Capítulo 10

Derán empezó a dormir en casa de Kendra, primero alguna noche puntual y cada vez más a menudo, hasta que cogió por costumbre ir cada día. La niña estaba contenta por poder ayudarle y que no tuviera que pasar la noche en la calle, y empezó a comprar más comida de la habitual para poder darle algo que llevarse a la boca por la mañana, antes de que se marchara furtivamente por la ventana. Creía que el chico no tenía dónde caerse muerto, al fin y al cabo le había conocido pasando la noche en un pajar… Sin embargo, pronto no supo qué pensar de la situación de su amigo. Derán no tenía pinta de indigente. Iba siempre limpio y bien arreglado, su ropa era correcta y su capa, de buena calidad. Además, muchas noches aparecía con comida realmente suculenta como una empanada de carne caliente, una tarta de manzana, una tableta de chocolate o una cesta de fresas. En cualquier caso eso poco le importaba a Kendra. La cara de la niña se iluminaba cada vez que le veía aparecer y pronto se le hizo indispensable oírle cantar para conciliar el sueño. Y no sólo eso. Derán era la primera persona que se preocupaba por ella de verdad, el único que la trataba con respeto y cariño. Le hacía bromas, le prestaba atención… Caló tan hondo en el alma de Kendra que fue imposible que no se enamorara de él. Además era tan guapo… A veces se quedaba embobada mirándole mientras él le explicaba cualquier cosa. Tenía unos ojos azules tan profundos que podía perderse en ellos, y siempre sonreía enseñando unos dientes perfectos y blanquísimos. Poco a poco el efecto tranquilizador que tenía Derán en el reposo de la pequeña se convirtió en el motivo que le impedía dormir. Le costaba muchísimo conciliar el sueño, demasiado consciente del calor que irradiaba el joven tendido a su lado, rodeándola con sus brazos. Demasiado pendiente de su aliento cálido en la nuca. Y aquella voz suave cantándole al oído… sólo a ella… Aunque él le había dejado claro que la veía como a una niña pequeña desde el primer día y encima tenía un lío con una mujer casada, Kendra no perdía la esperanza. No creía que pasara todas las noches con ella sólo por necesidad, algo de cariño le tendría… Si hubiera tenido la cabeza más fría tal vez se habría fijado en que le llegaba al chico poco más que al ombligo y que su cuerpo carente de curvas debía de resultarle tan atractivo como el palo de una escoba. Pero no la tenía, así que una noche, cuando se aseguró de que Derán estaba dormido, se dio la vuelta con mucho cuidado para no despertarlo. Cuando estuvo cara a cara contra él se quedó mirándole un rato. Parecía un ángel, con aquellas facciones tan suaves. No, era un ángel que había venido del cielo para cuidarla. Sus labios carnosos eran tan… Kendra se acercó lentamente para darle un beso. No quería despertarlo, apenas le rozaría los labios. Eso no tenía nada de malo, ¿no? Iba con tanto cuidado que tardó una eternidad en acercarse lo suficiente como para notar su aliento en la cara. En aquel momento Derán se revolvió en sueños dándole un susto tremendo. A Kendra se le escapó un gritito y se echó hacia atrás bruscamente. Derán se despertó de golpe justo a tiempo de ver cómo la niña se le escapaba de entre los brazos y se caía de la cama.

– ¿Te has hecho daño?- le preguntó asomándose al borde. Puso cara de preocupación pero a Kendra le pareció que se estaba aguantando la risa. La pequeña se puso roja como un tomate.

– Estoy bien, estoy bien- contestó apresuradamente poniéndose en pie de un salto y volviendo a la cama. Le dio la espalda al joven para que no la viera tan abochornada. ¿Se habría dado cuenta de lo que estaba haciendo?

– ¿Qué ha pasado?

– He tenido una pesadilla. Estoy bien- Kendra se tapó hasta las orejas y deseó con todas sus fuerzas que la partiese un rayo.

Derán la abrazó y a la niña le pareció que se reía entre dientes pero, por suerte, no dijo nada más.

Un domingo Derán se levantó y cerró el cajón de la mesita que Kendra estaba abriendo para coger algo de comida.

– Deja eso, te invito a desayunar. ¿Te apetece?

Kendra asintió encantada. Derán salió por la ventana y esperó a que la niña hiciera lo propio por la puerta. Lo hizo más que nada para que Tesio la oyera salir. No le interesaba que al viejo amargado se le ocurriera pensar que utilizaba la ventana para entrar y salir porque era capaz de atrancarla.

Era la primera vez que salían juntos por la calle y Kendra estaba encantada. Iba flotando por la calle, sin fijarse por dónde pasaba, perdida en sus ensoñaciones. Derán la guio hasta una taberna en la que ella no había estado nunca. Le pareció que era un antro de mala muerte pero estaba llena hasta los topes. La gente se apiñaba en torno a mesas que estaban demasiado juntas pero no parecía importarle a nadie notar el codo del vecino en las costillas. Mientras avanzaban alguien cogió a Derán de la mano y tiró de él hasta una mesa. Kendra vio a una chica morena bastante guapa que lo miraba de una manera que a la niña no le gustó nada. El chico se inclinó con su sonrisa encantadora y ella le dijo algo al oído. Mientras escuchaba, Derán apoyó distraídamente la mano en el cuello de la joven. Él contestó algo que la hizo reír echando hacia atrás la cabeza. Los ojos de la chica eran oscuros como la noche y parecían querer comerse a Derán con la mirada. Y él también parecía… Kendra salió de su estado de estupor y cogió a su amigo de la mano. La que no tenía perdida por la nuca de la chica, bajo su melena, claro. Le cogió fuerte y tiró de él, poco menos que arrancándole de los brazos de aquella fresca. Derán compuso una sonrisa de disculpa a la joven y siguió a Kendra a trompicones. Ella localizó una mesa vacía en un rincón y lo condujo hacia allí sorteando mesas, sillas y hombres que ya iban bastante bebidos de buena mañana.

– Vaya, así que ésa es la mujer del hombre que te perseguía cuando nos conocimos- dijo Kendra nada más sentarse, intentando parecer sólo vagamente curiosa.

– ¿Quién? ¡Ah! No, no tiene nada que ver. Es una amiga.

Muy amiga, diría yo…- la niña puso una cara elocuente. Derán se rio y la miró con aquellos ojos que parecían ver dentro de ella.

– Es una buena chica- contestó, eludiendo la insinuación de Kendra.

Derán hizo una señal a la camarera, que se acercó con una amplia sonrisa.

– ¡Derán! No te había visto- dijo alegremente apoyándose la bandeja vacía que llevaba en la cadera- ¿Te pongo lo de siempre?

– No, tomaremos…- miró a la niña- ¿un vaso de leche?- ella asintió- Y para mí, hidromiel. Y un buen trozo de tarta de esa que te sale tan bien.

La camarera reparó en la niña por primera vez. Puso una cara de sorpresa realmente graciosa.

– ¿No eres un poco joven para ser padre?

Derán miró a Kendra, que estaba a punto de matar a aquella mujer estampándole su propia bandeja en la cabeza. El joven le revolvió el pelo a la niña, ajeno a su enfado.

– ¡Cómo voy a ser su padre! ¿Cuándo la tuve, a los cuatro años?- se rio- Es mi hermanita.

Aquello ya fue el remate para ella. Había empezado el día flotando en una nube y, si al ver el episodio con la morena ya se había caído del cielo y se había estampado contra el duro suelo, ahora se había abierto una grieta en el suelo y se estaba precipitando al infierno. Su cara perdió el color y se volvió de un tono gris ceniza. Los otros dos seguían hablando pero ella no les prestaba atención. Sólo volvió en sí cuando la camarera se abrazó al cuello de Derán por detrás y le dijo en voz baja:

– Me tienes muy abandonada últimamente. ¿Te has olvidado de mí?

Él le acarició la mano con suavidad.

– ¿Cómo voy a olvidarme de ti, si vengo a esta taberna sólo para verte?- le cogió la mano y se la besó.

– ¡Mentiroso!- se rio ella, y se alejó sorteando las mesas.

Derán se volvió hacia la niña.

– Uy, tienes mala cara. ¿Te encuentras bien?

– Yo no soy tu hermana- dijo ella en voz baja, ignorándole.

– No, pero siento como si lo fueras. ¿Te ha molestado?

Era cierto. Conocer a Kendra había sido algo nuevo para él. Ella se había portado bien con Derán porque sí, sin pedir nada a cambio. Nadie más había hecho algo así por él. Y, además, la niña era un encanto. Era una inconsciente, sí, pero era un trozo de pan. Y olía a bosque, a rocío y a jazmines. La quería con locura y se sentía responsable de ella. Derán no se quedaba por las noches con Kendra por necesidad, lo hacía porque quería. Aunque el joven no tenía casa en el pueblo, rara vez dormía en la calle. Hasta que la había conocido generalmente se quedaba a dormir con alguna de sus conquistas, que no eran pocas, pero ahora estar con ella le gustaba más que dormir con cualquier otra. Era como la hermanita que nunca había tenido.

– ¿Te has enfadado?- preguntó Derán otra vez, en vista de que ella no abría la boca.

¿Cómo iba a enfadarse con él si la miraba de aquella manera? Aquello no era justo.

– No…- respondió a desgana- Pero no vuelvas a llamarme hermana.

La camarera regresó con lo que había pedido Derán. Era evidente que los había hecho pasar delante de otros muchos que habían ordenado sus bebidas antes que él. Le guiñó un ojo al joven y se fue. Derán cortó el bizcocho en dos y le dio un pedazo a Kendra.

– Es de chocolate y avellanas. Te va a encantar.

Muy a su pesar, Kendra cogió el bizcocho y empezó a devorarlo con verdadero apetito. Estaba buenísimo.

– Pero mastica bien, que te va a sentar mal…- antes de que terminara la frase Kendra levantó la vista con la boca llena y cara de culpabilidad. Ya se lo había terminado.

Derán puso los ojos en blanco y le dio su mitad.

– Pero bebe primero un poco de leche para que se asiente un poco lo que te has comido.

Kendra, obediente, se bebió medio vaso de leche de una tacada, dejándose un bigote blanco al dejar el vaso en la mesa. Derán se rio y se lo limpió con la manga. Ella cogió lo que quedaba de bizcocho y fue a comérselo, pero antes se lo pensó mejor y lo partió en dos. Le tendió una mitad a Derán.

– Gracias.

– Oye…- Kendra le miró con los ojos entrecerrados- ¿Tú cuántas novias tienes?

– ¿Novias? ¿Quién dijo “novia”? No tengo ninguna novia.

– Entonces…- Kendra miró a la camarera de reojo, y luego a la chica morena.

– Creo que eres demasiado pequeña para entenderlo.

– Inténtalo- Kendra entrecerró los ojos aún más, retándole a que no lo hiciera.

– Bueno… Me gustan las mujeres, no puedo negarlo- dijo pasándose una mano por el pelo con aire soñador-. Y parece que yo les gusto a ellas- le guiñó un ojo-. Si veo una mujer hermosa me entran unas irresistibles ganas de besarla y…- carraspeó- otras cosas. No puedo evitarlo.

Pues a ella no la había besado nunca… ¿Tan fea era?

– ¿Pero no estás enamorado de ninguna?

– No. O sí. No lo sé, me gustan todas- se encogió de hombros-. Pero ninguna me gusta más que las demás.

– Pero, ¿a ellas no les molesta que estés con todas?- Kendra no podía entenderlo.

– Yo nunca les miento. Ellas saben que… Está mal que lo diga yo… Que conmigo se lo van a pasar mejor que con cualquier otro…- hizo un gesto vagamente despectivo- Y no les importa compartirme.

– Ah, ¿sí?- preguntó Kendra con desdén- ¿Y tú qué sabes si se lo pasan mejor contigo o no?

Derán hizo un gesto teatral ignorando el tono de la niña.

– Pues porque yo las trato como las princesas que son. Me preocupo por ellas. Sé lo que les gusta. Pregunta a quien quieras- hizo un gesto abarcando todo el local-. Bueno, pregunta a las chicas guapas.

– Pues a mí no me gustas- replicó la niña con decisión, rezando para que no se le cayeran los dientes, como le había advertido su madre que pasaba cuando mentías. Le dio un buen mordisco al bizcocho para no tener que mirarle a los ojos.

Él se rio.

– Eres tan graciosa…- se tomó un sorbo de su bebida- Eres demasiado joven para eso. De todas maneras, nada me decepcionaría más que te gustara alguien como yo- ella le miró sin comprender. Derán le dio unas palmaditas en el hombro-. No te preocupes, yo me ocuparé…

– ¿De qué te ocuparas?

– De que no se te acerque ningún frescales- le dijo con una gran sonrisa.

Kendra hizo lo posible por olvidarse de Derán. Estaba claro que ese chico no le convenía. Al parecer le conocían todas las mozas casaderas de la región… y muchas de las casadas. Y bla, bla, bla. Pero una cosa era pensarlo y otra muy distinta, hacerlo. Tal vez si Derán hubiera intuido que la niña estaba loca por él hubiera hecho un esfuerzo por no ser tan puñeteramente encantador. Porque, encima, tomó por costumbre llevarla de paseo los domingos. A veces la llevaba a pasear por el bosque y le enseñaba supuestos rincones secretos que, por supuesto, ella ya conocía. La niña siempre se hacía la sorprendida para no quitarle la ilusión al chico, que se esforzaba en que ella se lo pasara bien, y en realidad así era. Los parajes que le mostraba Derán parecían más bonitos cuando él se inventaba historias que habían tenido lugar allí. Ojalá los árboles no hubieran estado allí para decirle que todo era mentira.

No, era imposible. Kendra no podía dejar de pensar en él. Y en él iba pensando un mediodía cuando salió de la botica para ir a comer. Iba tan distraída que no se fijó en los niños de la fuente hasta que los tuvo delante. Como siempre, no le dirigieron la palabra. El cabecilla se la quedó mirando con sorpresa un momento y luego desvió la mirada. Vaya, creía que después de lo del tejado al menos la saludaría. Imbécil… Kendra fue a sentarse en un banco en una plazoleta y comenzó a dar cuenta del pan con salchichas que había traído para comer mientras disfrutaba del sol primaveral.

– Hola…- oyó entre jadeos a su espalda.

Al girarse, Kendra descubrió al cabecilla de los niños de la fuente luchando por recuperar el aliento.

– Vaya, si eres tú… Si vienes a saludar podías haberlo hecho antes, cuando me has girado la cara.

– Creía que te había matado- dijo el cabecilla-. Como no había vuelto a verte…

– ¿Que me había matado? ¿Quién?

– ¿Pues quién va a ser? ¡El Demonio Rojo! Te fuiste tras él, ¿recuerdas?

– Ah… Sí, pero lo perdí en el bosque.

El cabecilla sacudió la cabeza, incrédulo.

– ¿Lo seguiste hasta el bosque? Tú estás como una cabra…- miró por encima del hombro- Oye, tengo que irme. Ya nos veremos.

Kendra se limitó a seguir comiendo mientras el niño se iba a toda prisa. Qué chico tan extraño. No entendía por qué se comportaba así. El cabecilla había hecho que se acordara del Demonio Rojo. Le llamaba mucho la atención. Otro amigo del fuego… Kendra tenía la firme convicción de que si el fuego se había hecho amigo suyo tenía que ser bueno en el fondo. En su interior una pequeña llama se rio.

– Siento que últimamente no te dedique mucho tiempo- se disculpó Kendra.

Ya anochecía y, como siempre, al llegar a casa se había encerrado en su habitación. Estaba sentada sobre la cama con las piernas cruzadas, hablando con la lámpara de la mesita.

– Ya he visto que estás muy ocupada con tu nuevo amigo…- la niña no supo si el fuego la estaba censurando veladamente o simplemente era un comentario.

– Últimamente he descuidado muchas cosas- suspiró-. Desde que vine del bosque casi no he hablado con mi madre- cogió el colgante en forma de lágrima negra con la mano y lo apretó contra el pecho.

– No hace falta que digas nada, ella sabe que la quieres.

– No debí dejarla allí colgada, ¿sabes? Debería haberla enterrado…

– ¿Y cómo podrías haberlo hecho? Eras muy pequeña. No pienses más en ello.

– Menos mal que te tengo a ti…- acarició la pequeña llama de la lámpara con el dedo.

Toc, toc.

Kendra se sobresaltó. Era Derán, Le abrió la ventana y él saltó dentro.

– ¿Qué estabas haciendo? ¿Te has quemado?

La había visto… Tendría que ser más cuidadosa. Miró al fuego de reojo.

– Ay, lo siento…- le dijo, disculpándose. Se había dejado la cortina descorrida.

El fuego titiló con desaprobación.

– He acercado el dedo a la llama porque creo que se me ha clavado una astilla y no la veo, pero no lo he acercado tanto como para quemarme.

– A ver, déjame ver- le cogió el dedo antes de que pudiera negarse y lo miró con detenimiento-. No veo nada…

– Igual es otra cosa. Déjalo- Kendra retiró el dedo.

Se hizo un silencio.

– ¿Qué piensas? Estás muy callada…

– ¿Tienes familia?

– Claro. Tengo una hermanita preguntona- la miró elocuentemente. Ahora siempre la llamaba hermanita, y ella siempre se picaba.

– ¡No soy tu hermana!- se quejó- En serio, ¿tienes padres?

– No- lo dijo en un tono que quería decir que no iba a hablar más del tema- ¿Y tú?

– Tampoco. Mi madre… murió hace años.

– Ah, por eso viniste a vivir aquí.

– No, vine a Crenton hace unos meses.

– Ah. ¿Y dónde vivías antes?

– En el bosque- contestó Kendra como si fuera lo más normal del mundo.

– ¿En el bosque? ¿Vivías con unos leñadores?- se rio.

– No, vivía sola.

Derán, que estaba sentado en la cama, se giró un poco para encararla mejor. No sabía si le estaba tomando el pelo.

– ¿Cómo que sola? Alguien habría contigo…

– Sí, estaba lleno de árboles, animales…

– ¡Me está tomando el pelo!- la cogió por la cintura y empezó a hacerle cosquillas.

– ¡Que no! ¡Ay!- Kendra se levantó de un salto y bajó la voz- ¡Para! ¡Que nos va a oír el viejo!

Derán paró y puso cara de haber causado un estropicio.

– Lo siento- susurró- . Pero eso te pasa por listilla.

– Te digo la verdad. Lo juro.

– Jurar es una cosa muy seria, señorita. ¿Lo juras por tu vida?

– Lo juro por mi vida. Por eso trabajo en la herboristería, porque conozco bien las plantas. En el bosque tuve mucho tiempo para aprender.

Derán pareció convencerse, pero sólo a medias.

– Bueno, a ver. ¿Cuánto tiempo estuviste en el bosque sola?

– Unos cuatro años.

– ¡Cuatro años!- Derán puso los ojos en blanco- ¿Y cómo sobreviviste?

– Uf… Pues la comida no era un problema porque había de todo en el bosque, pero si no hubiera conseguido fuego- miró el fuego con cariño- no habría sobrevivido.

– ¿Robaste un yesquero?

– No, cayó un rayo durante una tormenta y conseguí conservar una llama viva.

– ¿No tenías miedo de estar allí sin nadie a quien recurrir?

Kendra se rio sin ganas.

– De lo que tenía miedo era de volver entre la gente. Por eso todavía dormía sobre el armario cuando viniste a verme.

Él la miró con admiración.

– Fuiste muy valiente, ¿sabes?

– Entonces, ¿me crees?

– Te creo.

– Me gustaría pedirte un favor.

– Lo que quieras.

– ¿Me enseñarías a leer?

Al día siguiente Derán llevó papel y pluma a casa de Kendra y con mucha paciencia comenzaron las clases. A la niña se le hacían pesadas porque estaba cansada de trabajar todo el día y no le apetecía ponerse a estudiar pero sabía que era necesario. Por su parte, Derán hacía todo lo posible para hacer las clases más amenas. Era un buen maestro y ella aprendió rápido. Cuando Kendra fue capaz de empezar a leer Derán le trajo libros para que practicara, y le hacía leerle un rato cada noche.

– Pero ¿qué me traes para leer?- se rio un día la niña. Todo eran poemas de amor, y algunos eran bastante subidos de tono.

– Lo siento, no tengo más libros que éstos. Me los han ido regalando…- dijo a modo de disculpa- Mira, léeme éste. Me encanta.

Kendra leyó el poema. Trataba de una mujer que bailaba para el sol para saldar un favor que le había pedido. Era muy bonito. Lástima que la niña lo destrozaba al leerlo a trompicones. Kendra miró a Derán con frustración. Él puso los ojos en blanco.

– Anda, dame…

Derán le cogió el libro y leyó el poema con mucha gracia. Kendra se quedó embobada mirándole. Se hubiera quedado embobada mirándole aunque le hubiera leído la lista de los habitantes de Crenton. La luz de la lámpara jugaba con sus facciones y arrancaban brillos anaranjados a su cabello. Él acompañaba cada verso con elegantes gestos que hacía con la mano que no sujetaba el libro.

– ¿Lo has entendido?- le preguntó él al terminar.

– Claro que lo he entendido- repuso ella un tanto molesta-. Es una mujer que le pide un favor al sol y luego…- se calló cuando vio que él levantaba un dedo y lo agitaba de un lado a otro mientras hacía chasquear la lengua.

– No, no, no. Mira, todo es una metáfora.

– ¿Qué es “metáfora”?

– Es cuando dices una cosa en lugar de otra porque se parecen en algo.

– No lo entiendo…

– Por ejemplo: si te digo que tus ojos son como dos soles que brillan, eso es una metáfora. Tus ojos son de color ámbar y recuerdan al color del sol.

– Ah…- dijo ella, y se sonrojó un poco- ¿Me dices otra metáfora?

– A ver… El lago era como un espejo. Porque se reflejaban las montañas, como si fuera un espejo. ¿Lo ves?- la niña asintió- Va, ahora dime tú una.

– Eres una almorrana- Derán tuvo que taparse la boca para que no se oyeran sus carajadas por toda la casa-. ¿Qué es una almorrana?

Derán se lo explicó y Kendra se rio con él.

– Lo que no entiendo- dijo la niña cuando se recuperó del ataque de risa- es dónde está la metáfora en el poema.

– Has visto que todos los poemas hasta ahora eran eróticos. ¿No te extraña que éste no lo sea? Mira, el sol es un noble. La mujer le pide un favor que probablemente sea de tipo monetario y le tiene que pagar con sexo. El baile es sexo. ¿Lo ves? Fíjate en esto: “los rayos del sol acariciaban su cuerpo”

– Sí que lo veo…- contestó ella con suficiencia- Veo que tienes la mente muy sucia, Valderán- le señaló con un dedo acusador y le provocó otro ataque de risa al chico.

Capítulo 11

2 respuestas a Capítulo 10

  1. Pingback: Capítulo 10 y una consulta popular | Al otro lado de las llamas

  2. me encantaria saber si hay libro para poder comprarlo porke me gusta tanto ke no puedo esperar tanto fracias un saludo

Deja un comentario