Lúa se cruzó con Dani antes de salir de casa y el mero contacto visual con él hizo que el pulso se le acelerara. Y que llovieran pétalos de rosa. Y que mariposas de colores volaran a su alrededor. Y que… ¡La madre que la parió! A pesar de las advertencias de Sebas se había enamorado de él como una idiota. Dani era tan raro… Podía ser encantador, dulce e incluso travieso con ella. Cuando era así, parecía que él también sentía algo por ella, tenía un brillo especial en la mirada. Sin embargo, luego le daba un corte que la dejaba tibia, o si ella le hacía una caricia aparentemente descuidada él se apartaba como quien no quiere la cosa. En esas ocasiones el brillo de su mirada parecía fruto del reflejo del fluorescente de la cocina.
Lúa se había dejado caer por la tienda de música varias veces y él era muy correcto, pero últimamente cuando entraba alguien siempre era Dani quien le atendía, como si ella hubiera ido hasta allí para ver a su compañero de la coleta. Toni, por su parte, era un encanto, e incluso se había ofrecido a darle clases de piano. Si no había nadie en la tienda iban los dos a la sala de ensayo y tocaban algunos acordes. Lúa se lo pasaba muy bien, pero no dejaba de preguntarse qué leches hacía pasando la tarde con Toni cuando lo que quería era estar con el capulláceo de su compañero de piso.
Lúa salió al rellano de casa y subió un tramo de escaleras que terminaba en una puerta bastante maltrecha. La abrió y, aunque parecía que al otro lado tuviera que esperarla un zombi alopécico, solo la recibió la brisa refrescante de la azotea del edificio. Desde allí tenía unas magníficas vistas de Montjuïc y sus fuentes, que de noche se iluminaban en distintos colores. También se veía el parque botánico a lo lejos, y el mar. Lúa había descubierto aquel rincón un día que estaba muy aburrida y subió a ver si la puerta que daba a la azotea estaba cerrada con llave. No lo estaba. Allí arriba no subía nadie y tenía un espacio diáfano enorme para ella sola, pero lo que le encantaba era que desde allí no podían verla desde el resto de edificios. Era el lugar perfecto para esconder una oveja o tumbarse a tomar el sol tranquila. Lúa se quedó en bikini y se quitó la parte de arriba. Luego extendió la toalla que había cogido de casa en el suelo y se sentó encima. Después de embadurnarse de crema solar, ponerse unas gafas de sol y los auriculares del mp4, se estiró boca arriba y cerró los ojos con un suspiro. En el fondo se sentía un poco culpable por estar allí sin hacer nada útil más que dorarse como una croqueta día tras día. Ya llevaba un par de meses en Barcelona y no había conseguido empleo de arquitecta. Ni un mal resfriado, había conseguido… Estaba cobrando el paro y el dinero no era un tema preocupante de momento pero no le gustaba estar allí sin oficio ni beneficio. Se había planteado un par de veces abandonar la idea de trabajar de lo suyo y buscar curro de sicario o de lo que fuera pero Sebas siempre la animaba a no desanimarse y perseguir su sueño.
Sebas… Aquel dichoso paquete de pastillas había rondado por casa una semana más hasta que él le dijo que se había deshecho de él. Lúa no sabía si creerle o no pero ¿qué podía hacer, salvo vigilarle? A veces, cuando él no estaba le registraba la habitación en busca de drogas pero no volvió a encontrar nada sospechoso aparte de una camiseta que albergaba un ecosistema en su interior. El tío volvía a estar encantador, tal vez demasiado… Lúa se fiaba menos que de un flan de huevo peludo. Sebas se iba de fiesta con aquella mierda de amigotes que tenía y ella había hecho el esfuerzo de salir con ellos un par de veces solo para tener a su primo controlado, pero Sebas siempre desaparecía con la excusa de ir al lavabo y luego volvía eufórico y con las pupilas dilatadas. Si ella se enfadaba o le decía algo al respecto se ponía agresivo, y encima sus amigos le defendían. Todos iban empastillados hasta las cejas y cerraban filas como un ejército de espartanos para evitar que Lúa se lo llevara a casa cogido de los pelos. Sebas no era consciente de la mierda en la que andaba metido y todavía les defendía. Al final Lúa se rindió y dejó de ir con aquella gentuza. Joder con Sebitas…
Lúa estuvo una hora tomando el sol y luego lo recogió todo y se volvió a casa.
Por la tarde se sentó en la mesa del comedor y conectó con sus amigos de Lleida, que estaban reunidos en torno a un portátil para hablar con ella.
– ¡Hola, chicos!
– ¡Hola, Lúa!- contestaron más o menos al unísono.
– Os echo de menos… Contadme cositas, ¿qué se cuece por allí?
– Chechu ha terminado la carrera. ¡Ya tenemos un ingeniero en el grupo!
Lúa se llevó las manos a la cara.
– ¡No me jodas…!
Chechu llevaba tres años sin poder terminar la carrera por una asignatura que no había manera de aprobar. Él decía que el profe le tenía manía y estaba desesperado. Que hubiera podido sacársela era una gran noticia.
– ¡Dile a quién se la has chupado, Chechu!- gritó Elena de fondo.
– ¡A todo el mundo!- exclamó él, loco de contento.
Lúa se echó a reír.
– ¡Cuánto me alegro…! Espera, que ahí viene Sebas- Lúa se volvió hacia su primo y le hizo señas para que se acercara- ¡Sebas, ven aquí, que Chechu tiene una noticia para ti!
Sebas se asomó sobre el hombro de Lúa y vio las caras de sus amigos apelotonadas en la pantalla.
– ¡Hombre, chavalotes! ¡A ver si os venís por aquí algún día! Chechu, ¿qué es eso que tienes que decirme?
– ¡Que ya soy ingeniero, macho!- exclamó el otro a grito pelado, y todos comenzaron a gritar y a saltar, presa de la euforia.
– ¡Qué dices! ¿A quién se la has chupado?
Todos se echaron a reír. En ese momento entró Dani en el comedor, les había oído gritar y tenía curiosidad. Venía comiéndose una manzana.
– ¿Qué hacéis?- preguntó asomándose por encima del otro hombro de Lúa.
– ¡Hola!- saludó Katia con alegría.
Lúa miró brevemente a Dani.
– Dani, estos son nuestros amigos de Lleida- se volvió hacia la pantalla-. Este es Dani, nuestro compañero de piso.
– ¡Buenorro!- gritó Katia al otro lado, y Elena le dio una colleja.
Lúa se puso un poco colorada. Si hubiera estado en su mano, en ese momento unos hombres de negro habrían aparecido de la nada y se habrían llevado a Katia a una cárcel afgana.
– Perdónala, aún es virgen y está desesperada- le dijo a Dani.
– ¡Virgen, y un huevo!- gritó Katia desde el otro lado.
Él sonrió.
– Joder, sí que me favorece la cámara…- dijo en voz baja, incómodo.
– Vamos a ir un día a veros- Willy habló por primera vez-. ¿Qué os parece el sábado que viene, no, el otro?
– ¿En serio?- exclamó Sebas, encantado. Luego frunció el ceño- Qué cabrones que sois, llevo aquí tres años y no habéis bajado nunca, y ahora que viene Lúa perdéis el culo por venir.
– Es que ella está más buena que tú, nene- dijo Willy de buen humor.
– ¡Y no pincha!- añadió Chechu.
Siguieron hablando un rato más y luego se despidieron. Lúa cerró el portátil con un suspiro.
– Cómo les echo de menos…
– Parecen buena gente- comentó Dani terminándose la manzana.
– Hoy tengo un invitado para comer- anunció Lúa con una gran sonrisa.
Sebas y Dani estaban en el comedor, espatarrados en el sofá mirando la tele.
– Ah, ¿sí? ¿Quién es?- se interesó Sebas- Que yo sepa no conoces a mucha gente en Barna, y no me has hablado de nadie…
Dani también la miró con un vago interés.
– Es una sorpresa.
– ¿Chico o chica? Dime eso al menos.
– Chico- Lúa miró a Dani de refilón pero él no pareció en absoluto afectado.
Un poco desanimada, se metió en la cocina para preparar la comida. Al poco apareció Dani.
– Te echo una mano…- dijo mientras se ponía un delantal.
Vaya, vaya, a ver si al final su plan maléfico para ponerle celoso había funcionado un poquito… El pequeño demonio que se hurgaba los dientes con un palillo sentado sobre su hombro sonrió con suficiencia.
– No hace falta- le contestó Lúa con una sonrisa.
No hace falta pero como te vayas nunca encontrarán tu cadáver, pensó.
– No digas tonterías, últimamente siempre cocinas tú para los tres y aunque no sepa cocinar soy un buen pinche. Puedo pelar patatas, cortar verduras, amputarme un dedo… ¿Qué vamos a comer?
– Pescado al horno con patatas, es muy fácil. Si quieres puedes ayudarme a pelar las patatas. También haré una ensalada.
Dani comenzó a pelar patatas y Sebas se asomó por la puerta. Al ver el cruel destino de su compañero de piso emprendió una rápida retirada.
– Chicos, me ofrecería a ayudaros pero tres personas trajinando en la cocina…- chasqueó la lengua- Mal asunto. Mejor os dejo trabajar tranquilos y ya, si eso, me paso luego.
– Pon la mesa, listo.
Sebas se volvió al comedor cabizbajo mascullando alguna cosa y a Lúa le dio la risa.
El pescado ya estaba casi a punto cuando llamaron al interfono. Lúa fue corriendo a abrir. Los dos ayudantes se miraron entre sí y Sebas se encogió de hombros. Lúa esperó en la puerta a que llegara su invitado.
– Si llego a saber que era un ático sin ascensor, no sé si hubiera aceptado la invitación…- Lúa se echó a reír- He traído vino.
– Gracias- dijo ella cogiendo la botella-. ¡Pasa, pasa!
– ¿Te puedes creer que no había estado aquí nunca?- dijo él.
Lúa volvió a reírse.
En el comedor, Dani se asomó al pasillo con cara de extrañeza.
– ¿Toni?- preguntó con un deje de incredulidad.
– ¡Hola, Dani! ¡Cuánto tiempo…!- dijo Toni jocosamente.
Toni entró en el comedor con una gran sonrisa y le dio unas palmaditas en el hombro a un asombrado Dani. Sebas se acercó con curiosidad.
– Hola, yo soy Sebas…
Lúa apareció detrás de su invitado para hacer las presentaciones.
– Sebas, este es Toni. Trabaja con Dani en la tienda de instrumentos musicales- se volvió hacia Toni- Sebas es mi primo.
Lúa se encargó de servir el pescado con patatas y todos disfrutaron de una comida muy agradable y divertida. Entre copa y copa Sebas se quejó de que Lúa le había servido a él todas las espinas, provocando las carcajadas de todos. Toni estuvo la mar de divertido contando anécdotas de la tienda y de las clases de piano que le daba a Lúa. Cuando hablaba hacía grandes aspavientos y su eterna coleta terminó como el nido de una cigüeña. El vino que había traído desapareció rápidamente y Dani sacó otras dos botellas que tenía escondidas, de modo que todos terminaron bastante achispados.
– Me encanta cómo lo tenéis todo- comentó Toni mirando a su alrededor.
– Ya, bueno, desde que Lúa vive aquí hemos descubierto el verdadero color de los estantes- dijo Sebas-. Creíamos que eran grises…
Ella se echó a reír.
– La verdad es que esto parecía una leonera- dijo apurando su copa.
– ¡Oye, no te pases!- le recriminó Dani en broma.
Lúa no le hizo ni caso.
– Yo necesito ponerme música para limpiar para no aburrirme, y me pongo a cantar y a bailar. La primera vez que me puse a barrer la casa entró Dani y estaba yo…- hizo ver que tocaba una guitarra con las manos- mientras escuchaba música con el mp4. Cuando le vi pegué un salto del susto que me caí de culo. ¡Hasta me hice daño en el tobillo!
Sebas se echó a reír.
– Oye, eso no lo sabía yo. Qué pena haberme perdido tu número de chacha circense.
Toni y Dani intercambiaron una mirada extraña y el segundo se ofreció a hacer unos mojitos mientras se levantaba.
– Son mi especialidad- dijo desapareciendo por el pasillo.
Lúa se levantó y comenzó a retirar las tazas de café vacías. Cuando entró en la cocina no vio a Dani por ninguna parte. Extrañada, dejó las tazas en el fregadero y salió al lavadero. Estaba apoyado en la barandilla, de espaldas a ella. Tenía la cabeza gacha. Lúa se puso a su lado y le puso una mano comprensiva en la espalda. De buena gana le habría dado un beso de tornillo de esos que luego necesitas rehabilitación para recuperarte pero una mano comprensiva, y en la espalda más que en la entrepierna, era más prudente.
– Dani… ¿va todo bien?
Él levantó la cabeza y la miró, haciendo que el corazón se le detuviera. Estaba tan guapo con su pelo largo, su barba de tres días, sus dos orejitas, sus treinta y dos dientes… Sus ojos oscuros se clavaron en ella con intensidad.
– ¿Por qué no me has avisado de que venía Toni?- le preguntó en voz baja y suave.
Su mirada era indescifrable pero estaba claro que no estaba contento. Lúa tragó saliva.
– No pensé que te molestaría. Quería darte una sorpresa…
– ¿Le has invitado para darme una sorpresa a mí?
– Le he invitado porque me cae bien y he pensado que, de paso, podría darte una sorpresa- puntualizó Lúa, cautelosa. Un mechón de pelo le cayó sobre los ojos-. ¿Te has enfadado?
Dani cambió su expresión y esbozó una sonrisa triste por un instante. Le acarició la mejilla de una forma tan liviana que Lúa no tuvo claro si la había tocado o había sido la brisa. Luego se metió en la cocina, dejándola sola y con las rodillas temblando.
– ¿Me ayudas con los mojitos?- le preguntó desde dentro.
– Claro- dijo Lúa con ligereza pero por dentro la inquietud de haber hecho algo mal la reconcomía.
Dani no volvió a mencionar la comida con Toni, pero el lunes, cuando Lúa pasó por la tienda, salió del mostrador en cuanto la vio y se la llevó fuera.
– Chico, si no me has dejado ni saludar a Toni- se quejó ella.
– Lúa, este es mi lugar de trabajo, te agradecería que no vinieras más por aquí. Y preferiría que no trajeras a Toni a casa, es mi compañero de trabajo y me gusta separar mi vida laboral de la personal.
– ¿Cómo dices?- Lúa enarcó una ceja y la sombra de un cabreo oscureció su mirada.
– Podrías haberme preguntado antes de invitarle a casa.
– No entiendo nada- dijo Lúa cruzándose de brazos en actitud defensiva-. ¿Por eso no quieres que venga a la tienda? ¿Te has enfadado conmigo?
– ¿Es que no puedes respetar mi espacio?- siseó Dani frunciendo el ceño.
– Dani…- Lúa se calló al darse cuenta de que no sabía qué decirle, pero pronto las palabras salieron de sus labios sin pensar- Mira que soy idiota, creía que éramos amigos. Ya me habías advertido que no era así pero yo soy así de estúpida. No te preocupes, no volverá a pasar.
Lúa dio media vuelta y se marchó. Por lo menos pudo reprimir las lágrimas hasta que Dani no pudo verlas. Era una triunfadora.
Lúa creía que se había perdido una pieza importante de información. Algo había pasado en aquella comida y ella no se había dado cuenta. Cuando había encontrado a Dani en el lavadero estaba disgustado, seguro. Lúa decidió ir al bar que tenía cerca de casa y se tomó un zumo de naranja en la barra. Normalmente se pasaba más tarde por allí y a la camarera le extrañó verla a esas horas, sola y triste.
– ¿Te ha pasado algo con tu novio, cariño?- le preguntó mientras pasaba un trapo por la barra.
Lúa casi se echó a reír.
– ¿Quieres decir el chico con el que vengo siempre? Es mi primo. No tengo novio…
Su suspiro de resignación se oyó en todo el barrio.
– Pues menudo ojo tengo, yo creía que erais pareja. ¿Qué te pasa? Estás como apagada.
– El problema es que no sé lo que pasa. El otro día invité a…- Lúa miró a la camarera- ¿Seguro que quieres que te lo cuente? Te podría estar rayando hasta el día del juicio final.
La camarera se echó a reír haciendo que se le marcaran finísimas arrugas alrededor de los ojos. Era una mujer de unos treinta y pico años, con el cabello teñido de rubio oxigenado recogido en una coleta. Era guapa y se la veía una mujer de carácter. Sus ojos azules la miraron con ternura.
– Cariño, esto es lo más emocionante que va a pasarme en todo el día. Cuéntamelo, anda.
Lúa le contó todo. Que le encantaba Dani, lo raro que era, cómo había conocido a Toni, la comida, las florecitas que no atraían a las abejitas…
– ¿Tú qué opinas?
– Yo lo que creo es, para empezar, que ese tal Dani es idiota. Por lo que me dices es como si le gustaras pero fuera… idiota, ya lo he dicho bien.
– Es como el doctor Jekyll y Mr. Hyde. Sobre todo al principio era encantador, pero ahora cada vez me cuesta más encontrarle de buenas. Pero es que es tan adorable cuando está de buenas…
– Tal vez deberías pasar de él pero…- la camarera soltó una carcajada sin humor mientras secaba un vaso con un trapo- eso es tan fácil de decir y tan difícil de hacer…
– Ya, ojalá pudiera. Lo intento pero es que me sonríe y se me olvida hasta cuántos páncreas tengo. Hasta que vuelve a darme un corte.
– Los hombres son tan raros, a veces… No hay quien los entienda.
– Oye, ¿cómo te llamas?
– Gaby, ¿y tú?
– Lúa. No sabes las ganas que tenía de poder hablar tranquilamente con una chica. Casi no conozco a nadie en Barcelona y mi primo no me sirve.
Gaby se echó a reír.
– Pues aquí me tienes para lo que quieras.
Lúa se fue a casa esperanzada. Era tan tonta que de tres horas de “olvida a ese desgraciado”, el único mensaje de Gaby que había calado en ella era que tal vez Dani sintiera algo por ella. Por eso aquella noche esperó a que él llegara, cosa que no pasó hasta pasadas las once de la noche, con su camisón más sugerente. Lúa no tenía camisones sexys ni saltos de cama. De hecho, se puso un camisón a rayas verticales bastante colorido, pero era el más corto que tenía. Cuando le oyó en el pasillo se levantó de la cama de un salto y salió de la habitación para hacerse la encontradiza. Abrió la puerta del cuarto y cuando salió al pasillo se encontró con Dani ya en la puerta de su habitación. No estaba solo. Iba con una chica rubia que iba pintada como una máscara tribal. Dani abrió la puerta y ella se colgó de su cuello. Mientras entraban comenzaron a besarse. Dani ni siquiera vio a Lúa, que se quedó en la puerta de su cuarto, quieta como una estatua. No podía creer lo que estaba viendo. Hubiera ido a ver a Sebas para que la consolara pero no estaba. Estaría con sus amigotes, haciendo vete a saber qué. Lúa se lanzó sobre su cama y se echó a llorar como una magdalena. Dani era un cabronazo de mierda… Lúa oyó risas apagadas al otro lado de la pared y se cubrió la cabeza con la almohada, aplastándosela con todas sus fuerzas. Al cabo de un buen rato oyó el sonido de unos acordes de guitarra y fue más de lo que pudo soportar. Dani nunca había tocado la guitarra para ella, decía que era algo tan personal… En cambio sí tocaba para aquella furcia que debía de haber conocido aquella misma noche. Sí, era infantil enfadarse por eso, pero Lúa era joven y se lo podía permitir. Cogió las llaves de casa y se largó dando un portazo. Subió a la azotea y un viento frío la asaltó nada más abrir la puerta. Entonces se dio cuenta de que solo iba con aquel fino camisón veraniego y unas chanclas pero le dio igual. Se acercó al borde ignorando el frío y se asomó para ver las vistas de la ciudad. Una alfombra de luces naranjas se extendía a sus pies, ajena a su sufrimiento. Lúa se abrazó a sí misma y dejó que la brisa se llevara sus lágrimas. ¿Qué pintaba ella en Barcelona? ¿Qué había conseguido? No había conseguido trabajo todavía, su primo se estaba jodiendo la vida ante sus ojos sin que ella pudiera hacer nada y había ido a enamorarse de un cabronazo que pasaba de ella… Y encima tenía que convivir con él bajo el mismo techo, tenía que soportar que se tirase a una fulana a medio metro de ella, que le regalara su música. ¿Qué pasa, es que Lúa no era lo bastante buena como para que tocara una triste canción para ella? ¡Mierda, ya estaba otra vez enfadada por la tontería de la guitarra…! ¡Hijo de puta!
Lúa golpeó la repisa de piedra con los puños una y otra vez, frustrada, cabreada y derrotada. Al cuarto golpe se hizo daño en la mano izquierda y la refugió bajo el sobaco como si fuera un polluelo malherido. Cuando por fin volvió a casa ya no se oía nada en la habitación de al lado. Lúa pensó cínicamente que tal vez habían tenido el detalle de follar con silenciador. Bueno, ya estaba bien. ¿Por qué tenía llorar por aquel palomo? Ella valía más que eso. Ningún tío se merecía sus lágrimas, no señor. A la mierda con Dani, se iba a enterar de quién era ella.
Por la mañana Lúa se levantó temprano y se preparó un buen desayuno. Estaba decidida a pasar de su compañero de piso, le daba igual con quién se liara. Para su sorpresa la rubia entró en la cocina como Pedro por su casa y miró a su alrededor buscando algo.
– ¿Te ayudo?- le dijo Lúa.
– Sí, por favor, necesito un café como agua de mayo.
Desde luego lo parecía, tenía bastante mala cara. Todavía llevaba puesto el maquillaje del día anterior y la mitad se le había corrido. Ahora que Lúa se fijaba, la “rubia” tenía unas raíces oscuras en el pelo que ya las quisiera para sí un roble. Era más alta que ella y se había vestido con la misma ropa que la noche anterior. Bien mirado, Lúa no tenía nada que envidiarle. Había hecho una cafetera y le sirvió un café solo a la otra chica, que se sentó en la mesa de la cocina y comenzó a tomarlo a pequeños sorbos.
– ¿Quieres unas tostadas?- le ofreció Lúa en un alarde de gentileza.
– No, gracias, estoy a dieta.
Lúa se encogió de hombros y se sentó delante de la rubia con un café con leche y un plato de tostadas. Ah, la dulce venganza… Cogió una y le puso una capa de mantequilla. Luego añadió una generosa capa de mermelada de fresa y le dio un buen mordisco, saboreando la mirada anhelante de la rubia más que otra cosa. Lúa se regodeó chupándose los dedos.
– ¿Cómo te llamas?- le preguntó con la boca llena otra vez.
– Cintia, ¿y tú?
– Lúa. Viniste ayer con Dani, ¿verdad?
– Sí.
– ¿Hace mucho que le conoces?- Lúa se levantó y preparó su golpe final.
– Qué va, le conocí ayer. Fue algo… espontáneo.
Espontáneo, ya te daré yo, pensó Lúa. Abrió un armario y sacó el pote de crema de cacao. Los ojos de la rubia se nublaron por un instante. Lúa lo puso entre las dos y cogió otra tostada. “¿Cuánto hace que no pruebas una de éstas, eh?”, le preguntó en silencio mientras comenzaba a extender una más que generosa porción de engrudo marrón sobre la tostada. Cuando estaba terminando apareció Sebas en la cocina y se sorprendió de ver a la chica.
– Eh… Hola.
– Sebas, ésta es Cintia. Es una amiga de Dani- dijo Lúa con toda naturalidad-. ¿Quieres un poquito?
Le ofreció la tostada a Sebas, que le dio un mordisco propio de un caimán.
– Mmm… Así da gusto levantarse- dijo mientras iba a prepararse un café con leche.
Lúa le dio otro mordisco similar a la tostada y se relamió.
– Dime, Cintia, ¿a qué te dedicas?
– Estoy estudiando empresariales.
– Qué interesante…- Lúa acarició la crema de cacao con un dedo y se lo llevó a la boca con deleite- ¿Y qué tal te va?
Cintia comenzó a explicarle los pormenores de las asignaturas como si a Lúa le importara un bledo y Dani apareció por la cocina y encontró a las dos chicas charlando amigablemente. Lúa le dedicó una sonrisa radiante y chocolateada.
– Buenos días.
– Hola…- dijo él, mirando a Cintia con incomodidad.
– Hola- le dijo Cintia mientras se terminaba el café de un trago-. Yo me tengo que ir pitando, tengo que pasar por casa a darme una ducha y cambiarme antes de ir a la facu.
– Vale- le contestó Dani sin mirarla mientras se servía el desayuno.
Cintia se levantó y se despidió de todos con la mano. Si tenía pensado besar a Dani descartó la idea en seguida. Él la ignoraba activamente desde la otra punta de la cocina. Menudo caballero andante estaba hecho.
– Ya nos veremos- dijo.
– Adiós- dijo Sebas.
– Hasta pronto- dijo Lúa con la tostada entre sus fauces.
Dani se sentó y comenzó a desayunar en silencio, con la vista fija en su café con leche.
– Oye, ¿a qué hora viniste ayer? No te oí llegar…- le preguntó Lúa a su primo.
– ¿Quién eres, mi madre?- le soltó él.
Lúa le dedicó una mirada asesina pero no dijo nada.
– Anoche fui al cine con mis amigos- le dijo Sebas dándole un beso conciliador en el pelo-. Tienes los morros llenos de chocolate, mi vida.
Lúa cogió una servilleta y se limpió la boca.
– ¿Ya?
– Más o menos…
– Más o menos es que no- dijo Lúa, y volvió a pasarse la servilleta por la boca.
Dani se terminó el café con leche y salió de la cocina sin decir nada. Sebas le puso una mano en el hombro a Lúa.
– ¿Estás bien?- le preguntó en voz baja.
– Claro, ¿por qué no iba a estarlo?- preguntó ella con aparente indiferencia.
– Ya sabes…- Sebas señaló hacia donde se había ido Dani con la cabeza.
– No importa, lo tengo superadísimo- mintió Lúa-. Si le gustan los papagayos teñidos de rubio, por mí, perfecto.
– Tú eres mucho más guapa que esa tía- le dijo Sebas rodeándole el cuello con los brazos y dándole un beso en la mejilla.
Lúa sonrió y casi se resquebrajó su máscara de indiferencia pero consiguió mantener el tipo.
– Venga, Sebas, que vas a llegar tarde al trabajo…- le dijo para sacárselo de encima.
Su primo se marchó y Lúa terminó de desayunar sola. Cuando salió de la cocina Dani ya se había arreglado y se marchaba. Pasó por su lado sin decirle nada y ella le reprendió.
– Adiós, ¿eh?- le dijo en tono recriminatorio, al más puro estilo de su madre.
Él se giró a mirarla.
– Lúa…- pareció que iba a decirle algo pero cambió de opinión- Hasta luego.
Cuando se quedó sola subió a la azotea a tomar el sol un rato. Y a emprenderla otra vez con la repisa.
El viernes por la noche Sebas volvió a irse de fiesta con su grupo a pesar de que Lúa trató de persuadirle y ella se pasó un rato por el bar. Últimamente iba bastante a menudo, le gustaba charlar con Gaby. Resultó que no era solo la camarera, el bar era suyo. Por desgracia, aquello estaba lleno a reventar y Lúa no pudo hablar con ella, la pobre Gaby no daba abasto. No dejaba de ir arriba y abajo con bandejas llenas de bebidas y bocadillos. Normal, había partido de fútbol. Con un proyector y una sábana Gaby había convertido la pared del fondo del establecimiento en una pantalla gigantesca donde se veían hasta los pelos de la nariz de los jugadores. En resumen, el bar estaba lleno de energúmenos que no paraban de gritar y animar a su equipo. Entre los gritos comenzaron a colarse quejas porque los bocadillos y las bebidas tardaban una eternidad en llegar. Hubo un momento en que Lúa vio a su amiga tan apurada que se ofreció a ayudarla.
– No me cuesta nada, no tengo nada mejor que hacer. Solo por un ratito, ¿eh?
A Gaby se le iluminó la cara.
– Muchas gracias, Lúa. Mira, lleva esta bandeja a la mesa del rincón y toma nota a la de al lado, porfa.
Gaby le pasó una bandeja repleta de bebidas, una libretita y un boli, y Lúa se puso manos a la obra.
Llevar bandejas no era tan fácil como le había parecido. No era solo que tuviera que mantener la bandeja en equilibrio para que no se le cayera nada, tenía que sortear las mesas y los movimientos impredecibles de los chimpancés que tenían por clientes. Cuando llegó a la mesa, Lúa fue preguntando de quién era cada bebida y las repartió rauda y veloz como un koala. Luego se fue a la mesa de al lado y tomó nota del pedido.
– ¿Tú no estabas en la barra tomándote algo hace un momento?- Lúa asintió mientras terminaba de apuntar- Qué huevos tienes, con lo lleno que está el local, rascarte el ombligo de esa manera…
Lúa miró con dureza al hombre que había hablado.
– Yo no trabajo aquí, le estoy echando una mano a Gaby porque no llega a todo. ¿Quieres ayudar tú también, o prefieres seguir rascándote el ombligo?
El tipo farfulló algo y ella se largó con su bandeja debajo del brazo.
Al principio estaba un poco incómoda haciendo de camarera pero al cabo de un rato se sentía como pez en el agua. Incluso se metió detrás de la barra a coger lo que necesitaba mientras Gaby hacía bocadillos en la cocina.
– Vas a ir al cielo, ¿lo sabías?- le dijo Gaby desde dentro de la cocina.
– Después de esto espero que me invites al zumo, ¿eh?- contestó Lúa mientras abría unas botellas de refrescos con el abrelatas.
– Voy a pagarte por el rato que estés aquí- le contestó Gaby.
– ¡Qué dices, mujer, si lo hago con mucho gusto!
Lúa cogió las botellas y otros tantos vasos vacíos, los colocó sobre la bandeja y se marchó a servirlo todo.
De vez en cuando la invitaban a sentarse en alguna mesa o hacían algún burdo intento de ligar con ella. Tal vez si hubiera estado más acostumbrada a tratar con el público simplemente les habría ignorado pero Lúa se dedicó a repartir cortes, frases irónicas e incluso algún insulto. Gaby veía todo esto desde la barra mientras se mordía un puño con preocupación pero pronto vio que nadie parecía molesto con Lúa, al contrario, y se relajó.
– Tienes una clientela muy masoquista, Gaby- le dijo Lúa en voz alta para que la oyeran desde la mesa de al lado, donde uno de los chicos le había pedido media docena de veces que le invitara a un cubata y se había llevado media docena de cortes de todo tipo.
Gaby sonrió mientras cortaba rodajas de limón a gran velocidad.
– Te soportamos porque nos gusta cómo mueves el culo, niña- le soltó uno de los tíos que había en la barra.
Lúa se enfrentó a él.
– ¿Sí? A ver si te voy a meter un palo por tu culo y te saco de aquí como si fueras un chupa-chups.
La respuesta de Lúa fue acogida con grandes carcajadas por parte del resto de la clientela e incluso el que había hablado sonrió.
– ¡Qué genio tiene, la tía!- comentó mientras le daba un trago a su gintonic.
Cuando terminó el partido el nivel de trabajo bajó ostensiblemente. En diez minutos solo quedó la clientela habitual. Lúa se sentó en un taburete a descansar. Estaba hecha polvo. Miró a su alrededor y le alegró que el bar volviera a ser el lugar tranquilo de siempre. No era muy grande pero sí acogedor. Gaby había colgado ristras de bolas de colores que le daban un toque muy personal. Las paredes de obra vista estaban decoradas con carteles modernistas y los baños eran una curiosa mezcla de modernidad con elementos decorativos antiguos. Desde que Sebas la llevara allí se había convertido en el único bar que frecuentaba.
– Uf… Esto es la guerra- le dijo a Gaby con una sonrisa cansada.
Gaby fue a la caja y sacó un fajo de billetes que contó y le tendió a Lúa.
– Toma, me has salvado la vida.
Lúa levantó una mano para rechazar el dinero.
– Ya te dije antes que no quería que me pagaras, si me lo he pasado muy bien…
Gaby dejó el dinero delante de la chica.
– Lúa, a menos que te haya tocado la lotería y yo no me haya enterado, coge ese dinero. Te lo has ganado y yo me sentiré mejor.
– Bueno, te lo agradezco…- dijo Lúa guardándose el dinero sin ni siquiera contarlo.
Lúa llegó a casa y se dio una ducha. Lo necesitaba. Luego se puso el pijama y se fue a dormir. Apenas se había fijado pero no había nadie en casa. Seguro que Sebas se estaba drogando hasta las cejas con aquella panda de anormales, y Dani… Prefería no pensar en lo que estaría haciendo. Lúa cerró los ojos y se quedó dormida casi al instante.
El sonido de su móvil la despertó en medio de la noche. ¿Qué hora era? Lúa encendió la luz y cogió el móvil, que había dejado sobre la mesita de noche, mientras se rascaba los ojos. Era un número desconocido.
– ¡Lúa!
– Sebas…- dijo con voz pastosa- ¿Qué hora es?
– Necesito tu ayuda, Lúa- la voz de Sebas era la de un borracho y parecía que estaba llorando-. Ven a buscarme, por favor…
Ella se terminó de despertar de golpe y se incorporó en la cama como un resorte.
– ¿Qué te ha pasado? ¿Dónde estás?
– Por favor, date prisa…- Sebas le dijo dónde estaba, una calle del barrio de Gracia, y Lúa tomó nota mental mientras abría el armario para vestirse.
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