Laura llegó a la bodega donde había quedado con un grupo de amigos pero sólo encontró a Miguel. Del grupo era con el que menos relación tenía, apenas había cruzado diez frases con él desde que le conocía.
– Vaya, qué éxito de convocatoria…- murmuró mirando a su alrededor con fastidio.
– ¿Por qué no entramos y tomamos algo mientras esperamos a los demás?- sugirió él.
– Bueno…
La bodega estaba decorada con barricas de roble y olía a madera. Miguel la guio hasta el fondo del local y salieron a un jardín interior. Sobre ellos un emparrado de vides cubría el cielo azul turquesa del atardecer. Un camarero se acercó cuando se sentaron.
– ¿Qué te apetece tomar?- preguntó Miguel.
– Tomaré lo mismo que tú.
– Dos copas de vino de Jerez, por favor.
Laura aprobó su elección.
La noche cayó sobre ellos mientras charlaban y disfrutaban de un buen vino. Laura descubrió que Miguel era mucho más de lo que aparentaba, era alegre, simpático e interesante. Absolutamente encantador.
– Los demás no van a venir, ¿verdad?- preguntó al fin. Miguel sonrió tímidamente y negó con la cabeza- Me alegro.
Los dos brindaron bajo las estrellas.
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El beodo tema de este microrrelato se debe a que lo presenté a un concurso y tenía que girar en torno al vino de Jerez. Qué relatillo tan cuqui, ¿no? Nada que ver con la realidad, donde quedas con tus amigos en una bodega y antes de media hora están todos jugando al duro y bebiendo como Bobs esponjas.