Lúa. Capítulo 3

Cuando Lúa llegó a casa de sus padres y les explicó que se marchaba de casa para ir a vivir con su primo Sebas a Barcelona se montó un pollo impresionante. Su padre le dijo que era una inconsciente por marcharse así, sin tener trabajo ni nada. A su madre le preocupaba que estuviera tan lejos, en una ciudad que era “un antro de perversión”. Lúa no comprendía por qué ahora se ponían así, si siempre le estaban echando en cara que no se fuera de casa. Al final su madre se echó a llorar y le pidió que la llamara todas las semanas mientras la abrazaba entre sollozos. Si al final iba a resultar que le importaba y todo…

Lúa se fue a su habitación y comenzó la ardua tarea de escoger las cosas imprescindibles que iba a llevarse. Su nueva habitación no era tan amplia como para comenzar a llenarla de mierda nada más instalarse, así que cogió la ropa que le quedaba, un par de libros, su portátil y una foto con sus amigos de Lleida. Últimamente había estado tan deprimida que apenas había salido con ellos pero les llamó para verles aquella tarde antes de volver a Barcelona y poder despedirse de ellos. El grupo de amigos que tenía era de lo más variopinto pero en conjunto parecían unos perroflautas recién salidos de una manifestación. Como siempre, hablaban todos a la vez y le costó un poco hacerles callar para explicarles que se mudaba. Algunos se sorprendieron de su decisión de abandonar Lleida y le dijeron que era mil veces mejor que Barcelona pero la mayoría comprendió que Lúa necesitaba un cambio urgentemente. Solo había que verla: estaba radiante y volvía a vestirse de colores vivos.

Sus amigos insistieron en acompañarla a la estación de tren y una vez allí desplegaron una pancarta que habían improvisado en cinco minutos donde ponía: “¡A por ellos, Lúa!” A ella se le saltaron las lágrimas y pensó que tal vez no había valorado suficiente a las amistades que tenía allí. Miró a Willy, con sus rastas recogidas en una coleta, que la miraba con ojos húmedos. Estaba loco por ella desde que iban al cole. Alguna vez se habían acostado juntos, la verdad era que funcionaban muy bien en la cama, pero sin compromiso. Lúa no se sentía implicada emocionalmente. A él le dedicó su último abrazo de despedida y Willy se agarró a ella como si fuera un salvavidas en medio del océano.

– ¡Venid a verme cuando queráis!- les invitó mientras subía al vagón.

Se sentó en un asiento con ventanilla y les vio saludarla con la mano y gritar su nombre hasta que el tren arrancó y se fueron alejando junto con su pasado y un pedacito de su corazón.

El objetivo estaba claro: conseguir un trabajo de arquitecta. El lunes se levantó incluso más temprano que Sebas y Dani y se instaló en el comedor con su portátil para buscar ofertas de empleo y empresas de arquitectura en Barcelona. Se hizo un moño improvisado y desgreñado con una goma de pelo y puso al día su currículo.

– Sí que estás hacendosa…- le dijo su primo mientras le daba un beso en la frente a modo de despedida.

– Buena suerte, Lúa- la animó Dani desde la puerta del comedor antes de marcharse.

Sí, iba a necesitarla. Durante la mañana envió su currículo a todas las ofertas de empleo que encontró por internet, y luego estuvo llamando a estudios de arquitectura. La mayoría de ellos la escucharon educadamente y le explicaron que en este momento no estaban cogiendo a nadie pero consiguió concertar algunas entrevistas que repartió durante la semana. Había tenido que llamar a casi todos los estudios de arquitectura de la ciudad pero… había valido la pena. Cuando llegó Dani corrió a explicarle lo que había conseguido.

– Sí que te mueves rápido, chica- dijo él, admirado.

– No he tenido tiempo de hacer la comida pero podemos cocinar algo juntos.

– Yo había pensado comer pasta.

Lúa le miró de refilón y luego lo hizo abiertamente, poniendo los brazos en jarras. Qué guapo era, el desgraciado…

– Oye, ¿tú sabes cocinar algo que no sea pasta?

– También sé hacer hamburguesas a la plancha.

Se hizo un silencio que al final rompió Lúa con un ataque de risa.

– No sé muy bien cómo habéis sobrevivido aquí metidos… Venga, te voy a enseñar a hacer un risotto con verduras.

– Pero no tengo mucho tiempo- objetó él.

– No te preocupes, se hace en el microondas y está en un plis- dijo Lúa abriendo la nevera.

Dani la cerró.

– Oye, da igual, yo me haré un par de hamburguesas y tú hazte lo que quieras.

– Pero…

– Ya me enseñarás otro día, ¿vale?

Lúa se quedó cortada y vio cómo su compañero de piso se ponía a cocinarse sus hamburguesas. En cinco minutos ya había terminado. Lúa todavía trajinaba con una sartén cuando le vio salir de la cocina con su plato.

– ¿Adónde vas?- le preguntó atónita.

– Me lo comeré en el comedor.

Cuando Lúa terminó de cocinar su plato y fue al comedor él ya casi había terminado. De hecho, le pareció que se lo terminaba más rápido cuando la vio aparecer y en seguida se levantó para llevarse el plato a la cocina. Ella todavía iba por la tercera cucharada.

– Oye…- le llamó ella en un tono reprobador.

Dani se giró y la miró como si no pasara nada.

– ¿Sí?

– ¿Me estás evitando?

– ¿Por qué habría de hacerlo?- preguntó él con cara de inocencia.

– No lo sé, dímelo tú…- Lúa se cruzó de brazos y le miró desafiante.

– Mira, si vamos a vivir juntos será mejor que te quede esto claro: aquí cada uno va a su bola, esto de comer juntos estuvo bien unos días, lo hice para hacerte compañía porque estabas de visita, pero este rollo no me va.

– ¿Qué rollo? ¿Comer con otro ser humano que vive en tu misma casa?

– Oye, cuando me apetece compañía como con mis amigos.

Lúa se quedó tan cortada que había abierto la boca para replicar pero no emitió sonido alguno. Volvió a cerrar la boca lentamente y le miró con decepción. ¿Qué mosca le había picado? ¿Por qué se comportaba como un idiota? ¿Cómo había podido fijarse en semejante anormal? Después de unos instantes eternos se concentró en su plato y se puso a comer en silencio. Ella no lo vio pero a Dani le afectó más aquella reacción que si le hubiera insultado. Se quedó plantado en la puerta del pasillo con el plato en la mano, solo entonces se dio cuenta de que se había pasado tres pueblos. Él solo quería marcar un poco las distancias pero se lo había montado fatal. Se había comportado como un estúpido. Trató de pensar en algo que pudiera decir para arreglar el destrozo que había hecho pero no se le ocurrió nada, así que se fue a lavar su plato. Cuando terminó volvió al comedor y justo se levantó ella para ir a lavar el suyo. Qué tontería, podía haber esperado un poco y haberse ofrecido para lavárselo. Lúa pasó por su lado sin mirarle y se metió en la cocina. Él se quedó mirando el suelo durante un minuto entero y luego se marchó a trabajar sin despedirse.

Aquella noche Lúa cenó con Sebas y luego salieron a tomar algo para celebrar las cinco entrevistas de trabajo que había conseguido. Fueron al mismo bar de la otra vez, aunque en esta ocasión les costó más encontrar una mesa libre.

– ¿Cuándo tienes la primera?- se interesó él.

– Mañana a las nueve. Luego tengo dos pasado mañana, una a las diez y otra por la tarde, a las cinco. Otra el viernes y la última, dentro de quince días. Ésta es la que me interesa más, la empresa es la más importante y han hecho proyectos bastante chulos. Tengo un CD con varios proyectos que hice cuando estaba terminando la carrera.

– Te irá muy bien, estoy seguro.

Ella le dio un trago a su mediana y le miró enarcando una ceja.

– Me sorprendería que me contrataran a la primera de cambio pero la esperanza es lo último que se pierde. También he enviado mi currículo a… no sé, unas ocho mil empresas más, pero no sé. ¿Te imaginas que me contratan?- le miró con una cara de felicidad extrema- Podrías presentarme a esos compañeros tuyos y llevarnos a todos de fiesta.

– ¿Ahora quieres que te presente a mis compis?- Sebas entrecerró los ojos- ¿Ya no te interesa Dani?

Lúa puso los ojos en blanco.

– Tenías razón, que se lo quede otra. No sé cómo puedes vivir con él bajo el mismo techo. ¿Me dijiste que erais amigos? ¿Amigos de qué?

– En realidad era un conocido, el amigo de un amigo mío. Pero no tengo problemas con él, cada uno va a lo suyo y cuando nos apetece echamos una partida de póker, o vemos una peli.

– Qué romántico… Oye, ¿te importa si vamos volviendo? No me gustaría tener ojeras mañana.

– Venga, tira… Yo invito. Ya me invitarás tú a salmón y caviar cuando te contraten.

– Por cierto, no había tenido la oportunidad de decirte que menudo pedazo te pava te agenciaste la otra noche, bandido.

Sebas se subió la solapa de la camisa con un gesto chulesco.

– ¿Acaso lo dudabas, nena?

– ¿Ya estás un poquito mejor por lo de Julia?

La cara de él se ensombreció un poco.

– Bueno, hago lo que puedo. Por la noche la cosa se complica. Menos cuando salgo, claro.

– Oye, si lo pasas muy mal puedes venirte conmigo a mi habitación, llámame a cualquier hora.

– Lúa, que somos familia…

Ella le soltó un manotazo en el hombro.

– ¡Gilipollas, es para hacerte compañía!

– Ya lo sé, tonta, es que me gusta oírte…

Lúa se levantó tempranísimo para arreglarse. Se puso un traje chaqueta de color gris y se hizo  un moño muy elegante que la hacía parecer más alta. Se pasó cerca de una hora en el baño arreglándose y maquillándose, algo ligero que realzara sus rasgos. No quería aparecer pintada como una puerta. Luego se puso unos zapatos de tacón y cogió un pequeño bolso de piel negro. Para terminar se puso unos pequeños pendientes de plata con un colgante a juego, muy finos.

Cuando los chicos se levantaron la encontraron en el comedor, tomándose un café con leche mientras consultaba su email en el portátil. Tenía las piernas cruzadas en una postura muy femenina.

– ¡Joder, si ha venido la directora del banco a casa!- exclamó Sebas al verla.

Ella se miró a sí misma.

– ¿Me he pasado?

– A ver, levántate…- Lúa se levantó y giró sobre sí misma graciosamente- Madre mía, te van a tomar por la dueña de la empresa. Estás impresionante.

Dani estaba apoyado en el marco de la puerta del comedor, todavía en pijama.

– Estás muy elegante- dijo pero ella estaba demasiada ocupada bromeando con Sebas y ni siquiera supo si le había oído.

En cualquier caso no le prestó atención. Volvió a sentarse en la mesa y se terminó su café con leche mientras curioseaba alguna cosa en internet.

Lúa llegó a la dirección que le habían indicado un cuarto de hora antes de las nueve. Después de subir a la séptima planta en ascensor empujó una puerta de cristal y se vio en un vestíbulo enorme con un mostrador bastante largo de madera. Tras él una recepcionista la miró un momento y se concentró en algo que no se veía desde donde estaba Lúa. Ella se acercó al mostrador.

– Buenos días, tengo cita con el señor Alberto Manzano.

– Espere ahí, por favor. En seguida le atenderá- la recepcionista le indicó un sofá de cuero gris oscuro y Lúa se sentó en él obedientemente.

Como no tenía nada mejor que hacer cogió una revista especializada en arquitectura de un montón que había en una mesita auxiliar. Al cabo de lo que le pareció una eternidad apareció un hombre de unos cuarenta y tantos años alto y regordete que trataba de cerrarse la chaqueta de su traje en vano mientras se acercaba a ella con la mano extendida. Lúa se levantó y le dio la mano.

– Tú debes de ser Lúa. Alberto Manzano.

– Encantada.

– Acompáñame, por favor.

Lúa siguió a Alberto a través de un pasillo que tenía puertas a ambos lados y abrió una de ellas, apartándose para hacerla pasar.

– Por favor…

Lúa pasó a una sala espaciosa en la que había una larga mesa de reuniones. Al fondo había un ventanal a través del cual se veían unas fantásticas vistas de la avenida Diagonal. Alberto entró detrás de ella y le indicó que se sentara.

– Bueno, vamos a ver…- dijo Alberto mientras se sentaba al otro lado- Estás buscando trabajo como arquitecta…- ojeó brevemente el currículo que ella le había tendido- Dime, ¿qué experiencia tienes en el sector?

La cosa no empezaba bien. Sin embargo, Lúa habló con aplomo.

– Terminé la carrera hace dos años y he estado trabajando en Sytech Lineal, una empresa de Lleida en la que estuve nueve meses colaborando en el proyecto de un edificio de oficinas. Le he traído…- abrió el bolso y sacó el CD con sus trabajos- algunos de los planos que hice durante la carrera, creo que se ajustan bastante al tipo de trabajos que llevan a cabo en Boceto.

Alberto se inclinó hacia delante con interés.

– ¿Qué tipo de trabajos llevamos a cabo en Boceto?

Vaya, así que era un hijo de puta…

– He estado viendo algunos de sus trabajos por internet y veo que tienen un estilo sencillo y moderno. Usan líneas minimalistas y funcionales, limpias. Creo que puedo encajar bien con esa filosofía.

– Muy bien… Eres una chica muy decidida. En esta empresa nos comprometemos con nuestros clientes y siempre cumplimos con los plazos de entrega. Lo que pedimos a todos nuestros empleados es que tengan el mismo nivel de compromiso con Boceto.

O sea, que la harían trabajar de sol a sol.

– Entiendo- dijo ella con naturalidad-. Eso no es un problema para mí. No me gusta quedar mal con el cliente.

– Mira, te voy a ser sincero. Me gusta tu estilo, aunque te falta experiencia. Creo que puedes aportar valor a esta empresa pero en este momento no estamos cogiendo a nadie. Ya sabes que estamos en un momento complicado y que apenas salen nuevos proyectos. Si Boceto sigue adelante es porque aquí ofrecemos un servicio de calidad a un precio razonable. Hemos tenido que recortar gastos, como todo el mundo. De todas maneras voy a quedarme con tu currículo y si surge una plaza nos pondremos en contacto contigo.

Vamos, que no la iba a contratar ni de coña.

– Muchas gracias por el tiempo que me has dedicado, Alberto- vete a tomar por el culo.

– Gracias a ti por interesarte en Boceto- no me hagas perder más el tiempo, niñata.

Los dos se levantaron y Alberto acompañó a Lúa al vestíbulo. Allí le dio la mano y se despidió de ella. Lúa se marchó con la certeza de que su CD ya estaba en una papelera.

El resto de entrevistas no fueron mejor que aquella. En alguna le dijeron directamente que no iban a coger a una pipiola sin experiencia, en una le ofrecieron un contrato de prácticas a tiempo completo sin cobrar que ella rechazó educadamente… Un desastre. De los currículos que había enviado por internet no le dijeron nada pero claro, esas cosas llevan tiempo. No era nada que Lúa no esperara pero se deshinchó un poco. Sebas le ofreció salir de fiesta el sábado por la noche, había quedado con unos amigos, pero ella declinó su ofrecimiento y se quedó viendo una peli en casa. Se despanzurró en el sofá del comedor con un bol gigante de palomitas y se puso a ver una película de los años setenta sin verla. Dani entró en el comedor al poco de sentarse ella. Qué raro, Lúa creía que había salido.

– ¿Me dejas un trocito de sofá?- le pidió.

Por toda respuesta, Lúa, que estaba estirada ocupando todo el sofá, encogió las piernas y dejó una plaza libre.

– Gracias.

Dani se sentó con una coca-cola a los pies de la chica.

– ¿Puedo cogerte una palomita?

Ella puso los ojos en blanco y le tendió el bol rebosante.

– Una- repitió ella a modo de advertencia.

Dani cogió su palomita y se la comió. Los dos se quedaron en silencio mirando  la peli.

– ¿Qué tal las entrevistas de trabajo?- Dani ya sabía que no habían ido muy bien por las conversaciones que le había oído mantener con Sebas.

– Bien- mintió ella.

Otro silencio. En la pantalla, una persecución con coches pasadísimos de moda terminó con uno de ellos volando por los aires al más puro estilo Equipo A.

– Quería pedirte disculpas por lo del otro día- Dani se giró en el sofá para quedar sentado de cara a ella-. Solo pretendía que comer juntos no se convirtiera en una obligación.

– Quedó clarísimo- dijo Lúa, cortante, sin mirarle.

– ¿No vas a perdonarme?

– No estoy enfadada- mintió otra vez ella, y se abrazó a un cojín.

– Sí que lo estás… ¿Puedo hacer algo para que me perdones?

Ella le miró con un destello de interés.

– Toca la guitarra para mí.

Dani se removió en su asiento, incómodo.

– No me pidas eso, por favor. Sabes que no me gusta…

Lúa apretó los labios en una fina línea.

– Ah, claro sólo tocas para tus amigos. Ya veo.

– No te lo tomes a mal, es que es algo muy personal para mí. ¿Por qué no me pides otra cosa?

– Sí, déjame ver la peli tranquila- Lúa se arrebujó bien en el sofá y agarró con fuerza el cojín, tratando de asfixiarlo.

Dani se quedó mirándola un rato y luego se marchó. Lúa le observó salir del comedor y le supo mal haber desperdiciado aquella oportunidad para hacer las paces. Cuando terminó la película, a la cual no había prestado la más mínima atención, se fue a su cuarto y se paró en la puerta de Dani. Levantó una mano para llamar a la puerta y se quedó parada con los nudillos a escasos centímetros de la madera, sin acabar de decidirse a llamar. Al final cogió aire y dio tres rápidos golpes, flojito. Dani no contestó. Lúa iba a volver a llamar pero pensó que tal vez estuviera dormido. Estaba a punto de irse cuando se abrió la puerta y Dani apareció al otro lado.

– Está bien, te perdono- dijo Lúa.

Él esbozó una sonrisa.

– Gracias Lúa. Me encanta comer contigo, de verdad, solo es que no quiero que se convierta en una…

Ella levantó una mano y la agitó delante del chico para que se callara.

– Oye, estamos hablando de comer juntos, no de casarnos. Si un día no te apetece o no te va bien no pasa nada. A lo mejor a mí tampoco me apetece un día. A veces tengo mis momentos antisociales, ¿qué te crees?

– No sé si creerme eso…- Dani miró dentro de su habitación, indeciso- Oye, ¿te apetece una timba de póker para sellar la paz?

– Bueno, pero no tengo mucha idea- dijo ella.

– No importa, es solo para pasar el rato.

Dani sacó una cajita de un cajón de su escritorio y volvieron al comedor. Dentro había una baraja de cartas, un tapete verde y fichas como las de los casinos.

– Oye, qué nivel… Yo creía que íbamos a jugar con garbanzos.

Dani comenzó a barajar expertamente. Estaba para comérselo.

– Estás hablando con un profesional, pequeña- dijo con chulería-. Cuando juego con Sebas normalmente nos jugamos algo.

– ¿Dinero?- preguntó ella inocentemente.

– No, nada de eso. Mira, comenzaremos los dos con la misma cantidad de fichas y el que se quede sin tendrá que hacer algo por el otro.

– ¿Algo como qué?

– No sé, como hacer el siguiente turno de limpieza del baño del otro, o hacer la comida… cosas así.

– Mmm… Lo del baño me ha gustado. ¿Hace?

Dani sonrió de forma lobuna.

– Vale.

Comenzaron a jugar y él ganó las primeras manos con facilidad. Luego cambiaron las tornas.

– Oye, ¿seguro que no tienes mucha idea?- le preguntó Dani viendo cómo se alejaba un montón de fichas hacia el lado de Lúa.

Ella se rio y le miró de forma enigmática.

– Nunca lo sabrás.

Al final, en la última mano, Dani se quedó sin dinero para seguir subiendo la apuesta y puso una chancla sobre la mesa. Ella se moría de risa.

– ¿Qué es eso? ¿Me vas a pagar con una chancla roñosa?

– Oye, de roñosa nada, y esta chancla vale por… Hacer la comida mañana.

– Joder, ¿otra vez pasta?

Dani se encogió de hombros.

– O carne a la plancha, no dirás que no te doy a escoger.

– Venga, vale.

Los dos mostraron sus cartas y ganó ella ante el estupor de su compañero de piso, que estaba seguro de que ganaría. Dani miró bajo la mesa mientras ella extendía los brazos y arramblaba con todo lo que había sobre la mesa, incluida la chancla.

– La chancla me la quedo hasta que cumplas con tu deuda…- dijo Lúa cogiéndola escrupulosamente con dos dedos.

En ese momento se oyó la puerta de la calle y ella se levantó de un salto.

– ¿Sebas?  Qué pronto ha vuelto…- miró el reloj del comedor y puso cara de sorpresa- ¡Pero si son las seis y cuarto de la mañana!

– Hostia, no me había dado cuenta de la hora- dijo Dani rascándose la cabeza y comenzando a recoger las fichas.

Sebas apareció en la puerta del comedor con un aspecto deplorable. Tenía un ojo hinchado que comenzaba a ponerse amoratado, del labio le bajaba un hilillo de sangre seca y tenía una ceja partida. Le faltaban varios botones de la camisa y su cabello estaba revuelto y apelmazado. Aunque estaba a un metro de distancia les llegó un pestazo a alcohol que tiraba de espaldas.

– Joder, Sebas…Veo que te lo has pasado pipa- comentó Dani mientras terminaba de meterlo todo en la caja.

Lúa soltó una exclamación.

– ¿Pero qué te ha pasado? ¡Ven, siéntate…!

Sebas no se movió de donde estaba.

– Tranquila, estoy bien. Estoy bien. Solo he tenido una agradable conversación con un segurata de la discoteca…- hablaba arrastrando las letras y por momentos no se le entendía nada.

– Tengo que curarte la ceja y el labio, vamos al baño- Lúa se puso a su lado y le puso las manos en la cintura para dirigirle suavemente hacia el baño pero él se revolvió de malos modos y estuvo a punto de darle un codazo en la cara sin querer.

– ¡Que me sueltes, coño! ¡No necesito que me hagas de madre!- le espetó, y se marchó tambaleándose a su habitación.

Ella fue detrás y se paró en la puerta, detrás de él.

– Estoy de tu parte, Sebas. Solo intento ayudar…- le dijo con toda la dulzura de la que fue capaz.

– ¡Piérdete!- la puerta se cerró de golpe haciéndola saltar del susto.

Lúa apoyó las dos manos, una a cada lado de la puerta y bajó la cabeza, desmoralizada. ¿Qué mosca le había picado? Notó una mano sobre su hombro y al incorporarse vio a Dani.

– Es mejor que le dejes solo. Mañana será otro día.

– Pero no puedo dejarle así…

Él la guio hacia su habitación y le abrió la puerta.

– Estás hecha polvo, vete a dormir. No te hagas mala sangre.

Dani la dejó y se metió en su habitación, y ella hizo lo mismo. Él tenía razón, al día siguiente lo vería todo de otro color. O no…

Capítulo 4

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