Sebas se levantó pasadas las cuatro de la tarde. Dani y Lúa ya habían comido, y este había recuperado su chancla después de hacer pasta para los dos. Lúa llevó a su primo al cuarto de baño a rastras y le limpió las heridas con alcohol y mercromina. Sebas no dejaba de quejarse y de apartar la cara como un niño pequeño. Tenía chorretones de sangre seca que le caían de la ceja y del labio, y Lúa se los lavó con cuidado.
– ¿Sueles meterte en líos a menudo?- le preguntó mientras le ponía una tirita en la ceja.
– ¡Yo no me he metido en ningún lío, ese tío vino a por mí sin más!
Ella le miró con aire de inspector de policía.
– ¿Dices que era el portero de una discoteca?
– Un segurata de los de dentro. Hijo de puta, como lo pille…
Lúa le cogió por la barbilla y le obligó a mirarla.
– No quiero que vuelvas a pelearte con nadie, ¿entendido?
Sebas frunció el ceño y le apartó la mano de la cara.
– Oye, no me digas lo que tengo que hacer, soy mayor que tú.
– No lo parece- dijo ella concentrándose en el labio partido otra vez-. No sé qué hacer con tu ojo, me da miedo tocarlo. Iré a por algo frío para que te lo pongas en la cara…
Lúa fue a por una bolsa de guisantes congelados y la envolvió con un trapo para que no estuviera tan fría al contacto. En aquella casa no ganaban para congelados… Sebas se la puso sobre el ojo y se fue al lavadero a liarse un canuto.
Lúa salió de su última entrevista con el ánimo por los suelos. Todos eran tan educados, tan amables, con esas sonrisas llenas de dientes mientras la barrían hacia la salida como a una vulgar bola de papel de plata… Ella sabía leer entre líneas y sabía que no iban a contratarla ni en sueños. Estaba en el centro, pensando en una venganza que incluía una bolsa llena de abono y un petardo, y de repente se le ocurrió pasar a ver a Dani por su tienda. Después de dar un par de vueltas buscando por fin la encontró. Vaya, la otra vez que había pasado por delante no le había costado tanto dar con ella, se habría movido… Era una tienda pequeña con un escaparate atiborrado de todo tipo de instrumentos, algunos rarísimos. Lúa entró en la tienda sintiendo que los zapatos de tacón que llevaba la estaban matando. Menos mal que ya había previsto que iría a dar una vuelta y se había traído un repuesto en el enorme bolso. Nada más entrar se dio cuenta de que el estrecho escaparate de la tienda engañaba mucho. Por dentro era enorme, con baterías y pianos expuestos a mano izquierda y un largo mostrador a mano derecha. Una pared estaba cubierta completamente por guitarras colgadas de lado. En el mostrador había dos dependientes. Dani, que estaba atendiendo a un hombre barbudo, y otro chico con coleta, bien parecido, que se acercó a ella desde el otro lado del mostrador.
– Hola, ¿en qué puedo ayudarte?- se ofreció con una sonrisa.
– He venido a ver a Dani- dijo ella señalándole.
El chico de la coleta la miró con recelo.
– ¿Vienes a vender algo?
Lúa se miró y se le escapó la risa. Llevaba una camisa azul celeste, una falda de tubo negra hasta la rodilla y aquellos malditos zapatos de tacón de aguja que iban a terminar con sus pies. Entre eso, el moño altísimo que se había hecho y el maquillaje debía de parecer una comercial de cualquier tontería.
– No, no, soy amiga suya… Oye, ¿tenéis baño por aquí?
– Claro, es aquella puerta del fondo- el chico de la coleta señaló la puerta con la mano.
– Gracias- dijo Lúa desabrochándose el primer botón de la camisa, luego el segundo.
Mientras se dirigía al fondo iba desabrochándose la camisa y el chico de la coleta no pudo evitar seguirla con la vista con la mandíbula desencajada. Incluso se inclinó un poco por si se le veía algo pero ella se alejaba dándole la espalda y privándole de cualquier tipo de vistas. Dani y el cliente también se la quedaron mirando como dos idiotas. Cuando llegó al baño incluso se sacó la camisa por fuera con un gesto y vieron cómo el faldón colgaba libremente, totalmente abierto. Luego desapareció tras la puerta.
El chico de la coleta vigiló la puerta hasta que ella volvió a salir y fue como si fuera otra persona. Llevaba unos tejanos gastados, una camiseta naranja con un gran sol granate en la zona del ombligo y unas zapatillas. El moño había desaparecido y mientras volvía se metió una mano entre los rizos y la sacudió enérgicamente para soltarlos bien. Lúa se acercó a él y sonrió al ver su cara sorprendida. Dani todavía estaba atendiendo, pero también le dedicó una mirada de reojo.
– No pensarías que me iba a quedar todo el día disfrazada de azafata, ¿verdad?- le dijo apoyándose sobre el mostrador con los codos e inclinándose hacia delante para ver a través del cristal la colección de púas de guitarra que había debajo- Es que vengo de una entrevista de trabajo- explicó.
– ¿De qué era?- se interesó él.
– De arquitecta.
– ¿Y qué tal te ha ido?
Ella desvió la vista. Dani aún estaba con el cliente pero la miró fugazmente y le sonrió, haciendo que a ella el corazón le diera un brinco.
– Mal…- dijo volviendo a mirar al chico de la coleta con una sonrisa un tanto lastimera.
– Vaya, pues yo te habría contratado. Se te veía muy profesional- el chico pareció darse cuenta de que se había olvidado de algo-. Por cierto, soy Toni.
– Yo soy Lúa.
– ¿Cómo?
– Lúa.
– Lúa…- repitió él, como valorando si era nombre de princesa o de perro. Luego se inclinó sobre el mostrador y le dio dos besos- Encantado de conocerte.
– Igualmente.
– ¿Quieres que te enseñe la tienda?- Lúa miró hacia su compañero de piso, que seguía hablando con el cliente- Creo que Dani tiene para un rato, no te preocupes.
– Vale.
Toni la llevó de punta a punta de la tienda explicándole con todo lujo de detalles las características de cada instrumento. Lo hacía de una forma muy didáctica así que a pesar de que ella no tenía ni idea lo encontró muy interesante, e incluso le hizo varias preguntas. Cuando llegaron a un inmenso piano de cola Lúa tocó una tecla y escuchó su sonido.
– ¿Te gusta el piano? -le preguntó Toni.
– Te vas a reír de mí pero de pequeña tenía un órgano Casio y me pasaba el día tocándolo. Me chiflaba… A mi padre, no -se quedó mirando el teclado distraídamente-. ¿Puedo?
– Claro, siéntate en el banco- Toni sacó el banco que había escondido debajo del piano y ella se sentó y tocó una musiquilla con una sola mano que él en seguida reconoció.
– ¡Es la canción de La historia interminable!
Lúa le miró orgullosa.
– ¡Sí! Todavía me acuerdo un poco…
– Mira…- Toni la hizo correrse a un lado y se sentó con ella en el banco.
Luego puso las dos manos en el teclado y tocó la misma canción pero con tal riqueza de acordes que dejó la versión de Lúa a la altura del betún. Ella le miró encantada.
– ¡Tocas el piano!
Él asintió sin dejar de tocar. La miró.
– Estudié en el conservatorio con Dani. Tenemos una habitación insonorizada para ensayar y a veces tocamos en algún bar.
– ¡No me digas!- Lúa le miró sorprendida.
– Sí, en el Philadelphia, casi siempre- el joven dejó de tocar y la miró-. ¿No te lo ha dicho?
– No, ni siquiera me ha dejado…
– Hola, Lúa, ¿qué haces por aquí?
Los dos se volvieron a mirar a Dani.
– Tenía una entrevista de trabajo aquí al lado y pensé en pasar a verte. ¡Me encanta esta tienda!
Ella se levantó y le dio dos besos. Se sintió un poco rara porque le veía cada día y nunca lo hacía, pero había que aprovechar la ocasión. La barba de Dani tenía el tacto de la piel de un armiño… De acuerdo, Lúa tuvo que admitir que no estaba siendo cien por cien objetiva.
– Gracias. ¿Quieres que te la enseñe?- se ofreció él.
– Toni me ha estado enseñando esta parte de aquí pero podrías enseñarme las guitarras.
Lúa se levantó y acompañó a Dani hasta la pared cubierta de guitarras mientras Toni volvía al mostrador. Él comenzó a enseñárselas y a explicarle la diferencia entre unas y otras.
– Esa es para jugadores de baloncesto- dijo ella-, porque con lo grande que es yo no podría cogerla.
Dani se echó a reír.
– Claro que sí, tonta. Mira- Alargó las manos y descolgó la guitarra.
Luego se la colgó a Lúa en bandolera con la correa. Ella asió el mástil y rasgó las cuerdas sin ton ni son. Luego hizo ver que tocaba algo inclinándose hacia delante y haciendo volar su cabello como si fuera una estrella de rock hasta que se le enganchó el pelo con una clavija y tuvo que interrumpir su actuación para desenredarlo, avergonzada.
– Mira, pero si eres toda una profesional- se rio Dani.
Ella le miró fijamente.
– Todavía no te he oído tocar…- dijo en un tono que era una petición.
– Ahora no voy a tocar, estoy en el trabajo- se excusó Dani.
– Pues Toni ha tocado el piano. Y muy bien, por cierto- Lúa miró al fondo de la tienda- ¿Qué es aquello?- dijo señalando una puerta con una pequeña ventana de cristal.
– Ah, es la sala de ensayo. Ven, te la enseño.
Dani la llevó hasta la puerta y la hizo pasar a una habitación totalmente gris con las paredes cubiertas de relieves triangulares. En un extremo había una mesa de mezclas y también había un par de teclados, una guitarra, micros… De todo. Ella lo miró todo embobada.
– Qué pasada…- comentó acariciando uno de los teclados.
Luego se puso en uno de los micros y dijo “un, dos, tres, probando” pero estaba apagado.
– Espera.
Dani le dio a un par de botones y asintió. Lúa volvió a decir la misma tontería y esta vez oyó su voz a través de los altavoces. Sonrió como una niña.
– ¿Y tú sabes tocar los teclados?
– Toco el piano, la guitarra y el saxo un poquito.
Ella se cruzó de brazos y enarcó una ceja. Desde luego, no le hubiera importado practicar saxo con él.
– ¿Estás intentando impresionarme?
– No- dijo Dani levantándose y yendo hasta la puerta-, es lo que hay.
Dani salió de la habitación como el correcaminos y un coyote derrotado de pelo rizado le siguió con las orejas gachas. Los dos volvieron a la parte delantera de la tienda con Toni.
– ¿Qué te ha parecido la sala de ensayo?- le preguntó este a Lúa.
– Está muy bien. Ya me ha dicho Dani que aquí es donde graban los U2.
Toni se echó a reír.
– Oye, ¿de qué os conocéis vosotros dos?
Lúa miró a Dani brevemente.
– Compartimos piso- dijo ella.
– Vaya, pues sí que te lo tenías callado…- Toni miró a Dani con media sonrisa canalla.
– La trajo Sebas, es su prima- explicó Dani con una mueca de desagrado hacia su compañero. Luego se volvió hacia Lúa-. Oye, tengo trabajo. ¿Te parece si nos vemos luego en casa?
– Claro. Ya nos veremos, Toni…
– Vuelve cuando quieras.
Lúa se marchó y fue a coger el metro hasta casa. A pesar de todo le había encantado pasar un ratito con Dani, y una sonrisilla tontuna la acompañó todo el trayecto para dar fe.
Cuando llegó a casa subió las escaleras de dos en dos hasta llegar a su piso y entró en tromba.
– ¡Sebas…!
Lúa oyó un ruido en la habitación de su primo y fue corriendo hacia allí.
– ¡Sebas…!- repitió mientras entraba en la habitación.
Su primo, de espaldas a ella, se inclinó hacia delante apresuradamente tapando algo y un paquetito se le cayó al suelo. Él lo recogió a la velocidad del rayo y lo metió en un cajón de su mesita antes de que Lúa pudiera ver lo que era.
– ¡Joder, Lúa! ¡Llama antes de entrar!
Ella ya estaba a su lado y se paró en seco.
– Lo siento, es que tenía ganas de hablar contigo… ¿Qué es eso?
– ¡Nada que te importe, sal de aquí!
Lúa dio un paso atrás, asustada. Sebas nunca la había tratado así, ni le había visto con esa mirada tan agresiva. Casi temió que fuera a pegarla. Se quedó mirándole un instante y luego salió de su habitación a toda prisa. ¿Qué mosca le había picado? Si le hubiera pillado practicando sexo con un gato lo habría entendido pero aquello no tenía sentido. Lúa se encerró en su cuarto y no volvió a salir hasta la hora de la cena. Sebas, ni eso, no se dejó ver en toda la noche. Ella estuvo a punto de ir a buscarle para saber qué le pasaba pero al final pensó que era mejor dejarle solo. Cuando se le pasara el enfado ya hablaría con él.
Cuando Sebas volvió a hablar con ella, al día siguiente, se comportó como si no hubiera pasado nada, y Lúa no quiso levantar ampollas mencionando el tema.
– Preciosa, me voy a la playa con mis amigos, ¿te apuntas?
– ¿A la playa? Todavía hace un poco de frío para ir a la playa…
– Vamos a jugar a vóley.
A Lúa se le iluminó la cara.
– ¡Vale, me apunto! ¿Te quieres venir, Dani?- preguntó volviéndose hacia el aludido.
– No, paso…- dijo él levantando la mano en señal de negación.
Lúa se levantó a dejar su vaso en el fregadero y le pasó los brazos por el cuello desde detrás. Su cabello cayó en una cascada rizada sobre el pecho de Dani.
– Va, no seas aburrido…
Él le apartó los brazos para quitársela de encima con gesto cansado.
– No, de verdad, id vosotros.
Lúa se separó de él, contrariada. Joder, parecía que le hubieran metido un palo por el culo, era tan… tan…
– Eres una seta- le dijo, y comenzó a recoger la mesa del desayuno.
A Sebas se le escapó la risa y se tapó la boca con la mano para reprimirla. Dani se levantó y se encaró a Lúa.
– ¿Qué me has llamado?
Lúa se rascó la frente con un dedo con el ceño fruncido, como si estuviera meditando, y puso los brazos en jarras.
– Seta- dijo desafiante- ¿Te lo deletreo?
Sin previo aviso Dani la cogió por las piernas y se la echó encima como si fuera un saco de patatas.
– ¡Eh, suéltame!- Lúa comenzó a patear el aire con las piernas mientras Dani salía de la cocina con ella a cuestas. Se la llevó al baño y la depositó en la pequeña bañera ignorando los gritos de la chica.
Cuando ella se incorporó vio a Dani empuñando la alcachofa de la ducha contra ella.
– Mira lo que hace esta seta- dijo, y a continuación abrió el grifo a toda potencia, dándole a Lúa en el pecho con el chorro de agua.
Ella gritó de la impresión. El agua estaba helada.
– ¡Serás hijo de mala madre…!
En seguida reaccionó y cogió la alcachofa para dirigirla contra él. Comenzaron un forcejeo con gritos y risas en el que salpicaron todo el cuarto de baño y al final Lúa consiguió cerrar el agua. Los dos estaban empapados.
– ¡Se te va la olla, tío!- dijo ella escurriendo su camiseta sin quitársela.
– Eso por llamarme seta- dijo él tranquilamente mientras se miraba en el espejo lleno de salpicaduras y se pasaba los dedos por el cabello mojado.
– Bueno, al menos te he dejado como un pollo mojado a ti también- comentó ella mientras se secaba con una toalla-. Va, ¿por qué no te vienes? Te lo pasarás bien.
– No, de verdad. No me apetece- dijo mientras Lúa abría la puerta para salir-. Ah, y la próxima vez que vengas a la tienda no te desnudes ahí en medio, que desconcentras al pobre Toni.
– ¡No me estaba desnudando, llevaba la otra camiseta debajo!- se defendió ella mientras le daba un pellizco en el brazo y cerró la puerta del baño dejándole solo.
Sebas y Lúa llegaron a la playa y a ella le sorprendió la cantidad de gente que había, porque aunque luciera un día soleado corría un vientecillo helado de vez en cuando que congelaba el hipotálamo.
– Mira, ahí están- le dijo su primo señalando un grupo de ocho personas que había montado una especie de campamento base con toallas, neveras con cerveza, bolsas de patatas y otras chucherías. La concentración de mierda a su alrededor era importante-. ¡Chavales!
Algunos de los del grupo se volvieron a mirarles sin mucho afán. Lúa se fijó en que solo había una chica en el grupo. Cuando llegaron Sebas fue haciendo las presentaciones.
– Chicos, ésta es Lúa, mi prima. Lúa, estos son Carlos, Eddie, el Flaco, Fran, María, Zoco, Marc y Jose.
– Ahora tienes que repetir todos los nombres en el orden inverso- la retó Fran.
Lúa sonrió.
– Sí, bueno, no soy muy buena para los nombres, así que seguramente os lo volveré a preguntar veinte veces. Con Sebas también me pasa…- se volvió hacia su primo- Era Sebas, ¿verdad?
A nadie pareció hacerle mucha gracia su chiste, todos se limitaron a levantarse y caminar por la arena hasta una zona donde había una red colgada. Se oyeron un par de grillos en la lejanía. Lúa les siguió con cara de circunstancias. Iba a ser una mañana muy larga…
Se dispusieron la mitad a cada lado de la red y comenzaron a jugar a vóley. Ella se dio cuenta en seguida de que eran muy competitivos. Cuando alguien fallaba una bola los demás le echaban bronca como si estuvieran en la final de un campeonato. Ella no lo hacía mal pero también se llevó algún que otro rapapolvo cuando no le daba bien a una pelota y la enviaba a Cuenca. La primera vez se mordió la lengua pero la segunda no se calló.
– Oye, chaval, solo es un juego, tómate una tila- le soltó de mal humor a Carlos mientras le lanzaba la pelota con más fuerza de la necesaria.
Al cabo de tres cuartos de hora Lúa estaba ya hasta las narices. Por suerte el partido se terminó al cabo de poco y volvieron a las toallas. A pesar de la temperatura se quedó en bikini, todos los demás iban en bañador y ella no iba a ser menos. No iba a ser menos gilipollas, claro, porque iba a pillar un trancazo de campeonato. Lúa cogió la crema solar y comenzó a ponérsela por todo el cuerpo. El sol no pegaba muy fuerte pero era la primera vez que iba a la playa en todo el año y no quería quemarse. Solo le faltaba quemarse y congelarse a la vez, menuda tontería.
– ¿Te pongo crema en la espalda?- se ofreció Sebas.
– Bueno…- aprovechando que estaban un poco apartados de los demás Lúa le habló en tono confidencial- No me gustan mucho tus amigos.
– Bah, eso es porque todavía no les conoces.
– Si los conozco un poco más tendré que sacar la sierra mecánica de la mochila… Ponme un poco de crema ahí, que te lo has dejado.
Cuando pilló al Flaco y a otro más mirándola de reojo casi le dieron ganas de vomitar. Ella iba a hacer topless, como siempre, pero en vista de que las hienas del Rey León estaban al acecho, se abstuvo.
Se echó a tomar el sol y se mantuvo al margen de las conversaciones, aunque tenía un oído puesto en lo que decían. Estaban comentando la última vez que habían salido de fiesta. Al parecer el Flaco había intentado ligar infructuosamente con una pelirroja toda la noche y al final se había quedado a dos velas. Lúa sonrió para sus adentros. Abrió un ojo para mirar a su alrededor y vio que Sebas se había alejado un poco con el tal Zoco. Parecían estar discutiendo, aunque desde donde estaba Lúa no podía distinguir las palabras.
– Qué callada estás…
Eddie se sentó a su lado a tomar el sol.
– ¿Qué quieres que diga, si estáis hablando de una fiesta en la que yo no estuve?
– Podrías haberte venido, Sebas te invitó.
– Ah, quieres decir cuando le dieron la paliza… Ya podríais haberle ayudado un poco, le dejaron hecho un Picasso.
– Bueno, bueno, tampoco fue para tanto…- Eddie se echó a reír enseñando unos dientes perfectos y blanquísimos- Estábamos todos bastante puestos.
– ¿Puestos? ¿Puestos de qué?
Eddie la miró divertido pero no contestó.
– Dime, Lúa, ¿a qué te dedicas?
Lúa miró a Sebas y se preocupó. ¿Se estaba drogando? Últimamente estaba un poco agresivo… Eddie se acercó a ella y le dio un beso en el hombro, haciéndola volver a la realidad.
– ¿Pero qué haces?- exclamó ella apartándose bruscamente, como si se le hubiera posado un bicho en el hombro.
Él la miró sorprendido.
– Relájate un poco. Sebas me dijo que eras más divertida- le dijo frunciendo el ceño.
Lúa puso los ojos en blanco.
– Si con divertida quieres decir facilona, estás muy equivocado. Como me toques un pelo te va a faltar camino para correr, niñato.
Miró hacia Sebas otra vez, que continuaba discutiendo con Zoco, y decidió que no aguantaba allí ni un minuto más. Se incorporó y comenzó a vestirse.
– ¿Qué haces?- le preguntó Eddie.
– Me piro.
– ¿Tan pronto?
– Fíjate, hago posible lo imposible- Lúa se levantó, recogió la toalla y la metió en su mochila.
Dejó a Eddie plantado y se fue hacia Sebas, que se calló en cuanto la vio acercarse.
– ¿Qué haces con la mochila, ya te vas?
– Sí, ¿te vienes conmigo?
Sebas miró a Zoco, indeciso. El otro desvió la mirada y le dio una calada al cigarro que se estaba fumando.
– Yo me quedo un poco más. ¿Por qué no te esperas un rato y nos vamos los dos?
– No, yo me voy ya. Adiós, Zoco.
– Ya nos veremos- dijo Zoco con un movimiento de cabeza.
Espero que no, pensó ella, y se marchó.
Cuando Sebas llegó a casa ella le estaba esperando desde hacía rato. Estaba sola en casa y se dedicaba a dar vueltas arriba abajo por el pasillo de casa.
– Sebas, me gustaría hablar contigo.
– ¿Ha pasado algo en la playa? Te has ido así, tan de repente…
– Vamos al lavadero- dijo ella.
Los dos salieron al lavadero y se sentaron en las hamacas. El ambiente era fresco y sombreado, muy agradable. Sebas volvió dentro un momento y regresó con dos cervezas pero Lúa declinó el ofrecimiento.
– ¿Qué te han parecido mis amigos?- le preguntó él.
– ¿De qué los conoces?- le preguntó ella a su vez, sin contestar a su pregunta.
Él hizo un gesto vago.
– De salir por ahí…
– No me caen bien. ¿De qué discutías con Zoco?
– De nada importante…
– Sebas…- Lúa se inclinó hacia adelante para acercarse más a él- ¿Te estás drogando?
Él la miró como si se hubiera vuelto loca.
– ¿Qué dices?- Sebas se levantó de un salto y se asomó por el patio de luces. Luego se volvió hacia ella susurrando- ¿Te has vuelto loca, decir eso aquí, para que lo oiga todo el mundo? ¡Claro que no me meto nada! Solo algún canuto de maría de vez en cuando. Contigo.
– ¿Nada más?- insistió ella- ¿Seguro?
– Seguuuuuro- dijo él con cansancio.
Lúa se levantó y se metió la mano en el bolsillo.
– ¿Entonces qué es esto?- dijo sacando un paquetito lleno de pastillas.
Sebas abrió los ojos desorbitadamente y se abalanzó sobre ella para arrebatarle el paquete de las manos pero Lúa ya se lo esperaba y le esquivó.
– ¡Dame eso ahora mismo!- le gritó Sebas con la cara desencajada- ¡No tienes ni puta idea de lo que estás haciendo, devuélvemelo antes de que me cabree!
Lúa corrió hasta la cocina y cerró la puerta del lavadero. Sebas llegó justo después y forcejeó con la maneta de la puerta para abrirla pero ella la sujetaba con fuerza desde dentro y no le dejaba entrar. Estaba asustada.
– ¡Abre la puerta!- gritaba Sebas tratando de girar la maneta y dando puñetazos a la puerta como un loco- ¡Que me abras, gilipollas de mierda!
– ¡Sebas, abriré la puerta cuando te calmes!- gritó ella desde dentro- Joder, ¿no ves que no eres tú?
– ¡Eso que tienes vale un pastón y no es mío, como no me lo des en seguida…! ¡Te mataré, Lúa! ¡Te juro por dios que te mato!
Sebas cada vez trataba de abrir la puerta con más fuerza y de forma más abrupta, y al final lo consiguió, empujando a su prima hacia la mesa de la cocina.
– ¡Sebas!- grito Lúa mientras él se abalanzaba sobre ella y la cogía por las muñecas haciéndole daño- ¡Ah! ¡Sebas, para!
Sebas la zarandeó con fuerza y Lúa se golpeó con la encimera de la cocina en la cadera. Soltó un grito de dolor y se le saltaron las lágrimas.
Él la registró y encontró el paquete de pastillas en uno de los bolsillos de su pantalón. Después de arrebatárselo la soltó dándole un empujón que la envió un par de metros más allá y ella se llevó una mano a la cadera mientras se doblaba por la mitad.
– ¡Me has hecho daño, subnormal!- balbuceó entre lágrimas.
Sebas comprobó que el paquete no tuviera ningún agujero y se lo metió en el bolsillo. Luego se acercó a Lúa y levantó un dedo ante ella a modo de advertencia.
– Que sea la última vez que te metes en mis cosas, Lúa. Como vuelvas a hacer algo así te tiro por el patio de luces, te lo prometo.
Él se marchó rápidamente y se encerró en su habitación dando un portazo que la sobresaltó. Lúa se quedó llorando en el suelo, hecha un ovillo. Estuvo así largo rato. Cuando consiguió dejar de llorar se levantó y se levantó un poco la camiseta para verse la cadera dolorida. Se le estaba formando un buen moretón. ¿Qué podía hacer? No podía dejar que Sebas siguiera por aquel camino. Armándose de valor fue a la habitación de su primo y llamó a la puerta.
– Sebas…
Dentro no se oía nada. Ella volvió a llamar.
– Sebas, ábreme por favor. Estoy preocupada por ti…
La puerta se abrió y apareció Sebas con la cara desencajada.
– Lúa, perdóname por lo de antes, por favor. ¿Te he hecho daño?- ella asintió- Joder, Lúa… Tú no lo entiendes, todo eso que has encontrado no es mío, lo estoy guardando para hacerle un favor a un amigo.
– ¿A Zoco?- le preguntó ella mirándole fijamente.
Sebas desvió la vista un momento.
– Eso no importa, pero yo no me meto nada, te lo juro…
Estaba mintiendo. La estaba mirando a los ojos y le estaba mintiendo descaradamente. Lúa no contestó pero su silencio fue muy elocuente.
– Lúa…- Sebas le cogió un mechón de pelo y lo enrolló en su dedo- Lúa, eres la persona que más quiero en este mundo, si tú no me crees…
– Yo también te quiero mucho y voy a ayudarte en todo lo que pueda, pero tienes que prometerme que te desharás de eso- señaló el paquete de pastillas que estaba sobre la cama- y nunca más te acercarás a las drogas. Por favor…
– Te prometo que me desharé de las pastillas en cuanto pueda, solo dame unos días.
– Yo las guardaré- se ofreció ella.
– ¡No!- el exabrupto de Sebas la asustó y dio un paso atrás instintivamente. Él se dio cuenta de que había metido la pata y corrió a abrazarla- Perdóname, Lúa, es que estoy un poco nervioso. Perdóname… Es mejor que lo guarde yo, ¿vale? Quiero tenerlo vigilado en todo momento, no te lo tomes a mal.
– Entonces lo precintaré- dijo ella con resolución.
Sebas parpadeó.
– ¿Qué?
– Voy a precintar el paquete con cinta aislante y te pediré que me lo enseñes cuando me dé la gana.
– Lúa…
– O eso o llamo a la policía ahora mismo- le advirtió Lúa.
– No serías capaz…
– Ponme a prueba- los ojos verdes de Lúa brillaron desafiantes y Sebas no pudo asegurar si iba de farol o no.
– De acuerdo, tú ganas…- dijo él al fin, derrotado.
– Coge el paquete y ven conmigo.
Juntos fueron a por la cinta aislante y Lúa envolvió con ella el paquete dándole tantas vueltas que cuando terminó se veía bastante más grueso de lo que era al principio. Luego cogió un rotulador y lo firmó en varios lugares e hizo dibujitos para que Sebas no pudiera darle el cambiazo fácilmente. Él contempló todo el proceso sumido en un hosco silencio. Cuando terminó, Lúa le devolvió el paquete y se preguntó si sería posible llegar hasta las pastillas sin la ayuda de un láser.
– Podrías confiar un poco más en mí- dijo él con aire de reproche.
Ella estuvo a punto de contestar que no se podía confiar en un drogadicto pero se contuvo. En cambio, se lo llevó al bar de siempre y le invitó a una cerveza.
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