Esta mañana he estado en los Estados Unidos y, la verdad, no veo tanta diferencia con España. Si he ido en metro… ¡Hasta el aire me huele igual! Sí, fui al consulado para conseguir una fotocopia compulsiva, o con pulsera, ahora no sé cómo se dice, de mi pasaporte. Por pasar la mañana… Nada más entrar un fornido… bueno, más fornido que yo… En fin, un segurata ha incautado mi móvil al pasar por el detector de metales.
“¿No tienes el Candy Crush?”, me pregunta en perfecto castellano de Burgos. Yo no lo tengo, pero como me acojona saco un palote de fresa del bolso y se lo lanzo a los pies para distraer su atención. Por algún motivo no le gusta este detalle que he tenido con él, porque mira el palote que tiene a los pies y después me mira sin levantar la cabeza. En realidad ni siquiera mueve las pupilas, es el mundo que se retuerce hasta ponerme en su campo de visión (qué miedo, nene). “Ponme el Zuma y deja el móvil ahí. Luego, humo”, me ladra con cara de pocos amigos en Facebook. Yo sólo tengo un juego de un perro pastor que conduce un rebaño, así que lo pongo y salgo corriendo antes de que se dé cuenta.
No se ha fijado, pero he colado un bocadillo de jamón serrano en territorio americano dentro del bolso. Ahora me siento peligrosa y peligrante…
Una mujer muy amable y de aspecto murciano (concretamente de verdura murciana recién traída de Murte) me coge el passport (ya se me está pegando el idioma. Mira: Pitingo… Pitingo… Pitinglish!), lo fotocopia y le pone un sello. Me dice que espere, que se lo tiene que llevar al cónsul para que lo firme. Y no me deja ni un Ferrero Rocher ni nada mientras espero… Tendré que preguntarle a la Preysler qué embajador es el que te invita a bombones. Yo veo a la chica llevarse el papel a la otra punta de la sala, sacar un papelito, mirarlo con atención y luego escribir algo en la fotocopia sacando la lengua del esfuerzo. Parece que está copiando algo. Luego vuelve, otro sello y me da el papel. Lo leo.
“Con cariño para Vanessa, el cónsul. XXX”
No me han cobrado más que 40 napos de nada por la gestión, pero nada, como a mí me sobra el dinero le doy un billete de 20 y le digo que está embarazado de gemelos, que se quede el cambio.
Al salir el segurata me tira el móvil a la cara mascullando nosequé de que a ver si me compro un Smartphone y me incauta el bocata de jamón, el tío Carpanta. Luego abre una puerta que me planta España otra vez. Sin aviones ni barcos, ni nada. De una patada voladora en la seta.