Lúa. Capítulo 9

9Lúa comenzó a trabajar en el bar con Gaby y le encantó tener algo que hacer, sentir que se estaba ganando la vida. Ahora sí que se sentía independizada de verdad. Se movía entre las mesas con soltura, y tenía la lengua afilada y siempre dispuesta a dar un buen corte a los que se pasaban de listos con ella. Eso, en lugar de espantar a los clientes, atrajo una especie de club de fans de las salidas de tono de Lúa, y la coreaban cuando le metía un buen corte a alguien. La verdad es que entre el sueldo y las propinas Lúa no podía quejarse, y además mantenía su mente alejada de cierto pelanas mal afeitado.

Gaby también estaba muy contenta con su fichaje y la dejaba trabajar a su aire, ya veía que Lúa no era de las que necesitan que las azucen. Al contrario, aportó ideas innovadoras, como el concurso de cerveza. Era tan simple como que el que bebiera más cervezas no pagaba ninguna. La primera vez que lo organizaron casi se quedaron sin existencias. Aunque, bien mirado, si al final hubieran cambiado las cervezas por pis espumoso nadie se habría dado cuenta… Puede que el ganador no pagara nada, pero el resto de participantes sí lo hacía, y prácticamente vendían la misma cerveza que en todo un mes. Luego los enviaban a todos a casa cogiditos de una cuerda para que no se perdieran y listo.

También se le ocurrió que los días de partido, que convertían el bar en un caos, todas las consumiciones se pagaran por adelantado. Así evitaban que algunos gorrones salieran de estampida haciendo un simpa nada más terminar el fútbol.

Más tarde quiso abrir una especie de buzón de sugerencias para montar eventos, como traer un grupo de jazz, o montar una timba de póker… Lo que fuera. Después de eliminar cosas rarunas como los concursos de escupitajos, ponían las sugerencias en una pizarra y todo el mundo escogía la que más le gustaba. Las opciones más votadas eran las que llevaban a cabo, siempre que fuera posible. Incluso un día trajeron dos strippers, un hombre y una mujer, que se pasearon entre las mesas haciendo babear al personal. Con todas aquellas innovaciones, las ventas se dispararon y Gaby no tenía suficiente pedestal para poner a su camarera. El tranquilo bar de Gaby se convirtió en el más popular del barrio en poco tiempo.

– Estoy pensando en hacerle una oferta al dueño del local de al lado, esto se nos queda pequeño…- dijo Gaby un día, aprovechando que el bar estaba bastante tranquilo.

Lúa miró a su alrededor. Era verdad que el bar no era muy grande pero le daba miedo que perdiera su personalidad si lo convertían en un macrolocal. Bueno, un macrolocal tampoco, ni que fuera un hombre pensando en su pepino… un local más grande.

– No sé, no lo veo claro… Así es tan acogedor…- dijo con cariño. Luego se giró hacia uno de los clientes habituales- ¿A ti qué te parece?

Las dos miraron al chico que se estaba tomando una tónica en la barra. Era moreno, de tez clara, y tenía algunas pecas sobre la nariz. Las gafas de pasta que llevaba le daban un aire de intelectual. Se llamaba Bruno.

– A mí me gusta así. Pero los cambios siempre cuestan un poco al principio y luego la gente se acostumbra.

– Yo creo que cuando te tienes que acostumbrar a algo es que no te gusta- apostilló Lúa, señalando a Bruno.

Gaby se encogió de hombros.

– Si tú no lo ves claro no se hace. Tienes visión para esto, chica.

– No, no, el negocio es tuyo- Lúa agitó las manos ante ella-. Haz lo que consideres.

– Esa es otra… Me gustaría que fuéramos socias. Tú has hecho despegar este bar y estamos ganando dinero por un tubo. ¿Qué me dices?

Silencio.

– Pero yo no tengo dinero para comprarte la mitad del negocio, Gaby…

– Podemos hacer una cosa: tú eres mi socia y yo me quedo una parte de tus ganancias hasta que me hayas pagado tu parte del bar. Aun así ganarías más que ahora, el bar va de puta madre. ¿Qué me dices?

Lúa desvió la mirada. Aquello supondría abandonar definitivamente sus esperanzas de trabajar como arquitecta. Hacer bloques de pisos de cuarenta metros cuadrados donde hacinar familias, proyectar un edificio torcido que se convirtiera en el símbolo de la ciudad, ser algún día responsable de un derrumbe… era su sueño.

Al ver que el silencio amenazaba con devorar el continuo espacio-tiempo, Bruno intervino:

– La tónica lleva quinina, ¿lo sabíais? Es un antibiótico…- sus palabras murieron solas y abandonadas en el vacío cósmico.

– No hace falta que me digas nada ahora mismo, piénsatelo- dijo Gaby al ver la cara de su amiga.

Lúa se fue a casa pensativa. Gaby era un ángel al ofrecerle aquella oportunidad. No tendría por qué hacerlo, le estaba cediendo la mitad de sus ingresos porque sí. ¿Quién hacía algo así hoy en día? ¿Se estaría Gaby drogando también? ¿Se habría pasado con el tinte rubio? La verdad es que detrás de esa fachada de mujer dura era más buena que mojar pan en un huevo frito… No quería desairarla pero tampoco podía olvidar que había invertido cuatro largos años de su vida estudiando una carrera. Pensó en cómo sería su vida si trabajara de lo suyo y lo comparó con lo que estaba haciendo ahora. Se imaginó en un despacho, ultimando los planos de un edificio de viviendas en el ordenador. Lo más parecido a la arquitectura que hacía ahora era apilar vasos. Uno de cada diez, con lapo dentro.

Lúa llegó a su portería y subió hasta el ático mientras le daba vueltas a la cabeza. Cuando iba por la mitad se cruzó con Sebas.

– ¡Sebas! ¿Adónde vas?- le preguntó.

– Salgo a tomar unas cervezas con mis amigos. Te diría que te vinieras pero entre que no te caen bien y que estarás hecha polvo…- había una vaga invitación en su mirada pero ella declinó el ofrecimiento con un gesto cansado.

– Prefiero quedarme en casa. Hay algo que quiero comentarte, ¿por qué no te quedas conmigo y te cuento?

– Venga, Lúa, no voy a drogarme, solo son unas cervezas…

Lúa le atravesó con esa mirada de “sé exactamente lo que pasa por tu cabeza”, aunque más allá de un poco de caspa, no tenía ni idea.

– Bueno, ya hablaremos mañana- se rindió ella.

Sebas le dio un beso en la mejilla.

– Vale, hasta mañana.

– ¡Y no hagas tonterías!- gritó Lúa mientras le veía bajar las escaleras a toda velocidad.

Al entrar en casa se encontró con Dani, que se disponía a cenar. Habían pasado tres meses desde su cumpleaños y, bueno, al principio había estado muy distante con él pero poco a poco todo se había ido normalizando. Ahora la situación volvía a ser relajada. Un día incluso Dani le había pedido a Lúa que le cortara el pelo, cosa que hizo con bastante destreza. Bueno, en realidad le había hecho un trasquilón nada más empezar, pero luego lo había arreglado cortando un poco más de lo que tenía en mente y él no se había dado ni cuenta. ¡Tachán!

– Hola, Dani.

– Hola, guapa. Me he pasado un poco con la cena y me ha sobrado un plato, ¿te apetece?

Muchos días le decía eso pero Lúa sabía que lo hacía para que ella no tuviera que hacerse la cena tan tarde.

– Gracias… ¿Con qué me vas a deleitar esta noche?

– Arroz a la cubana- dijo él con orgullo.

Su repertorio culinario había mejorado bastante gracias a Lúa, que le había estado enseñando un par de cosillas básicas a las que podía sacarle bastante partido con un poco de imaginación. Eso no podía aplicarse al arroz a la cubana pero había que darle un voto de confianza al chaval, ¿no?

– ¿Con huevo frito?

– Oye, no te pases…

Lúa se echó a reír.

– Me doy un duchazo rápido y vengo.

Lúa tardó diez minutos en ducharse y apareció en la cocina con el pelo mojado. Con el calor que hacía le iba de perlas. Dani la estaba esperando para cenar.

– ¿Quieres un huevo frito en el arroz? Yo me voy a hacer uno, no me cuesta nada.

A Dani se le iluminó la cara.

– ¿Lo harías?

Dani era a los huevos fritos lo que un picapedrero, a los huevos de Fabergé.

– Lo voy a hacer, que no es lo mismo.

Después de cenar Lúa se dejó caer en el sofá como una piedra que cae sobre el lecho de un río y pone cualquier cosa en Escamas TV. Se descalzó y comenzó a masajearse un pie distraídamente. Se le estaban haciendo unos callos que podrían servir de tapa en el bar… Dani se sentó a su lado y vieron una peli juntos. Luego jugaron a cartas y tras un duro enfrentamiento Lúa terminó con todas las fichas, condenando a Dani a fregar los platos toda la semana.

– Casi me das penita…- dijo ella tratando de contener la risa.

– ¡No tiene gracia, estás haciendo trampas!- se quejó Dani señalándola con el dedo.

– Que mal perder tienen algunos… Si quieres te lo cambio por otra cosa más fácil, para que veas que soy buena.

Dani puso cara desconfiada.

– A ver, ¿qué?

– Toca la guitarra un ratito para mí.

Él comenzó a recoger las fichas y ordenarlas por colores.

– Ya fregaré los platos.

– Joder, ¿por qué no quieres tocar la guitarra?- exclamó ella irguiéndose- ¿Es que me va a estallar la cabeza si te oigo?

– Es una cosa muy personal y…- comenzó él.

Personal… ¡Para ella sí que era algo personal! Escucharle tocar la guitarra se había convertido en su proyecto de final de parvulario. Que sí, que sí, que era una chorrada, ya lo sabía… Lúa espantó de un manotazo al jodido angelito que tocaba el arpa sobre su hombro y la sermoneaba como si fuera su madre.

– No me vengas con historias. A tus ligues de una noche les tocas canciones, que te he oído. ¿Qué tiene eso de personal?

– Bueno, me he acostado con ellas.

Touché.

– Ah, ¿y también te has acostado con Sebas, y con Toni?

Dani terminó de recoger el tapete y lo metió en la caja de lata. Se levantó de la mesa y fue a guardarla en silencio.

– Vale, muy bien…- dijo ella en voz baja cuando se quedó sola- ¡Pues vas a estar fregando platos hasta que sea delito!- le gritó mientras se cruzaba de brazos.

Lúa se levantó para ir a la cama y se lo encontró bloqueándole el paso en el pasillo.

– No estás enfadada, ¿verdad?- le preguntó.

– Debería estarlo, ¿o no?- la voz de Lúa indicaba que no demasiado.

– ¿Puedo compensarte de alguna manera?

Puedes estamparme contra la pared y robarme la virtud, la que me quede, so cabrón, pensó Lúa.

– No sé, ya pensaré en algo…- dijo ella apartándole para poder ir a su habitación.

A la mañana siguiente estaba desayunando con Dani cuando sonó su móvil. Un número desconocido. Joder, ¿otra vez habían robado a Sebas?

– ¿Diga?

– ¿Con Lúa Gracia, por favor?

Lúa se extrañó. ¿Quién iba a llamarla un domingo por la mañana para venderle algo?

– Sí, soy yo. ¿Quién es?

– La llamo del hospital Clínico. Sebastián Gracia está ingresado y hemos encontrado un papel con su número de teléfono en la cartera.

– ¿Sebas?- Lúa se puso en pie de un salto, sobresaltando a Dani- ¿Qué le ha pasado?

– Ha sufrido un accidente de tráfico, le ha atropellado un coche.

– ¿Cómo está, está bien?

– Todavía no ha despertado.

– Pero, ¿despertará?- se hizo un silencio incómodo al otro lado de la línea- ¡Voy para allá!

Lúa colgó y salió corriendo de la cocina.

– ¿Qué pasa?- le preguntó Dani asomándose al pasillo.

– ¡Es Sebas, ha tenido un accidente!- dijo ella en voz alta mientras se metía en su cuarto para vestirse.

– ¿Cómo está?- preguntó él corriendo tras ella.

Dani encontró a Lúa echándose por los hombros un ligero vestido. Ella estaba demasiado trastornada para escandalizarse.

– Está inconsciente. Me voy corriendo al hospital Clínico.

– Voy contigo.

Cuando Lúa entró en la habitación y vio a Sebas inconsciente, enchufado a un respirador, estalló en violentos sollozos y corrió junto a él. Dani fue tras ella, la abrazó y la consoló lo mejor que supo, los dos tratando de asimilar la situación. Una doctora estaba haciendo unas comprobaciones al otro lado de la camilla, inclinada sobre Sebas, y cuando les vio entrar se acercó a ellos.

– Hola, soy la doctora Lourdes de Pedro. ¿Eres Lúa Gracia?

Ella asintió, aferrada a Dani con una mano y a Sebas con la otra.

– ¿Eres familiar de Sebastián?

Lúa volvió a asentir.

– Soy su…- tragó saliva con dificultad- su prima. ¿Cómo está?

La doctora terminó de anotar algo en la carpeta que llevaba y la apoyó de punta contra su abdomen, reposando las manos en la otra punta como si fuera una bandeja. El sonido del respirador llenó el silencio hasta que, por fin, se dignó a hablar.

– Su estado es grave, Lúa, no te voy a engañar. Un coche se lo llevó por delante y sufrió un fuerte traumatismo craneal. Hemos conseguido estabilizar una hemorragia interna en la zona abdominal. Le ingresamos esta mañana a las siete y media y todavía no ha despertado. Aparte de eso, tiene cuatro costillas rotas, y fractura de tibia y peroné derechos. De momento no respira por sí mismo.

– Pero despertará, ¿no?- intervino Dani por primera vez.

La doctora miró a Sebas.

– Podría despertar ahora mismo, podría tardar tres días…

– ¿Podría no despertar?- preguntó Lúa con voz temblorosa.

La doctora sacudió la cabeza.

– Es pronto para sacar conclusiones. Hay algo más que debería comentarte, Lúa…- la doctora de Pedro miró a Dani como si sobrara.

– Puedes decir lo que sea delante de Dani, los tres vivimos juntos- dijo Lúa rápidamente.

– Hemos encontrado unos niveles muy altos de estupefacientes en su sangre. Es fácil que el hecho de ir drogado haya sido un factor determinante en el accidente. Si llega a subir la dosis un poco más…- la frase quedó colgada en el aire pero estaba claro lo que quería decir.

Lúa se tapó la cara con las manos y Dani la estrechó un poco más fuerte.

– Es mi culpa…- dijo ella con la voz ahogada- No supe alejarlo de esa mierda. Esto me ha venido grande…

– Vamos, Lúa, has hecho lo que has podido para ayudarle- la animó él.

– Si Sebastián experimenta algún cambio, lo que sea, apretad este botón y una enfermera vendrá en seguida- dijo la doctora a modo de despedida y se marchó.

Lúa se rehízo un poco y se soltó de Dani.

– Sebas…- le dijo con voz muy suave mientras se inclinaba sobre él y le acariciaba el cabello- Mi niño, vas a ponerte bien. Te has llevado un buen golpe, ¿eh?- le salió una carcajada teñida de llanto- Pero tú tienes la cabeza muy dura, que yo lo sé. ¿Te acuerdas del cabezazo que le diste a la puerta del lavabo en el bar aquel al que íbamos en Lleida? Nunca había visto nada igual, le hiciste un buen bollo. Además, para aguantarme a mí tienes que tener una buena cabezota…

Lúa apoyó la cara contra su brazo y lloró quedamente. El mismo brazo del que salía un cable hacia un gotero que iba metiendo algo de vida en su cuerpo, poco a poco.

La persiana de la habitación estaba bajada tres cuartos y los rayos de sol entraban a través de sus agujeros como si los pasaran por un colador. Sebas estaba enchufado mediante una especie de pinza de plástico que le cogía un dedo a un aparato bastante grande que no dejaba de pitar y mostrar sus constantes vitales en una pantalla de fondo negro. Excepto la de la ventana, todas las paredes eran de cristal a partir de un metro para arriba. Si uno miraba en cualquier dirección podía ver enfermeras yendo y viniendo de forma aparentemente caótica y personas con muy mal aspecto tendidas en camas. El pobre Sebas, con sus ojeras y su aparatoso vendaje alrededor de la cabeza no desentonaba nada allí. Estaba cubierto por una sábana pero debajo se intuían más vendajes en el torso y en la pierna derecha. Ya apuntaba maneras pero definitivamente se había convertido en un capullo, literalmente.

Lúa y Dani se quedaron todo el día, hasta que se terminó el horario de visitas. Lúa no quería salir ni para comer algo, y Dani tuvo que obligarla a bajar  un bar a comerse un bocadillo por lo menos, pero apenas probó bocado. La chica lo pasó especialmente mal cuando tuvo que llamar a la familia. Sus tíos, los padres de Sebas, se preocuparon muchísimo y prometieron bajar en coche lo antes posible. También avisó a sus propios padres, que le dijeron lo mismo. Lúa había hecho un gran esfuerzo por no llorar mientras hablaba por teléfono para no alarmarles más de lo necesario, pero en mitad de la conversación se desmoronó y comenzó a sollozar, poniendo a su tía más nerviosa de lo que ya estaba. Cuando colgó apoyó la frente en las palmas de sus manos.

– Lo he hecho como el culo…- dijo en voz baja.

– La noticia que les has dado es lo suficientemente dura como para que se lo tomen mal, se lo digas como se lo digas.

Ella asintió sin mirarle. Luego llamó a Gaby, con tanto lío no había ido a trabajar y ni siquiera la había llamado. En el móvil encontró dos llamadas perdidas suyas, ni se había dado cuenta. Gaby le dijo que se tomara todo el tiempo que necesitara y le dio muchos ánimos. Qué cielo de mujer.

Los padres de Sebas se presentaron a media tarde y, después de hablar con Lúa, entraron a verle. En la UCI no podían entrar tantas personas a la vez, así que Lúa y Dani se quedaron fuera.

– Gracias por quedarte conmigo- le dijo ella, agradecida, mientras se tomaban un té en la cafetería del hospital.

Las mesas estaban llenas de dramas personales, de preocupaciones y de llantos. También había personal médico aquí y allá, tomándose un café mientras bromeaban. El contraste era brutal.

– Sebas también es mi amigo, me quedo porque me importa.

Tal vez no lo dijo con mala intención pero Lúa se sintió como si ella no le importara una mierda. Durante unos segundos fue incapaz de pensar otra cosa que no fueran insultos. Dani debió darse cuenta de que había metido la pata porque se levantó y se sentó a su lado, abrazándola una vez más.

– También me quedo por ti, Lúa.

Ella no terminó de creérselo. Se deshizo del abrazo de Dani y se concentró en su taza.

Lúa se fue a cenar con sus tíos y sus padres, que llegaron a última hora y no pudieron ver a su sobrino. Sebas todavía no había despertado. Dani se marchó a casa, no le correspondía ir a aquella reunión en familia. No fue una cena muy agradable, hubo llantos y recriminaciones. La doctora de Pedro les había contado a los padres de Sebas lo de las drogas y entre ellos y sus padres sometieron a Lúa a un interrogatorio. Su madre le preguntó si ella también estaba tomando algo y, por más que ella juró y perjuró que no se drogaba, no la creyó.

– Mamá, podrías confiar un poco más en mí, para variar- dijo Lúa, ya sin fuerzas.

– ¿Cómo voy a confiar? ¡Mira lo que le ha pasado a tu primo! ¡Es tu primo mayor! ¿Quién era el chico que iba contigo antes? No me gusta ni un pelo…

Lúa se levantó de la mesa. No tenía por qué aguantar aquello, se suponía que la familia estaba para apoyarse, no para machacarse entre sí.

– Nos veremos mañana en el hospital.

Se marchó sin siquiera ofrecerles pasar la noche en su casa. Sabía de sobras que habrían cogido una habitación de hotel pero en todo caso no quería dormir bajo el mismo techo que ellos.

Cuando llegó a casa la encontró oscura y silenciosa. Lúa se encerró en su cuarto y lloró sobre su cama por enésima vez, pero esta vez era por algo grave de verdad. Le asaltaron recuerdos con Sebas, recuerdos de las broncas que le había metido, de las veces que había discutido con él… Ahora se arrepentía tanto de todo… Después de haberse pasado todo el día llorando creía que sus ojos se habrían secado para siempre pero estaba equivocada. Era como un dromedario de las lágrimas, tenía unas reservas que le permitirían atravesar el desierto del Sáhara sin parar de llorar a moco tendido. Trató de no hacer mucho ruido por si Dani estaba en su habitación pero el silencio duró bien poco. Toda la cama temblaba con sus sollozos y era incapaz de controlarse.

Lúa sintió una mano sobre su hombro y se giró sorprendida.

– Lúa…- Dani se echó a su lado y la abrazó fuertemente- No llores más, preciosa. Sebas se va a poner bien, ya lo verás…

– Si le pasa algo, me muero…

– Shh… Todo saldrá bien.

Dani le acarició el pelo y la espalda, y Lúa se sintió más cerca de él que nunca. Sus caras estaba tan cerca que casi se tocaban. Él olía a jabón, a limpio. Le necesitaba tanto… Ella sollozó y sus labios se rozaron sin querer. Dani se separó de ella como si le hubiera dado la corriente y la miró desde cierta distancia. Luego se incorporó y la acarició una última vez.

– Duérmete, anda- le dijo, y se marchó dejándola sola y desolada.

¿Qué había hecho mal? Solo una cosa: gustarle a Dani tanto como una patada en los cataplines. Lúa se dio de cabezazos contra el colchón mientras lloraba, sus sentimientos por él se mezclaban con su preocupación por su primo y la hacían sentir culpable por no centrar toda su atención en Sebas. Nadie volvió a abrir la puerta de su habitación.

Los siguientes dos días fueron un verdadero calvario. Lúa se pasaba el día en el hospital con su familia, que no dejaba de acosarla con recriminaciones y acusaciones estúpidas. Ella solo quería hacerle compañía a Sebas, decirle que se iba a poner bien… Pero no despertaba. El tercer día le quitaron el respirador y le trasladaron a una habitación normal. Estaba estable, pero los médicos dejaron de hablar de inconsciencia y comenzaron a hablar de coma. Sebitas estaba en coma… Dani iba a verle de vez en cuando, pero solo se quedaba un ratito y se marchaba. No quería estar en medio del drama lacrimógeno de la familia de Sebas. Gaby también se acercó al hospital varias veces, más para dar soporte a su amiga que otra cosa, porque en seguida vio que su familia era lo más parecido a las termitas.

Por suerte para Lúa, el tercer día por la tarde sus padres y sus tíos volvieron a Lleida. Le dijeron que irían bajando a Barcelona tanto como les fuera posible para ver a Sebas pero no podían estar fuera de casa más días. La abuela paterna de Lúa se había quedado sola y les daba miedo que pudiera pasarle algo y no estar cerca para socorrerla.

Cuando se quedó sola respiró tranquila, aunque estuviera mal pensarlo siquiera. ¡Pues lo pensaba! Ahora que estaba en planta, no había restricciones de horario, y Lúa se quedó a dormir en el hospital, al lado de su primo. Al día siguiente no se separó de él en ningún momento. Los médicos no le daban ninguna noticia alentadora, su primo no estaba mejorando, y las enfermeras comenzaron a preocuparse por ella. Lúa no salió a comer en todo el día, solo dejó un momento a Sebas para ir a comprar una botella de agua en la máquina expendedora del pasillo. La nueva habitación era un poco mejor que la otra. Al menos no estaba llena de aquellos horribles aparatos que pitaban todo el rato como una nave espacial de una peli sesentera. A los pies de la cama había una mesita auxiliar, y en la pared había una tele vieja collada a la pared. Lúa dormía a ratos en un sofá de cuero negro resquebrajado que se ponía incandescente cuando el sol le daba mucho rato, y cuando no dormía hablaba con Sebas, le contaba tonterías, le ponía la tele… Cualquier cosa que pudiera estimularle un poco. Dani apareció al día siguiente por la tarde, preocupado porque Lúa no había ido a dormir a casa las dos últimas noches, y la encontró muy desmejorada. Tenía profundas ojeras y la cara demacrada.

– ¿Cuánto hace que no comes?- le preguntó, y Lúa se encogió de hombros- ¿Por qué no vienes a casa y te preparo algo?

– No, me quedo aquí- dijo ella-. No quiero que Sebas se despierte y esté solo.

Dani se marchó sin despedirse. Joder, qué maleducado. Lúa se sentó al lado de Sebas y le puso verde.

– Cuanta razón tenías, Sebitas, ese tío no me conviene nada. Pasa de mí, se limita a conseguir polvos de una noche con puticientas. ¿No se da cuenta de que me está haciendo daño?- Lúa se encogió de hombros- Bueno, a él la suda, claro. Tú me lo advertiste, debería haberte hecho caso. Eres el único hombre en mi vida que vale la pena. No irás a dejarme sola, ¿verdad? Más te vale que no, porque me enfadaría de verdad contigo.

Dani volvió al cabo de una hora con unas bolsas.

– ¿Qué haces aquí otra vez?- le preguntó ella sin interés.

Dani dejó las bolsas sobre la mesita auxiliar.

– Te he traído algo de ropa para que te cambies, y un peine, gel, champú y el acondicionador que usas. Así podrás ducharte en el baño de la habitación. También te he traído comida china, espero que te guste.

Lúa se levantó a ver ella misma el contenido de las bolsas. ¿Por qué tenía que hacer algo extraordinario cuando ya no esperaba nada de él? ¡Hijo de…!

– Gracias…- dijo mirando el interior de las bolsas.

Lúa cogió unas braguitas y se puso roja.

– ¿Has estado toqueteando mi ropa interior?

– Bueno, he cogido lo primero que he pillado…- dijo él, un poco incómodo. Al ver la mirada de ella frunció el ceño- Oye, no me he estado probando tus combinaciones, si es eso lo que te preocupa.

Lúa sacó tres cajitas de comida china, unos palillos y una botella de agua. En otra bolsa encontró una tarrina de helado.

– Aquí hay demasiada comida para mí sola, ¿quieres compartirla conmigo?

– Es que solo hay un juego de palillos- comentó él.

– Le pediremos un tenedor a una enfermera.

Lúa salió un momento a pedir un tenedor y se sentó en el sofá con la mesita auxiliar delante. Al abrir las cajas de comida se dio cuenta del hambre que tenía.

– Comienza a comer, cuando me traigan el tenedor picaré alguna cosa.

No tuvo que repetírselo dos veces. Lúa comenzó a devorar la comida como si no hubiera probado nada en un mes.

– Está muy bueno…- dijo mientras masticaba con dificultad- Mira, prueba esto.

Lúa cogió un pedacito de carne con salsa con los palillos y se lo acercó a Dani, que estiró el cuello hacia ella para comérselo.

– Sí, está muy bueno.

Ella se lo quedó mirando.

– Creía que te habías pirado sin despedirte…

– Vaya, menudo concepto tienes de mí- comentó él.

Lúa miró a Sebas.

– No quiero que esté solo cuando se despierte pero los médicos me han dicho que podría quedarse así… mucho tiempo.

– Creo que deberías volver a trabajar, Lúa. Te distraerá y cuando estés aquí tendrás cosas nuevas que contarle a Sebas.

Ella asintió, ausente. Una enfermera apareció con un juego de cubiertos envuelto en una servilleta y entre los dos dieron cuenta de toda la comida.

– ¿Cuánto hace que no sales de esta habitación?

– Acabo de salir ahora mismo, a por tu tenedor.

– Ya me entiendes…

Lúa se encogió de hombros.

– No he salido para nada.

Dani se levantó y tiró de ella para que se levantara también.

– Ven conmigo.

Ella miró a Sebas con reticencia.

– Es que…

– Vamos, solo será un ratito, para que te dé el aire.

Dani la llevó por los pasillos del hospital, subieron unas escaleras y al final salieron por una puerta que daba a una amplia terraza. No había nadie. Lúa se acercó a la barandilla y miró los edificios a su alrededor, como los árboles grisáceos de un bosque de cemento. Dani se le acercó por detrás y le rodeó la cintura con los brazos.

– No quiero que te consumas aquí dentro- le dijo enterrando la cara entre sus rizos con los ojos cerrados.

Ella se quedó tan sorprendida por aquel gesto que no se atrevió a moverse, como si él fuera un pajarillo que se hubiera posado sobre su hombro y cualquier movimiento pudiera asustarlo. Le encantaba tenerle tan cerca, sentir su calor… ¿Por qué estaba haciendo eso ahora? Al final se dio la vuelta para verle la cara.

– No voy a consumirme, ¿no sabes que mala hierba nunca muere?- le dijo echándole los brazos al cuello con una sonrisa.

– Entonces eres inmortal.

Dani estaba más raro… Volvió a hundir la cara en el cuello de Lúa y se quedó así un rato.

– ¿Va todo bien, Dani?- preguntó ella al fin.

– No me gusta verte así. Estás tan apagada…

Dani se separó un poco y la miró a los ojos. Parecía que fuera a besarla pero Lúa ya se conocía el cuento, así que se separó de él.

– Volvamos con Sebas… No me gusta que esté solo- dijo volviendo a la puerta.

Capítulo 10

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Una respuesta a Lúa. Capítulo 9

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