Capítulo 12

El verano pasó y el otoño también, y con ellos,  las charlas nocturnas en el tejado. Ya empezaba a refrescar bastante, así que se abstuvieron de salir. A Kendra le encantaba subir y mirar la luna mientras hablaban, y le dio mucha pena dejar de hacerlo. Desde su tejado se veía parte del pueblo, pero desde una perspectiva diferente. Los tejados de Crenton eran inclinados, de tejas rojas o de pizarra oscura, y entre todos ellos sobresalía el campanario de la iglesia. Cuando se sentaba allí con Derán parecía que no hubiera nadie más en el mundo, sólo ellos susurrando en medio de la noche. A veces, si refrescaba, él le pasaba el brazo por los hombros.

Para compensarla por no subir más al tejado, Derán se presentó con una tarta de calabaza para la cena. Olía fenomenal.

– Se ve que el Demonio Rojo ha vuelto a atacar- comentó la niña.

– Sí, algo he oído- la miró con suspicacia-. No habrás ido a invitarle a comer, ¿verdad?

– Nooo- dijo ella con hastío-. Ni siquiera le he visto.

– Mmm…

– ¿Te puedo preguntar algo?- le dijo la niña.

– Lo que quieras.

– ¿De dónde sacas el dinero? Nunca me has hablado de ello, pero me parece que no tienes ningún trabajo fijo… Y esta casa debe de haberte costado un dineral… Por lo menos doscientas minas.

Era verdad. A Kendra no le constaba que Derán se dedicara a otra cosa que no fuera amar a las mujeres.

– Mmm… Me preguntaba cuánto tardarías en preguntarlo- se pasó la mano por el pelo despreocupadamente-. Es verdad que no tengo un empleo, pero me gano la vida jugando.

– ¿Jugando?

– Sí. A cartas.

– ¿A qué juego?- preguntó Kendra con interés.

– A palos y picas.

Kendra abrió mucho los ojos y le tiró de la manga.

– ¿Me enseñarías a jugar? ¡Por favor!

– Ese no es juego para una dama…- Derán se hizo de rogar un poco antes de ceder- Bueno, vale.

El chico sacó una baraja algo gastada de un cajón del armario y empezó a explicarle las reglas a Kendra, los dos sentados en la cama con las piernas cruzadas. No era muy complicado. Hicieron una partida de prueba y ganó ella. Jugaron otra y volvió a ganar ella.

– ¿Así te ganas la vida? ¡Si eres muy malo!

Derán se molestó un poco.

– Tú te lo has buscado. Te he dejado ganar para que te divirtieras un poco, pero a partir de ahora no tendré piedad de ti.

Efectivamente, Kendra empezó a perder partida tras partida. Derán se mostró implacable y cada vez que ganaba la miraba con aire de suficiencia. A Kendra se le acabó la paciencia. Se dirigió a la lámpara, que justamente estaba detrás del chico.

– ¿Me ayudas a ganar a este sabiondo?- le preguntó al fuego.

– ¿Qué quieres que haga exactamente? ¿Le quemo las cartas?

– No, hombre, sólo dime qué cartas tiene.

– Vaya, vaya, así que quieres hacer trampas…- intentó picarla un poco.

– Sí, eso es exactamente lo que quiero. ¿Me ayudas o no?- el fuego no había conseguido su objetivo.

– Vale.

– ¿Qué haces?- preguntó Derán.

– ¿Qué hago? No sé a qué te refieres- dijo ella con inocencia. Debía haberla visto mover los labios.

– Parece que estés hablando, pero haces unos ruiditos extraños.

Kendra se sorprendió.

– Ah, ¿sí? ¿Qué hago?

– No sé- Derán chasqueó la lengua varias veces y valoró su imitación-. No, así, no. Más suave. Casi no se oye.

– No me he dado cuenta- mintió ella encogiéndose de hombros. Vaya, así que hacía ruido al hablar con el fuego… Nadie se había fijado en eso antes.

Derán repartió las cartas pero antes de recoger las suyas Kendra puso una mano encima para que no pudiera cogerlas.

– ¿Quieres jugarte algo?- le preguntó.

– No, no tengo tan mala fe. Te ganaría seguro.

– Juégate algo, anda- le tentó.

– Bueno, pero que no sea dinero, ¿vale?

Kendra se quedó un momento pensando.

– El que pierda tendrá que fregar los platos una semana entera.

Derán soltó un silbido y la miró fijamente con aquellos ojos que siempre sonreían.

– Sí que vas fuerte. ¿Estás segura de que quieres fregar tanto?

– Entonces, ¿aceptas?- le miró juguetona.

– Trato hecho- Derán le tendió la mano y ella se la estrechó.

Comenzaron a jugar y el fuego fue informando a Kendra de qué cartas tenía Derán, cuáles robaba, cuáles descartaba… Todo. La niña ganó con facilidad. El chico se quedó pasmado, pero sólo un momento.

– Vaya, sí que has tenido suerte… ¿Doble o nada?

Se dieron la mano.

Kendra volvió a machacarle como quien espanta una mosca molesta. Derán frunció el ceño.

– Oye, ¿tú ya sabías jugar?

– No- contestó ella con inocencia. Tuvo que contenerse para no partirse de risa.

– ¿Doble o nada?- Derán se había picado de verdad.

– Eso sería un mes entero fregando platos… ¿Estás seguro?

Derán le tendió la mano.

Empezaron a jugar y a Derán le tocó una mano bastante buena, pero Kendra tenía las de ganar. Con no tirarle las cartas que necesitaba…

– Cuidado, Kendra- la advirtió el fuego-. Tu amiguito acaba de hacer trampas. Se ha sacado un as de la manga y lo ha cambiado por el cuatro.

Kendra se indignó con Derán. Con aquel cambiazo sabía que iba a perder, no tenía ninguna posibilidad. Sin pensárselo se levantó de un salto y señaló a su amigo.

– ¡Has hecho trampas!- le gritó.

Derán permaneció impasible.

– Vaya, vaya… ¿Tienes malas cartas?- arqueó una ceja.

– ¡Has hecho trampas!- repitió- ¡Tramposo!

Él levantó las manos y se las miró alternativamente como si no supiera de qué le hablaba.

– Demuéstralo- lo dijo con tanto aplomo que la hizo dudar. Kendra miró el fuego.

– ¿Seguro que ha hecho trampas?- le preguntó.

– Por favor…- el fuego titiló como si pusiera los ojos en blanco- ¿A quién vas a creer, a él o a mí?

Claro. ¿Cómo iba a engañarla el fuego? En cambio Derán, con esa cara de no haber roto un plato… Era la cara de un mentiroso redomado.

Kendra se abalanzó hacia delante y cogió a Derán del brazo. Él no se resistió. Kendra inspeccionó el interior de la manga hasta el codo. Luego lo cacheó hasta el hombro. Nada. Puso cara de extrañeza e hizo lo mismo con el otro brazo.

– Oye, te estás pasando- se quejó él.

No encontró nada. ¿Dónde estaba el cuatro? Le cogió las cartas que tenía en la mano. Allí estaba el as, pero ni rastro del cuatro.

– ¿Dónde está?- preguntó Kendra mirando por el cuello de la camisa.

– ¡Eh! ¿Pero qué haces?- Derán estaba muy indignado.

Ella continuó sin hacerle caso. Metió las manos debajo de las piernas cruzadas de Derán. Nada.

Derán la cogió de las muñecas.

– Oye, ¿esto es una excusa para meterme mano?

La niña estaba enfadadísima. Miró el fuego en busca de ayuda pero le dijo que no había visto dónde se había metido el cuatro.

– ¡Eres un tramposo! ¡Has perdido!- le espetó.

– Has dejado la partida a la mitad, me has mirado las cartas, me has mirado… ¡todo! Yo lo único que veo es una niñita listilla que sabe que va a perder y se inventa una historia. El juego queda invalidado. No te debo nada.

– ¡Pero tienes que fregar los…!- Derán negó con la cabeza- ¡Bueno, pues repetimos la…!- Derán volvió a negar con la cabeza.

– No- contestó-. Me has ofendido dudando así de mí. Me voy a dormir.

– ¡Pero…!- Derán le puso un dedo en los labios para hacerla callar y se tendió en la cama. Le dio unos golpecitos al lecho con la mano para invitarla a echarse a su lado.

A regañadientes, Kendra fue con él. Esa noche Derán le cantó una canción muy alegre que la dejó con la sensación de que le estaba tomando el pelo de mala manera. Cuando alargó la mano para apagar la lámpara, el fuego dijo como para sí:

– Es bueno, este Derán…

Derán terminó su canción y le dio un beso en el pelo a Kendra. ¿Cómo lo había descubierto? No era una simple sospecha de que había hecho trampas, ella lo sabía. Era el tipo de trampas que hacía a veces cuando se jugaba grandes sumas con tipos a los que más valía no hacer enfadar, y ellos nunca se habían dado cuenta. Menos mal que por prudencia se había metido el cuatro dentro en los calzones, sabiendo que el pudor le impediría a la pequeña mirar allí, que si no… Tomó nota mental de no jugarse nada importante con ella. Un mes entero fregando los platos era importante.

Kendra amaneció con un poco de tos. Derán le puso la mano en la frente por si tenía fiebre pero no tenía, así que se fue a trabajar. En la botica, Tesio estaba más insoportable que nunca. Por suerte, a media mañana se le ocurrió enviarla a recoger el fruto de la naguina y se pudo librar de las neuras del viejo chocho. Por el camino se encontró con el cabecilla de los niños de la fuente. Ahora sabía que se llamaba Pabel. De vez en cuando se lo encontraba y, cuando iba sólo, le hablaba. Hacía tiempo que había notado que cuando iba con su grupo procuraba ignorarla.

– ¿Cómo voy a saludarte delante de ellos si yo mismo les amenacé con echarles del grupo si te hablaban?- había argumentado Pabel.

– Bueno, ¿y no puedes haber cambiado de opinión?- replicó Kendra.

Pabel sacudió la cabeza.

– Imposible, pensarían que soy un blando.

– ¿Y no lo eres?- le preguntó ella, molesta. Todo aquello le parecía una tontería.

En esta ocasión Pabel venía solo, así que la saludó y se puso a andar a su lado.

– ¿Te has enterado de lo del Demonio?

– Sí, ha vuelto a atacar- la niña se llevó la mano a la boca y fue presa de un ataque de tos-. Perdón- se disculpó.

– Se ve que convirtió a una mujer en piedra.

– ¿De verdad?- preguntó Kendra abriendo mucho los ojos- ¿Quién era?

Pabel se encogió de hombros.

– No sé, estaba de paso en el pueblo. Nadie la conocía.

– ¿Dónde está ahora? Me gustaría verla, ¿a ti no?

– No se puede- replicó el niño chasqueando la lengua-. La estatua se deshizo en un montón de arena cuando fueron a tocarla.

Kendra se paró.

– ¿Tú lo has visto?

– Qué va, yo estaba en la tienda de mi padre. Me lo han contado.

– ¿No te extraña que nadie conozca a la mujer y que no quede ninguna prueba de lo que ha pasado?- era la primera vez que ponía en duda una historia del Demonio Rojo, pero aquello olía a patraña.

– ¿No me crees? Un amigo de mi vecino lo vio todo.

– ¿Qué amigo?- la niña tosió- ¿Tú le conoces?

– No… ¡Pero mi vecino, sí!

– Pues yo no me lo creo. ¿Dónde pasó esto?

– En la casa del alcalde, nada menos. Está como una fiera…

– ¿La mujer era amiga suya? ¿Por eso había ido a verle?

– No sé, a lo mejor era su amante- el niño le dio un codazo cómplice a Kendra.

Llegaron a la salida del pueblo.

– Tengo que ir a coger plantas medicinales para la botica- dijo la niña a modo de despedida.

– ¿Te importa si te acompaño?

La niña aceptó con una sonrisa. Pabel acompañó a Kendra, internándose con ella en el bosque sombreado, y la ayudó a recolectar sus hierbas. Kendra le iba explicando cómo eran las plantas que necesitaba y para qué servían., y luego jugaron a quíen encontraba más. A media mañana Pabel se tuvo que ir.

– Me quedaría más rato pero tengo que ayudar a mi padre a arreglar el carro. Gracias por enseñarme a reconocer las plantas.

– Gracias a ti, por ayudarme. ¡Nos vemos!

Pabel se alejó y la saludó con la mano antes de desaparecer entre los árboles.

Kendra se pasó toda la mañana en el bosque, incluso comió allí. Con el frío que hacía y la humedad del bosque le empeoró la tos, y encima se puso a llover a primera hora de la tarde. Podía pedirle a la lluvia que no la mojara, pero cuando regresara a la tienda no podía aparecer seca. Por eso cuando de regreso llegó al límite del pueblo dejó que la lluvia la calara hasta los huesos. Llegó a la herboristería tiritando y tosiendo sin parar. Llevaba un gran saco lleno de frutos de la naguina. Tesio no se compadeció de ella y la tuvo abriendo los frutos para conseguir las semillas hasta la hora de cerrar. Era un trabajo muy laborioso porque tenía que abrir el fruto cuidadosamente con la ayuda de un cuchillo y luego extraer las semillas de color granate brillante una a una con cuidado de no romperlas. Podía pasarse media tarde con cuatro frutos, tranquilamente, y tenía todo un saco por abrir. Le llevaría días enteros terminar de hacerlo, y Tesio no quería ni oír hablar de ayudarla porque decía que le quemaba la vista. Al salir de la herboristería seguía lloviendo con fuerza, pero se encontró a Derán en la puerta, esperándola con una especie de sombrilla enorme para resguardarla de la lluvia. Alguna vez le había visto usarla para proteger a sus conquistas del sol. Cuando llegó a casa la niña estaba temblando de frío. Derán la ayudó a quitarse la ropa mojada y a ponerse algo seco. Luego la envolvió con una manta y la hizo sentarse delante del fuego para entrar en calor. Todo hubiera sido más fácil si hubiera estado sola y se hubiera secado al instante, pero no iba a echarle después de las molestias que se había tomado. Además era muy agradable dejarse mimar por él. Derán le preparó una sopa que la niña se tomó a pequeños sorbos, soplando para no quemarse, y luego la metió en la cama, bien arropada. Ahora sí que tenía un poco de fiebre.

– ¿No te quedas conmigo?- le preguntó la niña con voz lastimera.

– Es un poco pronto para…- vio la cara de pena que ponía la niña y sonrió- Eres una manipuladora… Va, me vengo a dormir contigo.

Al día siguiente no sólo tenía fiebre y tos, sino que el blanco de sus ojos se había vuelto de un tono verdoso. Derán se asustó. Aquello tenía mala pinta. Le prohibió a Kendra levantarse y se acercó a la herboristería corriendo bajo la lluvia, que no había cesado desde el día anterior. Era la primera vez que veía a Tesio cara a cara.

– ¿En qué puedo ayudarle?- dijo dejando de machacar unas hojas en un mortero.

– Soy el hermano de Kendra- el viejo se puso en guardia. A ver por dónde le salía-. Está muy enferma. Tiene fiebre y tos, y…

– Ya, ya lo sé. ¿Y no va a venir a trabajar por un poco de tos?

– Tiene el blanco de los ojos de color verde…

El viejo apretó los labios.

– ¿Se le han puesto las uñas moradas?

– No lo sé, no me he fijado.

– Seguro que sí. No puedo ayudarte. Eso no tiene cura.

Tesio se giró para seguir machacando las hojas con indiferencia. Derán tuvo que contenerse para no partirle la cara.

– Pero, ¿qué tiene?

– Es el mal de Turmon.

Derán se quedó sin aliento. Que él supiera, todos los que cogían el mal de Turmon morían.

– … No puede ser… ¡Tiene que ser otra cosa!- el joven agarró a Tesio por el pecho de la camisa y lo zarandeó.

– ¡Suéltame, desgraciado!- gritó Tesio intentando liberarse- ¡Que me sueltes!

Derán lo soltó y se pasó las dos manos por el pelo, haciendo un gran esfuerzo por calmarse.

– Vamos a ver- dijo inspirando exageradamente-. ¿Hay algún remedio, algo, lo que sea, que pueda curarla?

Tesio se encogió de hombros con indiferencia.

– ¡¿Pero es que te da igual que se muera?!

– Es tu hermana, no la mía. Por mí como si…- no pudo terminar la frase. Derán le soltó un puñetazo en toda la cara rompiéndole los lentes y haciendo que el viejo se cayera al suelo.

– ¡Hijo de perra…!- masculló el joven dando un portazo al salir.

Derán volvió al lado de Kendra y le cogió la mano. Tenía las uñas amoratadas. Derán se la apretó y se la besó, dejando los labios apoyados en ella un rato.

– ¿Qué pasa?- preguntó la niña- ¿Te ha dado Tesio algo para mí? Me duele al tragar…

– Tenías razón, hermanita- le dijo Derán con cariño mientras le apartaba un mechón de pelo de la cara-. Tesio es un imbécil redomado- Se levantó y se fue al armario a por otra manta. En realidad sólo quería alejarse de Kendra para que no viera cómo lloraba.

Kendra se rio y su risa terminó en tos.

– Ya te lo decía yo. Pero creo que en el fondo es buena persona.

Derán asintió mientras rebuscaba en el armario, de espaldas a la niña. Se le había formado un nudo en la garganta y no podía hablar.

– ¿Me traerías un poco de agua?

Derán fue a buscar una jarra con agua y un vaso sin decir palabra. Cuando volvió junto a la niña ya se había repuesto lo suficiente como para hablar con ella.

– Bueno, ¿no te ha dado nada?- volvió a preguntar Kendra.

– No…

– ¿No sabe lo que tengo?

Derán dudó un instante antes de contestar.

– No…

Ella se dio cuenta. Se incorporó un poco en la cama.

– No te levantes- le pidió Derán, pero ella no le hizo caso. Él le acomodó unos cojines en la espalda para que estuviera cómoda.

– ¿Qué me pasa?

– No lo sé.

– No me mientas, Derán. Sabes que sé cuando me mientes- En realidad no lo sabía siempre, pero lo dijo con aplomo.

El joven guardó silencio mientras le acariciaba el pelo.

– Derán…- le suplicó.

– Es el mal de Turmon.

A la niña se le ensombreció la mirada. No hacía falta que le explicara lo que era. Se quedó mirando al vacío en silencio.

– Pero no va a pasarte nada malo. No voy a dejar que te… que te…- no podía decirlo.

– Déjame sola, por favor- Derán fue a objetar algo pero Kendra le miró de una manera que no pudo decirle que no.

Cuando Derán cerró la puerta, Kendra llamó al fuego. Una bola de fuego apareció flotando delante de su cara.

– Hola, Kendra.

– Hola- la niña acarició el fuego con la mano. La bola de fuego tembló ante la caricia. Kendra cogió el fuego y lo apretó contra su pecho como si fuera un cachorrito. Se quedó un rato en silencio. Luego habló-. Tengo el mal de Turmon…

El fuego no dijo nada, pero creció hasta envolver a la niña por completo. En su interior Kendra sintió una calidez extraordinaria. No se oía nada más que el crepitar del fuego, no se veían más que sus llamas hipnóticas, que la acariciaban sin cesar. Se hubiera quedado así para siempre, totalmente en paz. Al cabo de un tiempo indeterminado el fuego se hizo más pequeño hasta volver a ser una bola. No había quemado nada.

– ¿Me has curado?

– Yo no puedo curarte- contestó el fuego. Se quedó un rato callado-. No quiero que te mueras aún.

– ¿Aún?

El fuego pareció avergonzarse un poco.

– Es que tu vida es como un suspiro para mí. Yo soy eterno…

Kendrá suspiró.

– A mí también me gustaría ser eterna…- dijo, soñadora.

– Lo serás.

– ¿Cómo?- preguntó ella con curiosidad.

– Cuando mueras te llevaré conmigo y vivirás en mí mientras yo viva.

– ¿Y podré salir cada vez que quiera, como haces tú?

– No exactamente…

La niña pareció un poco decepcionada por esa respuesta y el fuego se rio suavemente.

– ¿Sabes si alguien puede curarme?

El fuego se quedó pensando.

– Sé que un sanador curó un par de casos de mal de Turmon.

– ¡Genial!- le dio un ataque de tos y tuvo que taparse la boca con la mano- ¿Dónde puedo encontrarle? ¿Cómo se llama?

El fuego titiló con tristeza.

– Vivió hace un par de siglos. Se llamaba Merton.

La cara de la niña volvió a apagarse.

– Le vi escribir un libro de medicina- añadió el fuego-. Tal vez, si lo encuentras…

– Muchas gracias- la niña cogió la bola con las manos otra vez y le dio un beso-. No te preocupes, no es contagioso- le dijo con una sonrisa.

La bola desapareció.

– ¡Derán!- llamó Kendra. El sólo esfuerzo de subir la voz la dejó hecha polvo.

Derán entró al momento y se sentó al borde de la cama con un cuenco en la mano.

– Te he preparado un poco de sopa…

Kendra no le hizo ni caso.

– Derán, he recordado una cosa. Hace muchos años un hombre llamado Merton encontró una cura para el mal de Turmon. Creo que escribió un libro, si pudieras encontrarlo…

– Si existe, yo lo encontraré, no te preocupes.

– Tal vez Tesio pueda ayudarte…- Derán ya se había marchado.

Mierda de viejo de mierda… ¡Y más mierda! “Tal vez Tesio pueda ayudarte”…  Derán iba caminando por la calle maldiciendo al herbolario. Esta vez se había llevado la sombrilla. Aunque estaba pensada para proteger del sol a sus acompañantes le venía muy bien para protegerse de la lluvia. Maldita lluvia… El cielo estaba tan oscuro que parecía que fuera de noche. Si iba otra vez en busca de Tesio no le ayudaría, lo sabía. Y en aquel pueblo de mala muerte no había ninguna biblioteca a la que pudiera recurrir. El chico suspiró. Sólo podía hacer una cosa.

Cuando Kendra vivía con Tesio, alguna noche Derán había tenido que ir a hurtadillas al retrete, y había visto que una pared del salón estaba tapizada de libros. Si tenía alguna oportunidad de encontrar el libro de Merton era en la biblioteca particular del herbolario. Era media tarde, así que tenía mucho tiempo antes de que el viejo regresara a casa.

Cuando llegó lo primero que hizo fue comprobar la vieja ventana de Kendra. No estaba bien cerrada. Perfecto. Derán se coló dentro como solía hacer siempre y rápidamente encendió la lámpara que había sobre la mesita. La habitación estaba exactamente igual que cuando dormía allí con la pequeña Kendra. Pasó una mano por la almohada con suavidad, melancólico. Luego se fue rápidamente al salón. Tal como recordaba, una de las paredes estaba ocupada en su totalidad por una estantería repleta de libros de todos los tamaños y colores. Sin perder un instante empezó a leer los lomos de los libros en busca del libro de Merton. Enseguida se dio cuenta de que la cosa no iba a ser tan sencilla. En los lomos sólo ponía el título del libro, no el autor, en algunos, ni siquiera eso. Y Kendra no le había dicho cómo se llamaba el libro. Tuvo que sacarlos uno por uno y mirar el autor. Y algunos tomos tuvo que ojearlos para encontrarlo. Llevaba poco más de la mitad cuando oyó cómo alguien abría la puerta de la calle. Derán no se molestó en ocultarse, sino que se fue directo hacia la puerta y cuando se abrió cogió a un sorprendidísimo Tesio por los hombros y tiró de él hacia dentro. El viejo entró casi volando y gritó asustado. Sostenía sobre su cabeza un trozo de tela para no mojarse que voló por los aires y aterrizó en el suelo con un sonido húmedo. Tenía un ojo morado. Derán cerró la puerta.

– ¡Tú otra vez!- la voz del viejo tenía un punto de temor- ¡Márchate enseguida o llamo a los guardias!- elevó la voz- ¡Guardias! ¡Guard…!- Tesio se encogió cuando Derán hizo ademán de volver a pegarle.

– ¡Cállate y escucha! Me dijiste que el mal de Turmon no tenía cura y sí que la tiene- Tesio puso cara de aburrimiento-. Lo escribió un tal Merton en un libro. ¿Tienes ese libro?

– No. Ese tipo era un farsante.

– ¿Por qué dices eso?

Tesio fue con hastío hasta uno de los libros que Derán ya había repasado. Lo sacó y empezó a ojearlo.

– Aquí- dijo señalando una línea con el dedo-. “El mal de Turmon, también conocido como tatata…- se saltó un par de líneas-… Merton afirmó que podía curarse con infusión de falaya, aunque en dosis elevadas podía ser mortal”- cerró el libro de golpe, sobresaltando a Derán.

– ¿Y bien?- Derán no comprendía- ¡Dame un poco de falaya y ya está!

– La falaya no existe. Es un nombre inventado.

– Pero…

– ¡Que no existe, zoquete! Si existiera nadie se moriría de eso, ¿no crees?- dijo con sarcasmo el herbolario.

Derán ya estaba saliendo por la puerta Si se quedaba un latido de corazón más iba a matar a aquel idiota. Regresó a toda prisa al lado de Kendra. Si no podía curarla al menos quería estar con ella haciéndole compañía hasta el final. La lluvia estaba arreciando y la sombrilla de poco le sirvió contra las gotas que le azotaban impulsadas por el viento. Cuando llegó a casa encontró a la niña con muy mala cara. El blanco de sus ojos se había vuelto ya de un verde intenso, contrastando con el ámbar de su iris. Parecían los ojos sobrenaturales de un hada. Kendra compuso una sonrisa cansada.

– Hola. ¿Ha habido suerte?

– No…- Derán estaba destrozado- ¿Puedo hacer algo más por ti?

La niña sufrió un acceso de tos.

– ¿Voy a morirme?- una lágrima resbaló por su mejilla. Derán se la secó con un dedo.

– No- dijo con voz entrecortada-. No puedes morirte. ¿Quién me cocinará esos platos espantosos?- se forzó a sonreír.

– Eh, que casi siempre me salen muy bien.

– Es verdad…- dijo él esbozando una sonrisa mientras le acariciaba el cabello cariñosamente.

Derán se quedó sentado en una silla al lado de Kendra toda la noche, hasta que se quedó dormido con la cabeza apoyada en el cuerpo de la niña.

Cuando despertó era de día. Kendra yacía inmóvil sobre la cama.

-¿Kendra?- La niña no contestó- ¡Kendra! ¡Kendra!- la zarandeó un poco, pero ella no dio señales de vida.

Derán apoyó la cabeza sobre el pecho de la niña para ver si le latía el corazón y notó un leve murmullo en sus pulmones. Todavía respiraba, aunque muy superficialmente. Le tocó la frente con la mano y vio que estaba ardiendo. Tenía la cara muy pálida y oscuras ojeras. Rápidamente fue a buscar un cuenco con agua fría y un pañuelo. Mojó el pañuelo en el agua y se lo puso en la frente. Kendra se revolvió y abrió los ojos.

– Tengo frío…- dijo, e intentó quitarse el pañuelo de la cabeza. Derán le sujetó la mano.

– No te lo quites. Tienes mucha fiebre.

– Me alegro… de haberte conocido. Te quiero.

– Yo también te quiero, ni niña.

Kendra sonrió con tristeza. No la entendía. Abrió la boca para decir algo pero se lo pensó mejor y se calló.

– ¿Qué ibas a decir?- Derán se había dado cuenta.

– Nada… Es una pena… que no encontraras el libro… de Merton. Creí que tal vez… Tesio lo tendría… Tiene tantos libros…- cada vez le costaba más hablar.

– Hablé con Tesio pero resulta que Merton se había inventado el nombre del remedio. Era mentira.

– No… No… El fuego me dijo que… había salvado a varias personas…- Kendra estaba delirando. Derán volvió a mojar el pañuelo en el agua y se lo puso otra vez en la frente- ¿Qué… nombre dijo…?

– Mmm… Falaya, creo.

Kendra no conocía esa hierba. Miró la lámpara pero estaba apagada. Levantó un dedo con gran esfuerzo.

– ¿Puedes… encender… la lámpara?

– Mejor descorro las cortinas, ¿vale?- Derán se levantó y fue hacia la ventana.

– No… Por favor… La lámpara…

La niña estaba perdiendo el sentido de la realidad. Derán no quiso contradecirla y encendió a lámpara. Kendra miró la llama que ardía tras el cristal.

– El remedio de… Merton se llama… falaya. ¿Sabes qué es?

El fuego negó con la cabeza, de alguna manera.

– Me suena ese nombre, pero hace muchos años que no lo oigo. Debe ser el nombre antiguo de alguna planta…

– Derán… ¿Harías algo… por mí?

– Lo que quieras- dijo besando su mano.

– Llévame al…

– ¿Al…?- repitió Derán.

– Al bosque…

– ¿Cómo? Estás muy enferma, no puedes salir a la calle así. ¡Está lloviendo a mares!

A Kendra se le cayeron unas lágrimas de los ojos.

– … Por favor…

Aquellos ojos febriles miraban a Derán como dos llamas que luchaban por no extinguirse. No podía negárselo. Derán envolvió a la niña con varias mantas y la cogió en brazos. Ella aún tuvo fuerzas para pesar como una hoja al viento, tal y como había aprendido en el bosque años atrás. Así Derán podría llevarla sin cansarse. Él, en cambio, interpretó aquella falta de peso como una malísima señal.

Derán salió a la calle con Kendra en brazos y se la llevó corriendo al bosque. No llevaba la sombrilla porque le faltaban manos para sujetarla. Cuando llegó a la esquina ya estaba calado hasta los huesos. Miró a la niña con preocupación. Envuelta en tres mantas, sólo se le veía la cara. Tenía los ojos cerrados y Derán no quiso preguntarse si se había quedado dormida o se había muerto. Esperaba que las mantas impidieran que se mojara… Al menos durante un rato. No sabía que la niña le había pedido a la lluvia que mojara la primera manta pero que no la calara a ella.

Derán salió del pueblo y se internó en el bosque. Ya no podía ir corriendo porque el suelo estaba embarrado y tenía miedo de resbalarse y caerse con la niña. Después de vagar sin rumbo fijo entre la maleza encontró un árbol frondoso donde podía resguardarse de la lluvia y se paró.

– Kendra… Kendra…

Ella abrió los ojos.

– Ya estamos en el bosque.

Kendra levantó la cabeza con esfuerzo.

– Gracias…

– ¿Qué hacemos aquí?

– Shhh…- le hizo callar ella.

La niña se dirigió a las plantas de alrededor.

– Hola…- las plantas le devolvieron el saludo- ¿Conocéis una… planta llamada… falaya?

Un rumor de plantas hablando se elevó por encima del repiqueteo de la lluvia. Nadie tenía ni idea. Algunos árboles comenzaron a elucubrar sobre dónde se podría encontrar, pero no se ponían de acuerdo.

– Prueba más al este- le dijo el árbol más anciano-. Creo que allí tendrás más suerte, hay otras especies. Y cuídate mucho, tienes mal aspecto.

– Llévame al este…- le pidió Kendra al joven.

Derán no entendía nada. Llevaban un rato parados bajo el árbol, aparentemente sin hacer nada. Kendra movía los labios como si hablara, pero no decía nada. Miraba en todas direcciones como si estuviera rodeada de gente. Sin duda estaba delirando. No le estaba haciendo ningún favor llevándola de acá para allá por el bosque.

– Nos vamos a casa, Kendra. Esto no tiene sentido.

– No…- Kendra no tenía fuerzas ni para quejarse. Se le saltaron las lágrimas pero con la lluvia Derán no se dio cuenta.

– No quiero que te mueras aquí, ¿lo entiendes?- le dijo en voz baja.

Kendra no sabía qué podía hacer para convencer a Derán. No le quedaban fuerzas para discutir.

– Si no… Si no me llevas… no te lo per… perdonaré… nunca…

Él la abrazó con fuerza. Estaba llorando.

– De acuerdo. Vamos donde tú quieras.

Derán se puso en marcha y llevó a la niña en dirección este. Cada cierto tiempo la miraba interrogante, pero ella le indicaba que siguiera. A media tarde pararon.

– ¿Quieres quedarte aquí?

– Shhh…- le hizo callar ella, y volvió a hablar con los árboles y plantas del lugar.

– ¿Falaya?- preguntó un pino centenario- Mmm… Sí, hombre… ¿No es como se llamaba antes la enredadera?

– La hiedra- replicó otro pino cercano con voz cansina.

Hiedra… ¡Hiedra! Kendra sintió que las fuerzas la abandonaban y perdió el conocimiento.

Cuando despertó ya no llovía. Derán la había acomodado apoyada contra el tronco de uno de los pinos bien envuelta en las mantas. Kendra sintió que no le quedaba mucho tiempo.

– Derán…- él le cogió la mano- Llévame… a… casa…

Derán no se molestó en discutir. La cogió en volandas y la llevó de vuelta a casa.

Kendra no tenía tiempo de ponerse a buscar hiedra. Sabía que sólo la encontraría todavía más al este, y estaba demasiado débil para vagar por ahí  preguntando dónde podía encontrarla. Evidentemente su buena amiga que vivía al pie de Grandullón estaba demasiado lejos. La niña se sumió en el sueño…

Entre sueños vio como Derán la depositaba suavemente en su cama y se quedaba a su lado, hablándole. No entendía lo que le decía. Kendra miró la jarra de agua que había en la mesita. Derán dijo algo y miró el agua. Cogió la jarra y llenó el vaso que había al lado. La niña, mientras tanto, luchaba por sacar algo de debajo del vestido.

– Te ayudo-le dijo Derán, y la ayudó a sacar un pañuelito que envolvía algo. Derán lo abrió.

Kendra cogió la hoja seca de hiedra que había dentro y le dio un beso.

– Hiedra… Te quiero mucho… Te echo de menos…- le dijo a la hoja- Perdóname…

A Derán le dio mucha pena. La niña estaba desvariando continuamente. Kendra rompió un trocito de la hoja y miró el vaso de agua. Derán se lo acercó y ella desmenuzó el trocito de hoja en el agua. Entonces le pidió al agua que hirviera. Tal vez ya no estaba a tiempo de salvarse y no estaba de ánimo para fingir que no podía hacer nada de lo que ella sabía. Derán se llevó un susto tan grande que casi derramó el vaso. Kendra le miró con aprensión.

– Dame…- Kendra señaló el vaso con la mirada.

Derán dudó. ¿Qué había echado la niña en el agua, que la había hecho hervir al momento? ¿Y si no estaba en sus cabales y aquello la mataba? Decidió que ya no se perdía nada por dejar que se lo tomara. Con mucho cuidado levantó la cabeza de la pequeña y le dio a beber la infusión, que se había vuelto de un color marrón oscuro. Kendra se lo bebió todo y perdió el conocimiento.

 

Si te ha gustado la novela hasta aquí, consigue el resto!!!!

2 respuestas a Capítulo 12

  1. Pingback: El capítulo 12 llega con restos de carne de unicornio | Al otro lado de las llamas

  2. Paula dijo:

    Te he gorroneado los 12 primeros capítulos, y me voy de cabeza a amazon a comprarlo! Hacía tiempo que una historia no me enganchaba así!! Enhorabuena

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