del espejo. Algo había pasado con la Lúa alegre y vivaz que se vestía siempre con colores brillantes, como si fuera un anuncio de detergente para ropa de color. Ahora se vestía con ropa oscura, marrón o negra. Alguna vez violeta, cuando se sentía peligrosa. La ropa de colores estaba metida en una caja debajo de su cama y no tenía pinta de que fuera a salir de allí en mucho tiempo. La Lúa alegre se había largado a alguna isla paradisíaca y se había dejado su sombra en Lleida, trabajando en la biblioteca para pagarle las caipiriñas.
– ¡La cena!- gritó su madre desde el comedor.
– ¡Ya va!- contestó irritada.
La cena consistió en sopa y judías verdes hervidas. Su madre estaba a régimen otra vez y con ella, toda la familia. Aquello era como una tortura china, Lúa estaba tentada de pagarle una liposucción de su bolsillo solo para que le hiciera unas croquetas de vez en cuando.
– Te ha llamado Sebastián- dijo la mujer lacónicamente.
Su padre no abría la boca más que para meterse dentro más judías verdes de las que podía masticar.
– ¿Sebas?- la cara de Lúa se iluminó por un momento- ¿Qué quería?
Sebas era su primo por parte de padre y se llevaba muy bien con él. Era un par de años mayor que ella y ya hacía tres que se había ido a vivir a Barcelona, convirtiéndose en su ídolo.
– No sé, si hubieras llegado a tu hora lo sabrías- contestó su madre con retintín.
– Podría haber llamado al móvil…
Pero claro, Lúa tenía una tarifa plana de internet en su móvil que se le terminaba en tres días, y hasta el siguiente mes ni Whatsapp, ni mail, ni hostias en vinagre, así que Sebas llamaba de fijo a fijo para no gastar, que la vida estaba muy cara.
El padre de Lúa se encogió de hombros y masticó trabajosamente la masa verde de judías a medio triturar que asomaba entre sus dientes.
– ¡Cierra la boca al masticar, Miquel!- le recriminó la madre de Lúa, suave como un cactus.
Miquel obedeció mansamente.
Después de cenar y meter los platos en el lavavajillas Lúa se encerró en su habitación y marcó el número de Sebas desde el fijo. Mientras daba señal le dijo a su madre que colgara el otro teléfono. La muy fisgona siempre se quedaba colgada del auricular de uno de los múltiples teléfonos que había repartidos por toda la casa, a ver de qué se enteraba…
– ¿Sí?
– ¡Sebas! Soy…
– Un momento, ahora se pone…- la chica se quedó un poco cortada y esperó en silencio.
De fondo pudo oír “Sebas, es para ti.” Lúa distinguió la voz de su primo preguntando que quién era y luego se hizo un silencio en el que casi oyó un encogimiento de hombros.
– ¿Sí?
– ¡Sebas, soy Lúa! ¿Me has llamado?
– ¡Hombre, ya era hora, parrandera! A saber lo que estarías haciendo tú por ahí a estas horas…
– Nada bueno, ya me conoces- sonrió ella.
Técnicamente no estaba mintiendo.
– Pues nada, que hace dos semanas que no sé nada de ti, ya no te acuerdas de llamarme, ni nada, y he pensado: “¿Estará viva?”
– Claro que estoy viva, idiota- por los pelos, pensó-. ¿Qué tal por Barcelona?
– Buf, mucho curro, mucha fiesta y mucha birra. Tendrías que venirte un día, fliparías.
– Me encantaría- Lúa puso tanto énfasis en sus palabras que Sebas se echó a reír-. Pero no puedo, no tengo vacaciones hasta agosto, tengo que trabajar…
– Madre mía, ¿me estás hablando de ese curro en la biblioteca que te consiguió mi padre? ¡Si es una mierda, yo también trabajé allí un año y lo dejé, era un asco!
Lúa se echó a reír. Decir que era un asco era quedarse muy corto, aquello era la muerte.
– ¿Aún está el vigilante ese bizco?
– ¿El Camaleón? Claro, sin él no sería lo mismo…
– Te digo una cosa, Lúa, cuando te decidas a darle puerta a la biblioteca llámame y vente a pasar unos días aquí. Tengo una habitación vacía en el piso, aunque no sé por cuánto tiempo…
– Parece que estés intentando venderme algo, chaval, qué prisas. Bueno, me lo pensaré.
– Venga, que tengo muchas ganas de verte. Vaaaa…
– Uy…- Lúa entrecerró los ojos con suspicacia- Has roto con Julia, ¿verdad?
– ¿Cómo lo sabes?- preguntó él sorprendido.
– Porque cuando tienes novia no te acuerdas de llamar, y ahora te veo demasiado solícito…
– ¡Joder, chica, eres Sherlock Holmes! Bueno, sí estoy un poco mal y necesito que me saques por ahí y me emborraches.
– También doy consejos.
– Puede, pero estoy tan borracho que luego ya no me acuerdo.
Los dos se echaron a reír.
– Veré que puedo hacer. Un beso, guapo.
– Un beso.
Lúa colgó el teléfono y se tiró encima de su cama. En la pared había un poster de los Backstreet Boys tan viejo que estaba igual de sepia que el cuadro de la entrada. Le dio vueltas toda la noche a la conversación que había tenido con su primo pero en el fondo sabía que ya había tomado una decisión antes de colgar.
Lúa habló con su tío, no quería dejar el trabajo sin decírselo. Al principio se enfadó pero cuando le dijo que lo hacía para ponerse en serio a buscar trabajo de lo suyo lo entendió. Como si hubiera trabajo para una arquitecta sin experiencia…
Como tenía que avisar con quince días de antelación antes de dejar el trabajo, las siguientes dos semanas fueron un verdadero suplicio. De repente le entraron tantas ganas de lanzarle libros a la gente, escupirle y patearle el culo que temió haber visto El exorcista demasiadas veces. Sus padres no se tomaron muy bien que dejara el trabajo y se largara dos semanas a Barcelona para dejarse pervertir por el tarambana de su primo pero tampoco podían atarla a la pata de la cama. Al final claudicaron y dejaron de convertir las cenas en un campo de batalla dialéctico.
Pasados los quince días Lúa se plantó en Barcelona por primera vez. Al bajar del tren se encontró en medio de una marea de personas y maletas con ruedas. Lúa siguió al resto de gente y después de subir por unas escaleras mecánicas llegó al gigantesco vestíbulo de la estación de Sants. Un letrero electrónico enorme mostraba las próximas salidas de trenes hacia los destinos más dispares. La pobre se sintió insignificante como una pelusa de ombligo y se preguntó cómo iba a encontrarse con su primo allí. Por fortuna Sebas la encontró a ella y la chica soltó las maletas para saltar sobre él y abrazarle con brazos y piernas. Sebas tenía el cabello rubio y largo para ocultar unas incipientes entradas que le hacían gastarse medio sueldo en potingues anticaída. Sus ojos eran tan verdes como los de Lúa pero su cara era mucho más afilada. No era demasiado guapo pero tenía cierto encanto.
– ¡Lúa, que esto no es un pueblo! No dejes las maletas tiradas.
– Yo también te quiero, ¿eh?- le dijo Lúa con sarcasmo mientras bajaba al suelo.
Sebas le revolvió el pelo con una mano mientras con la otra le cogía una maleta.
– Tengo unas ganas de ver dónde vives…
– Pues vas a tener suerte, hoy es la jornada de puertas abiertas. Oye…- Sebas le pasó el brazo por el cuello y la atrajo hacia sí sin mirarla- De lo que veas ni media a mis padres, ¿eh?
– ¿Por quién me tomas?
Lúa miraba las calles como si jamás hubiera pisado una. Los edificios eran antiguos y regios, y tenían algo de decadente bajo la luz del mediodía. La gente caminaba apresuradamente, la mitad absorta en su móvil.
– ¿Falta mucho para llegar?
– No, es la siguiente calle a la derecha y ya estamos.
Sebas giró por una calle tranquila y estrecha y pararon un poco más allá, en una portería de aspecto antiguo.
– Es aquí.
La escalera era vieja y sin ascensor pero Lúa ya estaba acostumbrada a subir escaleras. No unas tan gastadas como aquellas pero al final todas eran iguales. Las escaleras eran angostas y olían a humedad, y Sebas vivía en el último piso. Los dos llegaron resoplando por el esfuerzo de subir las maletas y Lúa se apoyó en sus rodillas mientras trataba de recuperar el aliento.
– Estás hecha un asco- dijo él riéndose entre dientes mientras empujaba la puerta con el hombro.
Lúa se vio en un pequeño recibidor que daba a un pasillo largo y luminoso al final. En un tramo del pasillo había un par de bicis amontonadas contra una pared y la zona de paso se hacía un poco estrecha. Sebas la llevó a una de las puertas que había a ambos lados y la abrió.
– Ésta será tu habitación. Puedes dejar las maletas aquí.
Lúa entró y vio una cama de matrimonio con canapé cubierta por un edredón a cuadros de Ikea. Encima había una ventana con una sencilla cortina de un color a medio camino entre el azul y el morado. A su lado había una mesita de noche y una lámpara de pantalla. A los pies de la cama un armario, también de Ikea, se comía casi todo el espacio disponible y en un rincón todavía se las habían ingeniado para meter un pequeño escritorio. Sobre el escritorio había unas cuantas estanterías vacías cubiertas por una fina capa de polvo, y en las paredes todavía quedaban las marcas de los libros que se habían apoyado contra ellas. Pequeños agujeros y restos de cinta adhesiva demostraban que las paredes no habían estado siempre tan desangeladas.
– Está muy bien- dijo ella dejando la maleta que llevaba y el macuto en el centro de la habitación.
– Ven, que te enseño el resto.
Sebas le indicó que la siguiente puerta en el pasillo era la habitación de Dani, su compañero de piso.
– Si se entera de que te la he enseñado, me matará, es muy celoso de su intimidad. Será para que no vea los cadáveres que guarda bajo la cama- dijo Sebas abriendo la puerta para enseñarle el cuarto de su compañero.
Lúa echó un ojo dentro y vio una habitación básicamente como la suya, pero con más vida. Las estanterías estaban repletas de libros, había un portátil sobre el escritorio y una guitarra encima de una silla. Las paredes lucían un par de posters graciosos y en la mesita de noche había una foto con lo que parecía un equipo de fútbol. Sobre la silla del escritorio había tirados unos pantalones de camuflaje.
Sebas cerró la puerta.
– No le digas que te lo he enseñado. Ven.
Sebas le enseñó su propia habitación, un homenaje al paso de un tornado. Había ropa tirada por todas partes, zapatos esturreados por el suelo, el escritorio estaba cubierto de papeles y la cama estaba deshecha.
– Una habitación con personalidad- comentó Lúa.
Después Sebas le enseñó un pequeño trastero y el baño, que era antiguo y tenía algo a medio camino entre una bañera y una ducha, una especie de barreño cuadrado de obra. La grifería parecía sacada de la época de la luz de gas y en el suelo de baldosas blancas y negras se veían pelillos y otros restos orgánicos. Una pequeña ventana daba a un patio de luces y dejaba entrar una luz mortecina. La chica pensó que podría ser peor.
La cocina era más moderna, cuadrada y funcional, con una mesa pegada a una pared. Sebas abrió la nevera.
– Los dos estantes de arriba son míos, los de en medio, de Dani. Tú puedes coger lo que quieras de los míos, y si te quieres comprar algo, los dos estantes de abajo son tuyos. El congelador también tiene tres cajones, uno para cada uno.
– ¿No cocináis juntos?
Sebas parpadeó.
– No, cada uno se hace lo suyo.
– ¿Y cómo has sobrevivido hasta ahora?- se rio ella.
– Oye, me he espabilado bastante, ya sé meter una pizza en el horno y todo…
Sebas le explicó dónde estaban las cosas, los cacharros, etc. La cocina tenía salida a un lavadero con vistas a una pared descascarillada. Había ropa tendida y una lavadora al fondo. También había un par de hamacas plegadas en un rincón y una macetita con una planta de marihuana.
– Veo que no pierdes los viejos hábitos- comentó Lúa acariciando las hojas de marihuana.
– Si quieres luego nos hacemos un canuto. Dentro no se puede fumar, pero con un par de caladas este lavadero parece el palacio de Buckingham.
Por fin llegaron al comedor, estaba al final de todo. No tenía balcón pero sí una amplia ventana por la que entraba la luz. Un sofá cubierto con una manta dominaba la estancia, y delante había una mesita de cristal y una tele. Bajo el cristal de la mesita había un estante lleno de diarios y revistas más viejos que Matusalem. Una pared estaba cubierta por una estantería de obra hasta el techo y llena de libros. También había películas y CD’s en un rincón. Todo estaba cubierto por una fina capa de polvo.
– Va a ser que no limpiáis mucho, ¿no?
Sebas se ofendió.
– ¡Qué dices! Tenemos turnos de limpieza y los llevamos a rajatabla. Esta semana me toca hacer el comedor…
Sebas fue hasta la mesita donde descansaba la tele y puso un dedo en un extremo. Luego lo desplazó lateralmente hasta la otra punta del mueble, llevándose el polvo acumulado y dejando una estrecha franja limpia. Cuando terminó puso el dedo un poco más allá y repitió la misma operación, dejando la franja limpia un poco más ancha. Cuando comenzó a hacer lo mismo por tercera vez Lúa le dio un manotazo en el hombro.
– ¡Eres un cerdo!- le recriminó.
– Últimamente los hombres de esta casa estamos un poco de capa caída… Tal vez nos venga bien un toque femenino.
– Si con toque femenino te refieres a que lo limpie yo todo, lo llevas claro- bufó ella.
– Vale, vale, no te enfades. Bueno, ¿qué te parece la casa?
– Está muy bien. No sabes la envidia que me das, aquí puedes hacer lo que te dé la gana sin que nadie te diga nada…
– Bueno, tenemos unas normas. A ver si te crees que esto es una orgía continua. Las orgías son los martes y los viernes. ¿Tienes hambre?
Los dos fueron a la cocina y Sebas abrió la nevera.
– ¿Qué te apetece? Tenemos huevos, bistecs de ternera, alguna verdurilla…- el joven la miró de reojo- Espero que no te importe que lo cocine todo a lo bonzo.
– Anda, quita…- Lúa le apartó de la nevera de un empujón.
La prima de Sebas hizo un arroz a la cubana con su huevo frito que hizo que al chico se le saltaran las lágrimas.
– Es como el arroz a la cubana de tu madre…- dijo con los carrillos llenos.
Lúa le sonrió con algo de tristeza y se preguntó de qué se habría estado alimentando para ponerse así por un plato que no tenía nada de especial.
– ¿Tu compañero no viene a comer?
Sebas se encogió de hombros.
– A veces sí, a veces no…
– No habláis mucho, ¿no?
– Bueno, cada uno hace su vida, pero es buen pavo.
Los dos primos hicieron la sobremesa en el sofá del comedor y Sebas la puso al día de su vida sentimental.
– Joder, estaba tan colgado de ella… Pero no quería dejar esto, aquí tengo mi independencia.
– ¿Cuántos años tiene Julia?
– Treinta y dos.
– Ahí lo tienes, esa chica está ya en otra fase. Es normal que se quiera ir a vivir contigo y…- Lúa se mordió la lengua pero se le notó tanto que Sebas se dio cuenta.
– ¿Y…?
Ella se echó el cabello hacia atrás con énfasis.
– Que su reloj biológico va corriendo, tío.
– ¿Qué quieres decir, que quería tener un hijo?- Sebas se estremeció de pensarlo- ¡Solo tengo veintiséis años!
– Seguramente antes de un año te hubiera empezado a presionar con eso- Lúa se descalzó y se sentó con las piernas cruzadas sobre el sofá-. Mira, es mejor que lo hayáis dejado ahora que alargarlo más para terminar cortando.
Sebas asintió pero apoyó un brazo sobre el respaldo del sofá y luego apoyó la cabeza sobre el brazo con la mirada perdida.
– Vamos…- Lúa le cogió la mano- Dime cosas malas de ella.
Sebas parpadeó.
– ¿Qué?
– Que me digas cosas malas. Empiezo yo, si quieres.
– ¡Pero si no la conocías!
– Pero hablé un día con ella por teléfono y tiene voz de pito.
Sebas sonrió a su pesar.
– Es verdad… ¡Y a la hora de comer siempre dejaba los cubiertos apoyados en el plato y la mesa, me sacaba de quicio!
– ¿Lo ves? No es tan perfecta como creías. Más cosas.
– A veces se ponía un vestido estampado que le quedaba como el culo. Y encima yo le decía que estaba preciosa, ¡seré imbécil…! Y siempre se metía conmigo porque no saco la cucharilla de la taza del café con leche para bebérmelo.
– Bueno, es que un día te vas a sacar un ojo, Sebas…- dijo Lúa enarcando una ceja.
– ¡Ése es mi problema!- exclamó él, indignado- Y nunca podía compartir un croissant con ella porque se pasaba la vida a dieta. Y cuando se quedaba a dormir en casa, por la mañana monopolizaba el baño y se pasaba horas poniéndose guarradas en la cara. Un día tuve que ir a mear al… Bueno, eso no viene a cuento- Lúa se echó a reír y él también-. ¡Oye, esto funciona!
– Solo por un ratito, pero esta noche me tienes que llevar de fiesta y beberemos hasta que no podamos subir las escaleras de casa y tengamos que dormir en un contenedor de basura.
– Mmm, eso suena irresistible.
– Son las cosas que luego se recuerdan con cariño…- dijo Lúa pellizcándole un escuálido moflete.
Efectivamente, después de cenar Sebas y Lúa salieron a tomar algo. Sebas quería ir primero a un bar que había cerca de casa y luego a bailar, pero después de unas cuantas cervezas se apalancaron y decidieron quedarse allí. Era un lugar agradable y tranquilo, e invitaba a hablar. Con el alcohol Sebas comenzó a soltarse y terminó llorando a lágrima viva sobre el hombro de su prima.
– No voy a encontrar a otra mujer como ella…- Sebas se sorbió los mocos ruidosamente- Será hijaputa…
Lúa le consolaba como podía, y recurrió al repertorio típico de “tú vales mucho”, “ya verás, pronto conocerás a alguien”, “ella no era para ti”… Después de una hora y media las lágrimas remitieron y dieron paso a leves sollozos racheados de fuerza dos y algunos insultos aislados.
– Bueno, ¿no me vas a contar lo que te pasa a ti?- le preguntó Sebas a altas horas, ya bastante perjudicado.
– ¿Qué me pasa a mí?
Sebas se le acercó para hablarle en tono confidencial, y un tufo de cerveza inundó las fosas nasales de Lúa.
– Sonríes demasiado, a ti te pasa algo. Estás triste.
Ella se hundió un poco en su silla y cogió el vaso de cerveza con las dos manos, haciéndolo girar sobre la mesa.
– No creo que sea el mejor momento para llenarte la cabeza con mis penas…
– Va, va, no me vengas con chorradas. Suéltalo.
– Nada, Sebitas, que mi vida es una mierda…- Lúa hizo girar el vaso con demasiada fuerza y se volcó, vaciando todo su contenido sobre la mesa- ¡Mierda!
– Eso ibas diciendo, sí…- dijo Sebas cogiendo rápidamente un puñado de servilletas de papel para absorber la cerveza.
– Que tengo veinticuatro años ya, una carrera con la que jamás voy a encontrar trabajo, aún vivo con mis padres, acabo de quedarme en paro…
– El curro que tenías no te gustaba- objetó él.
– Es verdad, pero el caso es que no tengo trabajo, ni pareja, ni nada…
– Eso le pasa a la mayoría de gente de tu edad, es normal.
– A veces me dan ganas de terminar con todo y a tomar por el culo, ya…- Lúa hizo un gesto de barrido con la mano que volvió a volcar el vaso, ya vacío, y lo cogió de milagro antes de que se cayera al suelo- ¡Puto vaso!
Sebas se acercó a ella un poco y extendió sus brazos, moviendo las manos para indicarle que se acercara.
– Anda, dame un abrazo de oso, tontaina… No quiero que digas eso ni en broma, ¿me oyes?- se abrazaron con ciertas dificultades porque la mesa se interponía entre los dos- Ni en broma. Si tienes toda la vida por delante, eres joven, tienes fuerza, eres simpática…
– Y muy guapa- añadió Lúa frunciendo el ceño con un enfado fingido.
– Y muy guapa. Lo tienes todo, solo tienes que poner un poco de empeño y conseguirás lo que quieras. ¿Qué quieres?
– Quiero… No lo sé… Quiero tener una vida propia. Quiero hacer como tú, independizarme, tener un trabajo, ¿es mucho pedir?
Sebas sacudió la cabeza y se tuvo que agarrar a la mesa para no caerse.
– Claro que no. ¿De qué quieres trabajar?
– De arquitecta.
– ¡Pues a por ello!
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Los guiones de los diálogos has de corregirlos. Y la puntuación tras ellos.
http://buscon.rae.es/dpd/srv/search?id=kyRrDVgsOD6Xup8Dpt
Gracias por el comentario, Malen!! No te creas que no sé que se utiliza guion largo en lugar de corto, pero de todos mis gazapos, este es queriendo. Me molesta/fastidia/horripila ir poniendo dos guiones seguidos para que el ordenador ponga uno largo, así que lo he convertido en mi seña de identidad. Es tontuno, lo sé, pero me sé de uno que llegó más lejos sin guiones, ni puntos y aparte, ni nada 😉
Lo de la puntuación tras ellos sí que me interesa, lo repasaré (si te refieres a algo en concreto ponme un ejemplo y lo corrijo).
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