Capítulo 11

Sin darse cuenta la primavera dio paso al verano. Leer poemas con Derán no la ayudó nada a superar su amor por él. Ella pensaba que ya aparecería alguien especial que la haría olvidar a su mentor, pero parecía una misión imposible. De todas maneras él, sin saberlo, hacía otros méritos para que la niña dejara de verle como su hombre ideal. Le hablaba de sus conquistas sin ningún pudor, e incluso a veces, paseando con ella, veía a una chica y le decía a Kendra que tenía que conseguir enamorarla de un modo u otro. Más tarde le explicaba cómo lo había conseguido. Y, la verdad, casi nunca le costaba demasiado. Después de conseguir el objeto de su deseo perdía el interés. A Kendra le hubieran dado lástima aquellas jovencitas hermosas y, en su opinión, cándidas, si no fuera porque se moría de celos. Nunca pasaba pero, ¿y si Derán se enamoraba de verdad y de marchaba de su lado? Podía soportar verle con otras mal que bien, pero no podría vivir sin él. Era tan indispensable para ella como su querido fuego. Por eso una calurosa noche de verano el joven le dio un susto de muerte al llegar a su casa.

– Tengo una gran noticia que darte, hermanita.

– Y dale… ¡No soy tu hermana!

– ¡Cállate, pesada, y escucha!- le dijo revolviéndole el pelo, a lo que ella se intentó resistir sin resultado-. He comprado una casa en el pueblo. Es preciosa, tiene un salón con mucha luz y…

Kendra dejó de escuchar. Se había quedado de piedra. Notó que estaba a punto de ponerse a llorar descontroladamente y no quería que él lo viera, así que apretó los dientes. No pudo evitar que el labio inferior le temblara y Derán se dio cuenta. El joven paró en seco su discurso.

– ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás triste?- ella negó con la cabeza, incapaz de hablar porque sabía que si abría la boca se le escaparían las lágrimas- ¡Es una buena noticia!

La niña hizo un gran esfuerzo por articular unas palabras.

– ¿Es que… no estás…- hizo una pausa larga y las lágrimas empezaron a rodarle por las mejillas- no quieres estar más…- tragó saliva con dificultad- conmigo?- al terminar la frase comenzó a sollozar y luego a llorar desconsoladamente. Se tapó la cara con las manos.

Derán la abrazó, la besó en la frente y dejó los labios apoyados allí. Ella se le agarró como si le fuera la vida en ello.

– Tú te vienes conmigo, preciosa. ¿Cómo se te ocurre que iba a dejarte aquí sola con ese idiota?- hizo un ademán con la cabeza señalando el techo.

Kendra levantó la cara arrasada en lágrimas.

– ¿De verdad?

– Claro. Nos vamos tú y yo. Y deja de llorar, que te pones muy fea.

Dicho y hecho. Kendra cogió sus escasas pertenencias y se mudó a la nueva casa de Derán. Al marchar tuvo una agria discusión con Tesio, ya que el cuarto formaba parte de su sueldo y si se marchaba quería que le pagara el equivalente en dinero. Tesio la llamó de todo y gritó tanto que incluso se acercó un vecino para saber si todo iba bien, pero al final accedió a pagarle cincuenta roanes más a la semana. El dinero no le importaba a Kendra, que lo ahorraba casi todo, pero tal vez le hiciera falta a Derán en algún momento, así que luchaba por lo suyo como un gato panza arriba.

La nueva casa era céntrica y tenía dos habitaciones, una para cada uno. De todas maneras sólo utilizaban la de Kendra para guardar trastos y seguían compartiendo la cama.

– Porque un patito nunca deja solo a su polluelo- se reía él.

El comedor era amplio y tenía mucha luz, y la cocina, aunque pequeña, era práctica. Derán dejó que Kendra escogiera algunos detalles en la decoración, para gran alegría de la niña. Ahora podían armar tanto jaleo como quisieran sin preocuparse por si les oían. Las noches más calurosas subían al tejado y pasaban el rato hablando a la luz de la luna. Derán enseñó a la niña a cocinar, cosa que le encantó a Kendra. A Derán, ya no tanto. A la niña le gustaba probar mezclas nuevas, y lo mismo le salía un plato para chuparse los dedos como otro que no se lo hubieran comido ni los perros. En esas ocasiones el chico se lo comía todo sin decir nada para no ofender a Kendra, y ella también guardaba silencio, muerta de vergüenza. Sólo una vez estaba tan malo que cuando la niña se llevó una cucharada a la boca lo escupió inmediatamente y tuvo que beberse un vaso de agua para quitarse el mal sabor. Miró a Derán, que ya llevaba unas cuantas cucharadas con cara inexpresiva, y cuando sus miradas se encontraron se echaron los dos a reír y se fueron a comer a la taberna. De todas maneras cuando le salían bien sus inventos había que reconocer que compensaba todo lo demás, y con el tiempo la proporción de platos exquisitos respecto platos malísimos mejoró mucho.

De todas maneras no todo fueron cosas buenas para la niña. A las pocas semanas de instalarse, un día llegó Kendra del trabajo y fue directa al cuarto a buscar a su compañero de piso.

– ¡Derán! ¿Sabes qué me ha dicho la…?- la niña abrió la puerta de la habitación y las palabras murieron en su garganta.

Efectivamente, allí estaba Derán. Pero no estaba solo. Estaba en la cama con una mujer de pelo rubio y muy rizado. Estaban medianamente tapados por una sábana, pero no parecían llevar nada de ropa. La chica estaba tumbada boca abajo lánguidamente mientras él, tendido a su lado, le acariciaba la espalda y le regalaba algún que otro beso. Al irrumpir la niña, la chica se sobresaltó y se puso tensa, a diferencia de Derán, que se lo tomó con toda la naturalidad del mundo. Le puso una mano en el hombro a la chica para que se tranquilizara.

– Hola Kendra. Te presento a Milena. Milena, ésta es Kendra.

Kendra estaba en la puerta como una estatua, con la mano todavía en el pomo de la puerta. No sabía bien cómo reaccionar. A Milena tampoco le gustó mucho la situación.

– ¿Qué hace aquí esta niña?- preguntó con voz aguda.

– Es mi hermanita.

– ¡Tú y yo no somos hermanos!- saltó Kendra automáticamente.

Derán hizo un gesto para quitarle importancia a lo que acababa de decir la niña.

– Como si lo fuera.

Milena se sentó en la cama cubriéndose pudorosamente con la sábana. Sin duda esperaba que la niña farfullara una disculpa y se marchara rápidamente, pero Kendra no lo hizo. Si le hubieran preguntado en ese momento por qué no se iba no habría sabido qué contestar. Tal vez porque estaba demasiado turbada para hacer nada. Tal vez porque a Derán no parecía molestarle su presencia. Tal vez porque aquella era su casa, su habitación, su cama y su Derán. Y sabía que lo que hiciera en aquel momento sentaría precedente, así que si alguien iba a irse de allí no sería ella.

Milena se impacientó.

– Cariño, creo que será mejor que te vayas a tu habitación- le dijo con una más que forzada amabilidad.

– Ya estoy en mi habitación- replicó Kendra con descaro apoyándose en el marco de la puerta y cruzándose de brazos.

Milena miró a Derán, confusa.

– ¿Por qué no me llevaste a tu habitación?

– Ésta es mi habitación- respondió él con una sonrisa.

– Dormimos juntos- se apresuró a añadir Kendra, y dejó que Milena pensara lo que quisiera. En el fondo quería que pensara lo peor.

– ¿Es eso cierto?- le preguntó Milena a Derán con tono acusador.

– Sí. Ya te he dicho que es mi hermanita, y duermo con ella.

Milena miró a Kendra de arriba abajo. No era más que una cría. No era rival para ella.

– Pues esta noche, no, Kendra. Ya ves que tu hermano está acompañado.

Kendra fue a decir algo pero Derán intervino.

– Te prometí pasar la tarde contigo y lo hemos pasado muy bien pero ahora es hora de que te marches. Se está haciendo tarde.

– ¿Prefieres quedarte con esta mocosa antes que conmigo?- su voz se hizo más chillona.

Al no contestar él, se levantó indignada, llevándose la sábana para no quedar desnuda. Por suerte Derán llevaba puesta la ropa interior, porque quedó totalmente destapado.

Mientras Milena se vestía a toda prisa Derán se levantó y cuando ella se precipitó hacia la puerta él la cogió por los hombros. Ella se retorció para soltarse, sin éxito.

– ¡Suéltame!- miró a Kendra con rabia- ¡No puedo creer que me dejes tirada así!

Derán la besó con pasión y ella dejó de resistirse poco a poco.

– Te compensaré- le susurró él al oído.

Milena pareció apaciguarse, aunque le dirigió una última mirada de odio a Kendra antes de salir por la puerta.

Cuando se quedaron solos Kendra le preguntó:

– ¿No esperabas que viniera?- era la forma más suave que se le ocurrió de preguntarle qué demonios hacía con otra en la cama cuando sabía que ella estaba a punto de llegar.

– ¿Te ha molestado encontrarnos?

¿Que si le había molestado? Kendra tenía ganas de matarle, de descuartizarle, de hacerle comer sus propias entrañas… Ya le costaba aceptar que él se liara con una chica nueva día sí, día también, encima tenía la cara de acostarse con una en la misma cama que compartía con ella y, por si fuera poco, lo hacía a la hora en que la niña llegaba a casa. Lo único que le impedía ponerse a llorar como una tonta era la rabia que la comía por dentro y que la tal Milena había encendido todavía más.

– No- dijo ella con cara de indiferencia-. Pero creo que estás enfermo de la cabeza. ¿No te da vergüenza que te vea así?

– Ya no estábamos haciendo nada…

– Si me hubiera ido de la habitación, ¿se hubiera quedado Milena a pasar la noche contigo?- otra forma más diplomática de preguntar si hubiera dejado tirada.

– ¿Tú qué crees?- la cogió en brazos y le dedicó su mejor sonrisa mientras le hablaba- ¿Que te puedes librar de mí así como así?

A su pesar la pequeña sonrió y le abrazó muy fuerte. Así él no podía ver las lágrimas que resbalaban por sus mejillas.

Aquella fue la primera de una interminable serie de mujeres que se cruzaron con Kendra. Al principio ellas intentaban luchar por quedarse toda la noche con Derán, pero por mucho que se insinuaran, intentaran persuadirle o gritaran y amenazaran, él siempre se quedaba con Kendra y ellas tenían que marcharse. Poco a poco aprendieron a respetar el espacio de la niña, hasta tal punto que cuando la oían llegar se marchaban por sí solas. Pero que la respetaran no quería decir que no la odiaran. Kendra, por su parte, tampoco les tenía mucho aprecio.

Otra cosa que se convirtió en una pesadilla para Kendra fue la hora del baño. Derán había comprado una bañera y la tenía en la habitación. La niña se preguntó por qué no la ponía en cualquier otro sitio, pero se mordió la lengua porque no quería oír la respuesta. Seguro que tenía algo que ver con sus conquistas. A veces se preguntaba qué demonios debía de pasar en aquella habitación mientras ella estaba trabajando, pero no se atrevía a preguntar. Ni siquiera al fuego, que tal vez se lo hubiera chivado, aunque no era amigo de contar cotilleos.

Kendra era muy limpia. Procuraba bañarse cuando Derán no estaba. En parte por vergüenza, en parte porque así podía pedirle al agua que fuera desde el patio hasta la bañera ella sola. Era increíble las cosas que se podían conseguir si las pedías con educación. También le pedía que estuviera templada sin necesidad de calentarla al fuego. Siempre se quedaba un rato dentro chapoteando y jugando sola mientras el agua se llevaba diligentemente la suciedad de su cuerpo sin tener que frotarse siquiera. Y, al final, salía perfectamente limpia y seca del agua y la bañera se vaciaba sola. Los baños de Kendra eran un auténtico placer. Hasta que un día entró Derán en la habitación en pleno baño.

– ¡Me estoy bañando!- se quejó ella mientras se encogía dentro del agua para que no la viera desnuda.

– Ya veo- replicó él sin darle importancia y sin mirarla siquiera. Se tumbó en la cama con las manos detrás de la cabeza.

– ¡¿Quieres salir?!- le gritó Kendra.

– ¿Por qué?- puso los ojos en blanco- ¡No seas cría! Ni siquiera te estoy mirando.

– Por favor…- susurró ella muerta de vergüenza.

Derán la miró. Desde donde estaba apenas le veía los ojos. Empezó a levantarse para salir mientras murmuraba algo pero se paró a medio camino.

– ¿Dónde está el jabón?- preguntó con curiosidad.

Ella no lo necesitaba, el agua se encargaba de que así fuera.

– No uso jabón- respondió con naturalidad.

– ¡Que no usas jabón!- Derán abrió mucho los ojos y la miró como si estuviera loca- ¡Niña salvaje, si te crees que esto es el bosque estás muy equivocada! ¡Voy a buscarlo ahora mismo!

– No, oye, no lo necesito…- Derán ya había salido.

Kendra no sabía lo que iba a pasar a continuación así que enfrió el agua para evitar más preguntas. No pudo evitar sentir un desagradable escalofrío. Derán volvió a entrar con una esponja y una pastilla de jabón. Los dejó en una bandejita de rejilla que había adosada a la bañera y se arremangó.

– ¡A ver, señorita! ¡De aquí no sales hasta que estés bien limpia!

– ¡No! ¡Ya lo hago yo! ¡Ya…!

Pero Derán ya la había cogido de un brazo y empezó a restregarle la pastilla de jabón sin miramientos.

– ¡Au!- se quejó la niña- ¡Que me haces daño, bestia!

Kendra intentó liberarse salpicando de agua a Derán y, de paso, todo el suelo.

– ¡Estate quieta, hombre!

– Pero, ¿por qué me rascas tan fuerte? ¡Ah! ¡AH!- Kendra le mordió en el brazo.

– ¡Ay! ¡Pero qué bruta eres! ¡Las damiselas no hacen esas cosas!

– ¡A las damiselas no se las trata así!

Si a Kendra le preocupaba que la viera desnuda, se le pasó rápido. Pronto lo que la preocupó de verdad fue no terminar desollada. Él le dijo que si hacía años que no utilizaba jabón necesitaba un baño a fondo. Cuando por fin terminó el baño Kendra tenía toda la piel enrojecida. Se había imaginado desnuda con Derán muchas veces pero, desde luego, en su imaginación la cosa iba bastante diferente…

La niña salió de la bañera y Derán fue a envolverla en la manta que tilizaba él para secarse.

– ¡Pero bueno! ¿Tampoco te has traído nada para secarte, alma cándida?

Claro que no, ella no la necesitaba…

Derán volvió a salir y regresó con una manta grande. Kendra ya había salido de la bañera y él la envolvió con la manta con suavidad, pero eso no ayudó a apaciguarla.

– ¿Así es como tratas tú a las mujeres?- siseó atravesándolo con la mirada.

Derán se rio con ganas. A Kendra le dieron ganas de darle una patada en sus blanquísimos dientes.

– A las mujeres las trato con dulzura. Pero a las niñas salvajes que no quieren lavarse bien y encima me muerden, no.

La niña terminó de secarse y se vistió. A esas alturas le importaba un rábano si la veía desnuda. Mientras lo hacía permaneció en un silencio hosco y al terminar le tiró la manta a la cara al chico con la sana intención de arrancarle la cabeza de cuajo.

– Vamos, no te enfades- dijo Derán aguantándose la risa mientras intentaba abrazarla. Kendra se lo quitaba de encima de malas maneras-. Ahora hueles mucho mejor. Hueles a jabón…- el chico se llevó el brazo de Kendra a la nariz pero no olía a jabón. Olía igual que siempre: a bosque, a jazmines. A frescor- Uy, qué raro…

– ¿Qué pasa ahora?- preguntó ella a desgana.

– Nada, da igual- en realidad le gustaba más ese olor natural-. Oye, habrá que peinarte, ¿no? Tienes el pelo que parece una red de pesca…

– ¡No! ¡He dicho que no! ¡Suelta!

De nada le sirvió gritar a Kendra. El chico no paró hasta que ella, derrotada, se dejó peinar por él. Sorprendentemente lo hizo con gran delicadeza y sin hacerle daño, y eso que tenía el pelo lleno de enredos. Cuando terminó le hizo una trenza. Kendra cerró los ojos y se acordó de su madre. Ella también solía peinarla. Cuando la dejó, la niña se había apaciguado bastante, pero todavía se acordaba del mal trago del baño.

– Cómprate una muñeca, chico- le soltó Kendra cuando al fin la dejó ir. Derán hizo un gesto como si le hubiera clavado un puñal y puso cara de moribundo.

A partir de aquel día Derán decretó que una vez a la semana sería el día del baño y se repitió la misma situación una y otra vez, hasta que ella se rindió y se limitó a dejarse rascar sumisamente.

Derán era encantador, pero entre una cosa y otra los sentimientos de Kendra se enfriaron un poco. Como hombre, claro, porque como amigo le quería más que a su vida. Ya no le dolía tanto verle tontear con todas, ni encontrarlo con una mujer cuando volvía a casa. Kendra esperaba que algún día le dejara de doler, pero de vez en cuando Derán hacía alguna cosa encantadora y la niña daba un pasito atrás en su “recuperación”. Como cuando descubrió que dibujaba. No se había dado cuenta porque lo hacía muy de vez en cuando. Derán sólo dibujaba a sus amantes, y sólo aquellas que le habían impresionado especialmente. Pero no era tan fácil impresionar a este rompecorazones. Tenía un grueso cuaderno para sus dibujos y sólo había hecho siete u ocho retratos. Teniendo en cuenta la cantidad de mujeres que habían pasado por su vida, aparecer en aquel cuaderno debía de ser algo muy especial. Derán nunca dejaba que la niña mirara sus dibujos y sólo una vez, por descuido, se dejó el cuaderno al alcance de Kendra. Ella le echó una ojeada furtiva y se quedó impresionada. Eran muy bonitos. Había escenas de Derán con alguna de sus amantes, bastante subidas de tono. Las chicas estaban dibujadas con gran lujo de detalles y con un realismo impresionante. En cambio, él se dibujaba a sí mismo con unos pocos trazos desdibujados. De todas formas lo hacía con tanta gracia que se notaba que era él mismo y no cualquier otro hombre. También había algún retrato de chica, sólo de la cara, a veces incluso con un detalle de los ojos o los labios. Cuando había un retrato, el siguiente dibujo era de Derán con la misma chica. Como si la chica le hubiera gustado tanto que la hubiera dibujado y luego hubiera inmortalizado el momento en que había conseguido estar con ella. En cualquier caso, los dibujos eran preciosos. Kendra reconoció a dos chicas. Derán le había hablado de ellas cuando las cortejaba sin descanso. La niña fue pasando los dibujos y se paró en el último. ¡Era ella! El dibujo desentonaba con el resto porque no era un retrato de su cara ni, evidentemente, estaba con Derán. Era un dibujo de ella sentada en el suelo leyendo un libro. Al lado había una lámpara. Incluso se distinguía la tapa del libro, era el favorito de Derán. Ella se hacía distraídamente una trencita con un mechón de pelo mientras leía en voz alta. Kendra recordó aquella escena. Era real. El dibujo estaba realmente bien. ¿Así es como la veía él? La Kendra del dibujo era muy bonita. En aquel momento oyó a Derán entrar en la casa y ella dejó el cuaderno tal y como lo había encontrado antes de que entrara en la habitación. No le dijo que lo había visto, pero cuando se sentó en la cama para quitarse los zapatos le saltó encima sin previo aviso y le cubrió de besos.

– Oye, no voy a hacer la cena aunque me hagas la pelota. ¡Hoy te toca a ti!- se rio mientras trataba de sacársela de encima.

Así era vivir con Derán. Una de cal y una de arena.

Capítulo 12

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